“El destino de Cuba no lo hacen los hombres. Tiene que existir alguna fuerza extraña que cuide esta tierra… ¿Qué cosa extraña existe en el mundo alrededor de Cuba?”
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“Quizás lo extraño sea haber descubierto que una revolución no es una postal, sino que está viva y es verdadera cuando acepta y convive con sus propias contradicciones”.
Además de documental, Cuba santa es una declaración de amor. Individual si nos atenemos a los verbos que la realizadora Alejandra Guzzo conjuga en una discreta primera persona del singular; colectiva cuando sumamos las voces de los seis ciudadanos cubanos entrevistados y las miradas de los espectadores conmovidos por esta producción de Cine Insurgente que desembarcó el jueves pasado en el Gaumont.
Visiblemente prendada del país que habitó durante tres años (de 2002 a 2005, mientras coordinó una cátedra en la Escuela Internacional de Cine y Televisión), la documentalista uruguaya lo retrata desde una perspectiva infrecuente: aquélla provista por practicantes de la religión yoruba, más conocida como santería.
Las declaraciones de los seis entrevistados dan cuenta de un presente que desmiente el discurso anticastrista sobre el ateísmo filostalinista y el adoctrinamiento ciego que el régimen impone en la isla. Al contrario, estos testimonios revelan la existencia de un sincretismo sin precedentes: cuesta encontrar otro país con habitantes que se reconocen herederos de la ideología marxista y al mismo tiempo profesan una religión animista.
Las entrevistas constituyen la materia prima de Cuba santa. Si bien las articula con algunos registros de ceremonias yorubas, con imágenes de La Habana y con unas pocas intervenciones autorreferenciales, Guzzo se concentra especialmente en la palabra, en los silencios, en los gestos de la informática Estrella Henrickson, del montajista Nelson Rodríguez, del dramaturgo Abrahám Rodríguez, del ingeniero mecánico Enrique Inchaustieta, del tipógrafo y linotipista Víctor Heredia, de la empleada retirada del Hotel Habana Libre, Caridad Linares.
A través de ellos, la realizadora descubre un país de energía irreductible a la férrea voluntad de los hombres y mujeres -líderes gubernamentales y pueblo- que lo convirtieron en excepción latinoamericana. También encuentra resabios de la vieja leyenda que explica la longevidad de Fidel Castro, en especial la inmunidad a tantos intentos de atentado.
La “fuerza extraña que cuida esa tierra” parece haber anidado en el espléndido mar que choca contra el Malecón habanero, en la melodía de los rezos en idioma lucumí, en la cadencia caribeña, en el humo de los cigarros que fuma Caridad, en la paloma blanca que se posó sobre el hombro del Comandante. Al menos eso sugiere Guzzo en su amoroso documental.