¿Debo reirme o debo llorar?
Que esta película haya ganado el premio César (el Oscar de la industria francesa) a la mejor ópera prima habla muy mal de los votantes (no del cine galo, que suele regalarnos cada año muchos auspiciosos debuts en el largometraje). En principio, hay que aclarar que este film tiene muy poco de francés, ya que aborda el conflicto árabe-israelí. De todas maneras, este no es el principal problema (muchos directores extranjeros han abordado problemáticas que no les son propias con múltiples aciertos) sino que el tono tragicómico, la apuesta por el costumbrismo, el patetismo y el absurdo, así como la apelación a la alegoría política resultan torpes, obvios y, más aún, bastante rancios.
El antihéroe de esta historia es Jafaar (el veterano Sasson Gabai, visto en La visita de la banda), un pescador palestino sin suerte en ninguno de los niveles de su vida. Un día, en la red de su barco -siempre escasa de peces- aparece el chancho del título. Sí, un cerdo “vietnamita” con el que intentará ganarse algo de dinero y que lo llevará a contactarse con colonos judíos, funcionarios de las Naciones Unidas, militares israelíes y terroristas árabes.
El film tiene algunos ingeniosos chispazos de humor negro, una estructura de comedia de enredos (no demasiado interesantes) y termina incursionando en situaciones políticas con bastante de capricho, manipulación e impunidad. La película es como una versión pobre, una mala copia del cine de Elia Suleiman (Intervención divina), quien no sólo es palestino y sabe de lo que habla sino también un brillante comediante, un director con vuelo propio, un artista dueño de un estilo propio y un satirista audaz y consumado. Atributos que, en ningún caso, se perciben en este sobrevalorado primer trabajo de Estibal.