“Cuando las luces se apagan”: una buena idea que no enciende el terror
David F. Sandberg es un director sueco que comenzó su carrera haciendo cortos. Tan artesanal era su obra que usaba su departamento como locación y a su novia Lotta Losten como protagonista, productora e incluso más adelante como guionista de sus cortometrajes de terror. Pero en el año 2013 Sandberg estaba terriblemente endeudado, casi arruinado, y lo que le cambió la vida –literalmente– fue su nuevo trabajo: “Lights Out”. En un poco más de dos minutos y medio, el corto narra la historia de una mujer (Losten) que se va a acostar y, cuando apaga la luz, nota que aparece una extraña silueta. Cuando vuelve a prenderla, desaparece... ¿O no? Esta obra fue un suceso, ganó diversos premios en varios festivales y posibilitó que el director aterrizara en Hollywood para hacer un largometraje basado en él. Le revolucionó tanto la vida que hasta se casó con su novia; y además está filmando “Annabelle 2” (2017). Todos sus cortometrajes se pueden encontrar en YouTube (tiene un canal propio) y no se sorprendan si ven otro de ellos adaptado a largometraje.
La película va “directo a los bifes”, usando una expresión nueva. Comienza con un hombre (Billy Burke) al que se lo nota preocupado por lo que está sucediendo con su familia, específicamente con su mujer Sophie (Maria Bello). Mientras habla de esto con su pequeño hijo Martin (Gabriel Bateman) y le promete que va a tratar de remediar la situación, no sabe que le queda poco tiempo de vida. Pronto será víctima de un ser sobrenatural que se oculta en la oscuridad y que es lo que está perturbando a su familia. Ahora esta entidad, que tiene que ver con el pasado de la madre de Martin, va por el pequeño para que no se interponga en su camino. Ahí es cuando hace su aparición Rebecca (Teresa Palmer), hija del primer matrimonio de Sophie y que hace tiempo se fue del hogar familiar dejando atrás miedos y pesadillas de la infancia que la aterrorizaban. La joven no tardará en darse cuenta de que los que los sucesos escalofriantes que está experimentando su hermanastro son los mismos que ella padeció de pequeña.
El miedo a la oscuridad debe liderar el ranking de cosas a los que todo ser humano le ha tenido terror/pavor/horror alguna vez. Entonces, bajo esa premisa, hacer un filme que se centre en ese tema lleva al espectador a sus temores más viscerales. A esto hay que agregarle a James Wan oficiando de productor, buenas actuaciones –no es tan común en el género tenerlas– y un énfasis en usar lo menos posible efectos digitales. Y al principio todo esto va funcionando, pero rápidamente el filme va decayendo y comienza a ofrecernos los típicos sustos de manual: primeros planos para asustar a la audiencia, efectos de sonido fuertes y música acorde. Es como que la película muestra sus cartas demasiado rápido y después no tiene mucho más que ofrecer o contarnos, y rellena todo el tiempo restante con una trama que se hace poco atractiva llena de clichés que hemos visto miles de veces.
Para el que se asusta fácil, esta película tiene sus momentos; pero para el que es fanático del terror es una más del montón y se torna previsible.
Esto es lo que ocurre cuando a una gran idea que demuestra ser efectiva en un cortometraje, que sólo requiere unos pocos minutos para lograr su objetivo, se la quiere estirar todo lo posible: termina autodestruyéndose. “Cuando las luces se apagan” no pasa absolutamente nada. Al menos en los años ochenta se encendía Gi Monte, pero acá ni esa diversión tenemos.