Es preferible reír que llorar
El humor, la sátira, la ironía, son recursos válidos y legítimos para abordar situaciones complejas o escenarios de conflictos trágicos, como en este caso, que trata de algunos sucesos que ocurren en la Franja de Gaza.
El director Sylvain Estibal es periodista y por su profesión conoce la zona de Cisjordania. También es escritor y fotógrafo. “Cuando los chanchos vuelen” es su primer largometraje, en el que se propone “decir cosas” acerca de ese prolongado conflicto de Medio Oriente, de modo que sean aceptadas por todos, y nada mejor que apelar al humor. Porque precisamente la risa viene en auxilio cuando se trata de soportar lo insoportable y cuando es necesario derribar barreras absurdas y los límites rígidos de una violencia que se caracteriza por su irracionalidad.
Eligió un asunto sensible como disparador, un elemento igualmente tabú para ambas culturas: la judía y la palestina. El cerdo. Animal considerado sucio y ofensivo, impuro, capaz de traer desgracias y maldiciones a quien tuviera contacto con él. Tanto judíos como palestinos tienen prohibido comer carne de cerdo y esos animales no pueden pisar tierra en ninguna de las dos jurisdicciones por igual.
Y resulta que justamente a Jafaar, un paupérrimo pescador palestino que apenas sobrevive con las escasas sardinas que logra atrapar y el escuálido olivar que forma parte de la dote de su esposa, le viene a ocurrir que un chancho, regordeto y en su plenitud vital, aparece en su red, presuntamente luego de haberse caído al mar desde un buque extranjero.
A partir de esta situación, se sucede una serie de hechos a cual más disparatado, en los que se lo ve al protagonista tratando de liberarse de esa presencia maldita que tiene oculta en su pequeño barquito.
Primero acude a un amigo peluquero, quien le aconseja que lo mate con un fusil y se deshaga del cuerpo en el mar. Jafaar lo intenta pero finalmente, no lo logra. Entonces decide ofrecérselo al delegado de las Naciones Unidas, que es un francés. Sin embargo, el hombre, que no tendría problemas en comer carne de cerdo en cualquiera de sus formas, no quiere hacerse cargo de un cerdo vivo.
Después, el protagonista se entera de que los judíos crían chanchos a escondidas, seguramente con las intenciones de hacer algún negocio. Jafaar intenta hablar con el jefe de los israelíes pero lo echan a patadas, aunque a través del alambrado consigue tomar contacto con una colona del otro lado, con quien finalmente llega a un acuerdo comercial, de cuyas características mejor no hablar porque es una de las perlas graciosas de la película.
Con esperanza
Como todo es precario e inestable en ese lugar del mundo, las cosas pronto se irán de las manos y como un conflicto trae otro conflicto, se arma un lío descomunal, aunque, como en las fábulas, el final trae un alivio de esperanza.
Estibal ideó esta anécdota extravagante, ridícula y absurda, para dar un pincelazo sobre las costumbres de esos dos pueblos obligados a subsistir en una convivencia forzosa. Y aprovecha la oportunidad para mostrar la vida cotidiana con sus pequeñas glorias y sus pequeñas miserias, y la difícil relación que cada ser tiene con el terruño. Para unos, el lugar de sus ancestros hoy ocupado por gente extraña, y para otros, un lugar de paso adonde se viene a cumplir un servicio. De un lado, el ejército israelí, del otro, las milicias palestinas, y en el medio, los delegados de la ONU y la Cruz Roja, como una presencia burocrática que en vez de facilitar las cosas, a veces las complica un poquito más.
La película de Estibal es divertida, ingeniosa y simpática, invita a pensar y critica desde el humor, tratando a todos los personajes con cariño.