El susto como diversión
Está claro que todo puede ser un entretenimiento, todo puede ser convertido en un espectáculo por el cual cobrar una entrada. De hecho, el cine es, de alguna manera, la estandarización de la realidad metida en un teatro para el disfrute de las masas. Aunque parezca una contradicción, el susto, el miedo y el desagrado son fuentes primordiales de entretenimiento, cuando están emparentados con el suspenso, materia fundamental de las buenas costumbres en el cine. Halloween es el nombre de una de las películas más importantes de la historia, y también de una festividad juguetona e inocente que ha impulsado una industria del entretenimiento a su alrededor. Hay tantas películas sobre la Noche de las brujas como sobre la Segunda Guerra Mundial. Cuentos de Halloween viene a sumarse a ese gigantesco corpus.
La película es una antología de cortos de terror de diferentes directores con reminiscencias a la serie Cuentos de la cripta (1989-1996), la película Creepshow (George A. Romero, 1982), la serie literaria Escalofríos (R.L. Stine), con elementos de The Ray Bradbury Theater (1985-1992) y hasta sustos de la Trilogía del terror (Dan Curtis, 1975 -si uno tuviera que definir en pocas palabras qué es Estados Unidos, alcanzaría con decir “un grupo de obesos desquiciados que hacen guerras y películas de terror”). También tiene pariente cercana, Terror en Halloween (Michael Dougherty, 2007), que es una pequeña joya a descubrir.
Cuentos de Halloween, como toda película coral, es despareja, las historias varían en gracia y en interés pero sin dudas tienen la duración exacta, rápidamente cambiamos de historia y nuestra atención se renueva. Además de que todas las historias transcurren en la noche de Halloween, y que algunos personajes se repiten, no hay mayor conexión argumental entre las diferentes secciones de la película. Sin embargo, podemos destacar la intención de los realizadores de que los cortos sean formalmente clásicos con finales impactantes y efectivos, aunque esto no funcione siempre.
Tras los cameos de algunos muchachos fundamentales como John Landis (Un hombre lobo americano en Londres, 1981) y Joe Dante (Gremlins, 1984), Cuentos de Halloween revela su intención lúdica lejos de pretensiones y las tendencias agotadas de nuestros días (demasiados zombis, posesiones y cámara en mano). Hay un intento, sin nostalgia berreta, de rebuscar dentro de las fuentes de la gran tradición norteamericana del susto como entretenimiento, lo cual se agradece.