Mark no está teniendo un mal día, él tiene una mala vida. En pantalla veremos esa franja de 24 horas en las que parece que no va a sacar la cabeza del pozo, no obstante es fácil darse cuenta de que, para él, es un día como cualquier otro. Una nueva frustración tras un casting, más reclamos de una pareja que exige lo mínimo, un casero que demanda tres meses de alquiler, lo usual para un hombre demasiado abatido por sus años como para cambiar su presente. Allí, en los suburbios de Dublin, vive junto a su furiosa mujer, su hermano cuadripléjico y su mejor amigo, Pierce, un egoísta alcohólico en recuperación que comparte sus miserias y algún euro ganado con los caballos. En esa sombría casona que todos comparten, en la que todo es una posible trampa mortal (¿se acuerdan de La Herencia de Tía Agata?) se desarrolla esta comedia negra, accidentada y autorreferencial, cuya inverosimilitud funciona bien, aunque acabe jugando para el otro lado.
El absurdo es el elemento fundamental de esta película de Ian Fitzgibbon, cuyo tan demorado estreno en Argentina encuentra al realizador con otros dos trabajos en su filmografía desde entonces. Es difícil querer hacer referencia al resto del film sin contar detalles relevantes de la trama, al menos más de los que la injustificada traducción del título adelanta. Una serie de desgracias se desatarán en los innumerables cuartos que esas cuatro paredes esconden, hechos fortuitos cuya explicación verdadera parece la más disparatada de las mentiras. ¿Cómo dilucidar algo que no se entiende? O mejor aún, ¿cómo se demuestra ser inocente cuando todo apunta a que uno es culpable?. Para los personajes de Mark Doherty (también guionista) y Dylan Moran es fácil: un conjunto de delitos para probar que no hicieron nada. Para más claridad, echar cloro.
Así, tomándose un poco más de tiempo del necesario en arrancar, se desarrollará un film entretenido cuya acción debería ser más sorpresiva, aunque los trailers mismos o algo ajeno a la realización, como es una traducción de un título, le resten mucho de la misma. A medida que esta se desarrolle, tomará por pasajes un sentido oscuro que no le sienta, desvíos que concluirán en un final apresurado e inconcluso. Cierra de todas formas de una manera divertida, con una buena intervención de Jonathan Rhys Meyers, bien cerca del eterno loser Mark, con la posibilidad de interpretar el papel de su vida.