La película abre con un primer plano de la cara de un personaje, con un fondo neutro, como a quién le están por tomar una fotografía 4 x 4 para el DNI y en consecuencia, como nos suele suceder a la mayoría, lo vemos tenso, nervioso, inexpresivo esperando que se termine la agonía. A esto mismo se le suma la cara en cuestión de este personaje, una puntiaguda, larga y menuda cara de un hombre de no más de treinta, muy rara y a la vez sumamente interesante que a través de su expresión y por el mismo hecho de estar esperando algo que no tenemos idea de que se trata, despierta una risa inevitable, por lo menos en mi caso.
Resulta que luego nos enteramos que este señor se encuentra en algo así como una entrevista post o pre casting, con lo cual deducimos que es actor. Al hablar murmura, lo hace con dificultad, el director que lo entrevista se muestra con una indiferencia rotunda y la entrevista termina sin que ni siquiera el personaje mismo se entere. Hasta ahí, lo mejor de la película. En efecto, la tensión que produce su rostro, la seriedad e indiferencia con que el director lo mira e interroga, la incomodidad del personaje, toda la pesadilla de esa suerte de casting revelan una genialidad cómica que a la vez juega con la metáfora del actor que en el casting es llevado al matadero, como el acusado frente al juez que le toma indagatoria o como el novato en su primer entrevista laboral.
Mark, el actor en cuestión, en uno de sus peores días, tiene que lidiar además con su novia que lo está por dejar y un casero que lo quiere echar, tras varios meses de alquiler adeudados. Sólo cuenta con su amigo y vecino Pierce, también al borde del desalojo, que le promete un papel en una hipotética película que dice estar escribiendo. Luego, una serie de accidentes insólitos acaban con la vida de su perro, su hermano cuadripléjico, su novia y su casero; en su propio departamento. Tanto Mark como Pierce, al suponer que nadie les creerá la premisa de los accidentes, deciden encerrarse y planear descabelladas ideas para solucionar el problemón.
La mayoría del metraje, aunque amparado en una premisa relativamente interesante, se empecina de esta forma en jugar a la comedia negra, hasta el punto que se echa a perder por saturarse de exageraciones. El problema más grave y visible es que, en primer lugar, la película, en una palabra, rara vez y difícilmente hace reír; y de a ratos, aburre soberanamente. El giro que se produce en la trama cuando los cadáveres repentinamente comienzan a apilarse, es demasiado brusco para digerirlo, y los diálogos y las actuaciones cómicas de los dos únicos personajes que permanecen con vida (metafórica y literalmente), no alcanzan para salvar a la propia película del callejón sin salida en el que se mete. Por otro lado, el juego que se propone realizar la película acerca del actor y guionista frustrados que al no conseguir ningún papel deciden crear su propia película (el título original, horrorosamente doblado al castellano que hace acordar a Cuatro Bodas y un Funeral, es en realidad A Film with Me in it) en la vida real para salir del enredo, es tan rebuscada como inverosímil, y produce, hacia el final, la inevitable sensación de decepción. Que interesante hubiese sido, pensaba al salir de la sala, que al final hubiese un retorno al magnífico primer plano del comienzo, esta vez en el banquillo de los acusados.