En Cuando te encuentre parece haber una constante preocupación por la credibilidad. O, mejor aún, por la diferenciación (aunque más no sea superficial) con respecto a otros films y sus configuraciones. El problema es, justamente, lo efímero de esa pretensión: sus personajes, diálogos y/o hechos terminan por descartar sus extravagantes maquillajes, sobre todo a la hora de un final en el que la vía de escape habitual y canónica termina por imponerse.
En su afán por hacer creíble ese mundo, la película de Hicks encuentra a su mejor garante de amor sincero y durable en un héroe de guerra joven y sensible, heredero de un trauma que lo vuelve maduro casi de repente. Su pareja ideal es madre soltera, víctima de los acosos de un ex marido violento y de la misma guerra, que se ha cobrado la vida de su hermano. Pero cuestiones como el trauma post-bélico o la violencia son apenas accesorios, excusas para ciertos comportamientos en sus personajes en vista de que representen los ideales necesarios para una historia de amor verosímil. La concepción anterior se hace clara en las intervenciones de ese contexto que, si bien son frecuentes, van siempre acompañadas de un aire de forzamiento, como si fuesen piezas estructurales y a la vez implantadas del universo que las sufre.
De cualquier forma, la evidente impotencia a la hora de encontrar fórmulas narrativas propias es lo que definitivamente termina haciendo de Cuando te encuentre un film enajenado. Poco después del comienzo de la película, Logan (Zac Efron) intenta decirle a Beth (Taylor Schilling) la razón por la que ha llegado hasta su casa a verla, pero ella, ansiosa e interruptora como en ninguna otra ocasión, completa la frases sin dejarlo hablar. Las escenas trascurren y siempre pasa algo que impide que el problema sea aclarado. Así es como se posterga el único recurso para el conflicto final, justo antes del clímax, que desata la pérdida de confianza de un personaje en el otro (con el beneficio de que el supuesto culpable puede alegar que trató de comunicarlo y ella no lo dejó). El otro atajo narrativo es tan evidentemente popular como engañador. Esta vez, focalizado en el destino de Keith (Jay R. Ferguson), único enemigo, ex marido agresivo y, por supuesto, malo perfecto (justamente porque no elige serlo). Conforme se acerca el final, su presencia va haciéndose demasiado perturbadora y amenazante como para no exigir un desenlace drástico, y por eso es que su muerte en manos de una tormenta es, además de un vergonzoso Deux ex machina, el cierre perfecto de la historia. Es que, al parecer, no cabía otro destino para este antagonista que el de una tragedia resultante de su propia miseria, con la cual además se hiciese manifiesto un aliviante y oportuno karma que supliese la falta de una mejor resolución narrativa.
Finalmente, el inconsciente del género se impone de manera que ahoga todo intento de crear un mundo auténtico, en tanto coherente consigo mismo y sus personajes. Cuando te encuentre destella signos de originalidad que construye en forma desprolija, cuando no se rinde a las convenciones, por más ajenas que sean, de cómo debe constituirse ya no una historia de amor sino un drama romántico cualquiera.