Palitos de la jungla
Esta película coproducida por argentinos y uruguayos está inspirada en un libro que es considerado un clásico de las letras latinoamericanas, Cuentos de la selva, conformado por nueve narraciones cortas escritas por un escritor “oriental”, pero afincado en nuestro Litoral, llamado Horacio Quiroga, y publicado en 1918, algunos años antes de su trágico y célebre deceso.
El autor de esta adaptación verdaderamente “libre” de aquellos relatos es Jorge Maestro, un conocido guionista televisivo porteño. Los encargados de llevarlos a la pantalla grande, un dúo de cineastas llamados Liliana Romero y Norman Ruiz, los mismos que después de años de labor silenciosa se dejaron ver en primeros planos cuando recayó en ellos la interpretación gráfica de ese símbolo de la tradición histórica y cultural argentina que es el Martín Fierro y que el humorista, escritor y dibujante Roberto Fontanarrosa impulsó en sus últimos años.
Cuentos de la selva se anuncia como una película de “acción y aventura” para chicos y eso precisamente es lo que ofrece. Un grupos de animales con nombres guaraníes como el coatí, el yaguareté y el yacaré, participan de la resistencia que la naturaleza le opone al progreso en esta historia. Las topadoras están destrozando la selva para convertirla en zonas de mayor rentabilidad, la supervivencia del ecosistema está en peligro, y los bichitos encuentran el modo de infiltrarse en las filas enemigas por el buen corazón de un niño, hijo de uno de los empleados, que ve el peligro acechante detrás de la civilización desbocada y decide actuar contra éste.
Esta fábula del progreso versus ecología peca en el diseño de algunos personajes y en ciertos clichés del guión. Gráficamente, lo más logrado sea tal vez la representación del contexto vegetal, en primer lugar; y en segundo, el diseño de los personajes de la fauna, donde sobresalen algunos sobre otros.
Las palmas, helechos, enredaderas, junto al resto de la flora verde, más la portentosa y colorida flora de la jungla, colaboran fundamentalmente con el costado sensorial del espectáculo, y aunque su protagonismo no esté resaltado en la historia, se los disfruta aun cuando nunca salgan del supuesto segundo plano.