Con honesto apego a las normas del culebrón
Cuando yo te vuelva a ver es una película disociada de sus coordenadas ideales de exhibición. Siempre es un riesgo incurrir en potencialidades, sobre todo si del negocio cinematográfico se trata, pero el contenido lacrimógeno en constante in crescendo y la forma televisiva invitan a pensar que encontraría un público más predispuesto en el ciclo Historias de corazón, con presentación de Virginia Lago incluida, que en el habitué de los complejos multipantalla. Lo que es no algo necesariamente negativo. Al contrario, si hay un aspecto para elogiarle al director de Terapias alternativas es su apego a las normas del culebrón y la honestidad con que recurre a ellas.
El opus cuatro de Rodolfo Durán son dos películas en una. La primera plantea las especificidades del relato. Por un lado, está Paco (Manuel Callau), un argentino radicado en España desde hace 36 años, de visita en su tierra natal por un par de días para asistir con su hermano (Alejandro Awada, bien como casi siempre) a un casamiento. Y por el otro, Margarita (Ana María Picchio), madre de una mujer (Malena Solda) que transita su divorcio al mismo tiempo que su segundo embarazado, dueña de una empresa de catering y, claro está, con el corazón herméticamente cerrado desde su viudez. “Los tipos con los que deberían salir las señoras de mi edad se los levantan ustedes”, le espeta a su socia y amiga un par de décadas más joven (Miriam Lanzoni). La narración alternada de esas situaciones evidencia que los protagonistas se enlazarán más temprano que tarde, que hay cuentas pendientes entre ellos o, por qué no, ambas. Y el casorio, con él como invitado y ella como encargada de la gastronomía, es un lugar ideal para comprobarlo.
A partir de ese momento comienza la segunda película, una mucho más desatada y atada que la anterior. ¿Suena contradictorio? Bueno, no lo es. En los últimos cuarenta, cincuenta minutos, Durán rompe con lo que hasta entonces era contenido y subrepticio para ponerlo a flor de piel en todos los personajes, arrojándolos de cabeza a los códigos más puros y duros del melodrama seriado. Es el turno, entonces, de una serie de flashbacks que expliciten el pasado en común: una parejita de adolescentes desunida a raíz del distanciamiento forzado, todo ambientado en unos ’70 a pura camisa colorida y una coyuntura sociopolítica de cartón. Le seguirán peleas entre madre e hija, revelaciones –y cartas– almacenadas durante años, frases cargadas de tremendismos y algún que otro secretito develado al primer cálculo de fechas, entre otras cosas. El resultado es una película para acompañar con té y masitas.