No estoy definiendo una cuestión. A lo sumo la estoy repensando una vez más, que para eso también está escribir. Una película chata no es una mala película. De hecho, una mala película puede pasar hoy en día más desapercibida que una película chata. Que chato tampoco es un film por constituirse como mera excusa para contar una historia. En “Cuando yo te vuelva a ver” hay una historia, hay un contenido y un mensaje. Paco (Manuel Callau) vuelve a la Argentina luego de estar muchos años en España y en un casamiento familiar se topa con Margarita (Ana María Picchio), la mujer que amó antes de partir y con quien jamás volvió a comunicarse.
Seguro que esta es una historia de amor. Si me refiero al contenido, hay algo que apela a la fuerza del recuerdo, con un mensaje que entre otras cosas se enfoca en las segundas oportunidades; el volver a empezar. ¿Lugares comunes? Y sí. Si sabemos que el cine no abunda en temáticas: sabemos que los guiones se construyen sobre arquetipos, que los personajes experimentan un cambio porque hay un conflicto, que eso resulta en una evolución. Saliendo de este paréntesis teórico, es tan simple como decir que vamos al cine a ver historias; de amor, de la vida y todo lo demás.
Si las formas de la ficción siguen vigentes, y si particularmente en el cine todavía lo tradicional le da pelea al 3D, es porque siempre se ha intentado contarnos, otra vez, la misma historia. Se trata de venderlo, de renovarlo y hacerlo atractivo a los ojos del espectador. Por eso las películas malas producen un impacto y casi ni nos dan tiempo a reflexionar sobre su condición. Nos tiran con todo aunque no nos cuenten nada.
Lo chato es lo que va a ras del piso, lo que no se eleva. Es agarrar una cosa y dejarla como está, sin hurgar lo suficiente. Que “Cuando yo te vuelva a ver” se deje ver entera se debe en principio a la gran labor protagónica de Picchio, que le pone fuerza a planos que la tienen ahí sola, para que ella haga. El actor es materia prima, y en un film en el que no se lo resalta dramáticamente (porque se lo filma así nomás, y punto) su picardía va a valer el doble. Lo de Picchio y también lo de Alejandro Awada son cosas que sacan al film de Durán de la chatura.
Sucede que la película da la impresión de haberse hecho sin mucho detalle de pensamiento, de intención; como si se hubieran tomado las escenas así como estaban, sin una mínima discusión. No ser chato es en cierto modo poner un plus. Quizá “Cuando yo te vuelva a ver” padezca de confiar demasiado en lo dado. A Campanella no le interesaba que Guillermo Francella fuese a asegurarle miles de espectadores; o sí, pero de igual forma le importaba otorgarle un personaje con vuelo, distinto, que lo volviera casi irreconocible. Entonces, si una película cuenta con Manuel Callau, no es provechoso que de eso por sentado. Su personaje es el protagonista y está como deambulando por ahí, sin dirección, al igual que su trabajo.
Luego hay otras cosas. Hay vínculos como el de los hermanos que no resuenan, por más que los diálogos den a entender que hay una camaradería. El personaje de Nicolás Condito, hijo del de Awada, tiene inquietudes artísticas que lo asoman como alguien interesante, pero nada de eso se profundiza y al final su participación casi es irrelevante. Las locaciones en las escenas del pasado son dos tres lugares dados, típicos, que no se los tuerce. Librería, bar, casa. ¿No se puede trabajar algo más que el recuerdo del lugar desde el presente? ¿Una librería tan linda como la de la película, no abre otras posibilidades que las que se filmaron? No hay nada precisamente malo en estas decisiones; simplemente pienso ideas que destaquen más a la película. Con la música pasa algo similar. Es preciosa, delicada, pero irrumpe bruscamente y con demasiados motivos repetidos, por lo tanto más que lucirse termina cansando y desperdiciándose. Con un poco más de precaución, el resultado era otro.
La de Paco y Margarita es una historia adulta, tierna. Allí hay una virtud que se evidencia en el respeto y cuidado que la película tiene, sabiendo lo que implica desarrollar una relación de personajes de esa edad. Así y todo, el gesto no suple el verdadero diálogo. “Cuando yo te vuelva a ver” tiene rasgos tradicionales y apuesta fuertemente a los personajes y a sus relaciones, entonces es decepcionante que el guión genere una escalada de expectativas sobre una buena premisa y que cuando llega ese momento la resolución filmada sea un montaje musical, con sonrisas de por medio. La película encara los conflictos y sale airosa, pero también se escapa, como Margarita, y nos queda el sabor amargo de querer explicarle que no pueden resolverse décadas de silencio en un “nos debemos una charla”.