Los dignos regresos
Ésta es una película ideal para los que gustan de historias sobre segundas oportunidades y para los que se quieran alejar de los efectos especiales y grandes despliegues de las superproducciones, porque las películas de Durand son muy simples y ponen mucho acento en los aspectos intimistas y emotivos.
Como en su film “Terapias alternativas” (2007), el protagónico masculino está a cargo de Manuel Callau, interpretando a Paco, un argentino radicado en España desde hace 36 años, quien regresa por unos pocos días con el fin de apadrinar la ¡¡¡cuarta boda!!! de un amigo maduro con una muchacha mucho menor y en la fiesta se reencuentra con la pista de un amor que creía perdido en el pasado.
Contada de manera tradicional, sin preocupaciones formales, la historia crece al calor del gran trabajo de los actores, aún en segunda línea, donde Alejandro Awada y Malena Solda aportan mucho oficio en sus intervenciones y apuntalan la solvencia de Ana María Picchio, quien desde hace mucho no había tenido un rol central en el panorama del cine nacional.
La trama va develando progresivamente secretos familiares, reencuentros sentimentales y confesiones decisivas que remiten a la época en que Paco se fue del país. Filmada en noviembre del año pasado en locaciones de Buenos Aires y Balcarce, la temática tiene la singularidad de que la pareja protagonista (Picchio-Callau) es decir: Margarita y Paco, son abuelos jóvenes que cruzaron la franja de los sesenta, aunque ni ellos ni sus amigos renuncian a nuevos desafíos económicos ni sentimentales.
En las antípodas de lo pretencioso
Como todas las obras que mezclan comedia romántica con una dosis de drama subrayado con música incidental, “Cuando yo te vuelva a ver” es más bien un melodrama que bucea en los conflictos de pareja con una mirada especial sobre el rol fuerte de la mujer, en tanto ellas siempre salen adelante, aún con sus carencias afectivas.
La película empieza con un montaje paralelo, donde por un lado se cuenta el regreso de Paco y por otro, el presente de Margarita, una narración alternada que presenta la situación actual de los protagonistas, hasta que ambas líneas confluyen para mostrar cuentas afectivas pendientes de un pasado común sin cerrar. A partir de ese momento comienza casi una segunda película. En los últimos cuarenta minutos, todo se precipita bajo los códigos del melodrama: flashbacks que muestran una parejita de adolescentes destruida por un distanciamiento forzado, todo ambientado en los años setenta, recreados según el estereotipo más convencional.
La producción parece no querer correr ningún riesgo en las decisiones técnicas: puesta de cámara sobre la base de plano y contraplano, música de piano para resaltar los momentos tristes, nada original en la elaboración de los decorados y época.
La decisión de no innovar en los aspectos formales y una tendencia al naturalismo constituyen las marcas que identifican a este film que pareciera concebido en décadas pasadas. Salvo el montaje paralelo inicial para trazar los derroteros de Paco y Margarita, el resto de la película posee un formato de telefilm melodramático, sin ninguna otra pretensión que generar empatía con el espectador. Y es precisamente en ese punto donde los actores sacan a relucir su carisma, para levantar un producto bastante magro pero igualmente efectivo.