Crítica humorística a ambos lados de la frontera de Gaza
El punto de partida de esta simpática comedia francesa es bien sabroso: a un pescador palestino resignado a vivir de la resaca que llega a la costa (Israel no permite la pesca en mar abierto) le aparece en sus redes un chanchito caído de quién sabe qué barco. Simpático el chanchito. De raza vietnamita, que son limpitos y cariñosos, y aquí mismo en Belgrano hay quien tiene uno como mascota y lo lleva a la plaza. El problema es que nuestro personaje no está en el barrio de Belgrano sino en la conflictiva Gaza, donde los chanchos son seres impuros. Y en la colonia judía que hay del otro lado del alambrado, también son impuros.
El tipo debe decidir rápido: lo ametralla o le saca el jugo para saldar sus deudas. Cerca hay dos clientes posibles, ambos de cultura gastronómica porcina: el delegado alemán de la ONU, y una joven colona judeo-rusa que cría cerdos en la clandestinidad. Pero no es el jugo, exactamente, lo que ella quiere comprar para sus cerditas.
En fin, una cosa trae la otra, los fanáticos musulmanes y los soldados israelíes se dan mutuamente por ofendidos, todo el mundo muestra mayor o menor grado de ridiculez, el chiste crece, se ramifica, se hace sátira gozosa, necesariamente se acerca a la tragicomedia, y cuando ya empezamos a preocuparnos culmina de forma alegórica. No gustará a todos esta salida, pero tiene su razón de ser. Quien la pensó, Sylvain Estibal, no es judío ni musulmán, sino un hábil escritor y fotoperiodista francés que trabajó mucho en esa región y ahora vive en Uruguay. Dicho sea de paso, el protagonista Sasson Gabay no es palestino sino israelí de origen iraquí. La rusa es ítalo-tunecina. Lo que vemos no es Gaza sino Malta y Westphalia. Parte de la música oriental es de un grupo argentino, Aqualactica. Pero el chancho vietnamita es vietnamita. Y debe ser tiernito.