Carri desde Carri, por Carri
La fuga puede ser hacia adelante o hacia atrás, lo importante es la necesidad del movimiento y no saber hacia dónde deja las chances de que el camino se arme y desarme cuantas veces el cuerpo lo pueda soportar. El cuerpo soporta, la mente soporta. El cuerpo siente, la mente también. Y el cine propone el viaje hacia lo desconocido, o mejor dicho trasnforma lo conocido al servicio de una nueva mirada.
Para Albertina Carri el pasado viene impregnado de relatos, de preguntas sin respuestas y de muchos “supongo que” para llenar espacios vacíos. Ni siquiera la historia con mayúsculas acalla las sensaciones y los interrogantes que, de alguna manera, la determinan.
La aventura de la imposibilidad de concretar una película sobre Isidro Velázquez, según palabras de la propio directora “uno de los últimos gauchillos que se enfrentó a la justicia burguesa” tienden uno de los puentes con el legado inconcluso de su padre desaparecido, Roberto Carri.
Rápidamente, Cuatreros (2016) inicia con una voz en off de la propia directora de Los Rubios (2003) para fundirse con el fragmento del texto Formas pre revolucionarias de la violencia (1968), escrito por Roberto Carri, y hacer de esa voz de la ausencia un posible acompañante en el viaje.
El texto, la palabra y las reflexiones que se desprenden de cada uno de los conceptos de Roberto Carri sobre Velázquez y su gesta robinhoodeana en el Chaco, trazan un surco invisible con una supuesta película sobre Velázquez, arraigada en una de las tantas historias de la resistencia en la clandestinidad y del cine como herramienta política.
En ese nexo, donde el tiempo se cuela y acumula hojas del calendario, directores desaparecidos y archivos perdidos, se mueve Albertina Carri cineasta. Se mueve la descarriada Albertina que sabe encontrar en el viaje y la búsqueda lo que en primera instancia permanece oculto. Es su necesidad de llenar los espacios vacíos de su propia historia, aquello que la mantiene en estado de alerta constante, entre la memoria y el olvido.
En alguna parte de Los rubios Albertina dice: “al omitir, recuerda” y el mecanismo de la construcción de memoria se adueña de la ficción para no anquilosar esa “memoria” que estanca, que ata y que no deja avanzar.
En Cuatreros, la verborragia y la catarsis exclaman que a veces hay que olvidar para sobrevivir. ¿Sobrevivir a qué? ¿sobrevivir cómo? En la imagen que establece desde la dialéctica del contrapunto el discurso interior y la confrontación con la propia vida se teje el entramado dialéctico y sensible que hace de Cuatreros un film bello, en el sentido estético del término.
La pantalla se divide en tres o cinco, de manera alternada, la voz en off hace culto de la desmesura entremezclada con emoción y con lógica implacable en el análisis del contexto histórico atravesado de política, interpretaciones, utopías que se desvanecen y nuevos intentos por no perder el espíritu revolucionario desde la transformación artística.
Las pantallas divididas, donde el contrapunto entre el discurso en off y la meticulosa elección de material de archivo para retratar un clima donde la violencia era parte del propio discurso dominante, son la representación más acabada de la Albertina Carri que se desdobla en el proceso de concretar una película que jamás se filmó.
Ese pensamiento y la acción son los eslabones perdidos de una larga cadena atravesada por muertos, cuerpos que ya no están y ausencias cada vez más presentes.
¿Cómo conviven Albertina Carri cineasta con la Albertina Carri madre, portadora de una historia distinta y de otro legado? Algo de eso marca el rumbo laberíntico de Cuatreros, la catarsis como elemento transformador y no como vehículo de repetición del pasado.
En Los rubios (2003) la discusión se daba en el ámbito de la forma más que del contenido, el equipo que acompañaba a la directora de Géminis (2005) buscaba, igual que ella, contar una sola historia. Ahora en Cuatreros esa historia no alcanza, no completa y es la propia Albertina Carri la que decide salir en su búsqueda a riesgo de no encontrar nada.