Te vi y te perdí
Hay películas argentinas que por su forma más que desde el contenido funcionarían mucho mejor en televisión. Básicamente porque detrás de los proyectos de este tipo se cuenta con buenos actores, alguna que otra interesante idea pero no se piensa demasiado en los códigos del cine más allá de estar atado a los cánones de un género como en este caso el melodrama costumbrista.
Según los créditos, Cuando yo te vuelva a ver, cuarto opus de Rodolfo Durán (Terapias alternativas, 2007) se inspira en una idea original de Pascual Condito –para quien se reserva un personaje en la película- y cuenta con el guión a cargo de Gisela Benenzon y Marcela Sluka, quienes desarrollan el reencuentro de dos jóvenes que en los setenta tuvieron un fugaz romance de veinte días y que luego se separaron a causa del exilio para dividir rumbos e historias de vida que en el presente vuelven a unirse.
Así las cosas, Paco (Manuel Callau) regresa a la Argentina luego de treinta y seis años de ausencia en España para asistir al casamiento de un amigo (Pascual Condito) y pasar unos días con su hermano (Alejandro Awada). Sin embargo, lo que nunca se iba a imaginar, ocurre: en ese casamiento se encuentra Margarita (Ana María Picchio) trabajando en el catering, la mujer que debió abandonar en su juventud y a quien estuvo buscando durante todo su exilio, incluso desde las cartas que jamás fueron respondidas por la destinataria.
Es en el encuentro de estos dos personajes que se deben esa charla aclaratoria para sanar heridas donde se concentra la trama y en las consecuencias de una toma de decisiones del pasado que alteraron el presente de cada uno de ellos con un denominador común: la frustración.
El problema del film de Durán obedece al tono y registro elegido para contar la historia en primera instancia por un innecesario subrayado y un excesivo nivel dramático, propio de una novela televisiva de las de antes. Se puede reflejar humanidad en los personajes sin que esas emociones parezcan sobreactuadas y es en ese umbral donde se aprecia una buena película que trata de narrar sin pretensiones una historia sencilla.
Por otra parte, el recurso del paralelismo y la alternancia en el montaje para que avance la historia del pasado y la del presente a fuerza de flashbacks no es el más adecuado y tampoco equilibrado teniendo en cuenta que toda la carga se deposita en el aquí y ahora de Paco y Marga.
No obstante, debe reconocerse una buena subtrama en relación al vínculo entre Marga y su hija (Malena Solda), depositaria de todas las frustraciones de su madre y víctima involuntaria de las malas decisiones. Tal vez con un mayor énfasis en esta relación se hubiese alcanzado un mejor desarrollo de la historia de Paco como ese hombre ausente para un relato donde las mujeres son protagonistas y los hombres convidados de piedra, nostalgiosos y poco convincentes.