Actores en la mala, cineastas de ocasión, un accidente con muerto incluido y más muertos. Estos elementos alcanzan para construir una película que divierte no por lo explosivo de su construcción sino porque el espectador termina creyendo en lo extraño y literalmente desgraciado que sucede en él. Se trata por un lado de una comedia negra, un género que los británicos (este film es de todos modos irlandés) han practicado con particular asiduidad, aunque con una flema totalmente diferente. Por otro lado, la película es una reflexión sobre el propio artificio cinematográfico, sobre cómo se combinan en la creación de un relato el azar y la necesidad. Por supuesto que esta segunda idea fluye sin que se declame, lo cual hace de la película algo interesante (de otro modo, entraríamos en lo que en buen criollo se llama “canchereada”). Lejos de las estridencias pero con la dosis justa de elementos “raros” para sostener la atención, una comedia más inteligente de lo que parece a primera vista.