Cuerpo de letra

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

EL GRAFFITI QUE NO VARÍA

Aún en la actualidad, persiste la creencia de un cierto halo cautivante del mundo de los graffitis sostenido tanto por las diversas estéticas como por lo prohibido, una atracción que, en ocasiones, roza el borde de lo legal. Estos rasgos se concentran en mayor medida si se trata de pintadas sobre propaganda política.

¿Cómo acceder a dichos protagonistas? ¿Hasta dónde se permite un registro? ¿Cuál es el límite del recorte? En Cuerpo de letra el director Julián D’Angiolillo intenta sumergirse en esos terrenos de disputa, de códigos y leyes propias, de la marginalidad.

Si bien en un principio se podría considerar cierta semejanza con el falso documental Exit through the gift shop (2010) dirigido por Banksy, un reconocido artista callejero, pronto dicha conexión se evaporará. En ambos casos, se manifiesta una intención por conocer desde el interior el trabajo callejero y, por ende, a quienes lo realizan. También comparten ciertos rasgos de la técnica, pues las dos películas muestran, de distinta manera, el aprendizaje o la realización de graffitis. Ahora bien, ¿es arte realizar pintadas políticas? Y aquí cualquier similitud es pura coincidencia porque D’Angiolillo se corre de esa discusión. Su enfoque se asocia más a lo político y social que a lo artístico; una mirada que no termina de desarrollarse o de presentar cuál es su interés.

A pesar de que el director mantiene un cierto tono acorde al material seleccionado, a los espacios y a los acercamientos de dichas realidades, no se producen ni ritmos ni quiebres durante el filme. Por el contrario, se torna una monotonía que sólo se interrumpe debido a los timbres de voz de un hombre que graba propagandas para radio con uno de los jóvenes de la banda y que luego pasará por un avión sobre La Plata.

Esta chatura impide que se aprecie y destaque el gran trabajo de cámara de D’Angiolillo a través de los constantes cambios de ángulos, alturas y posiciones. Por ejemplo, en una escena donde la cámara vira de posición hasta mostrar que un joven está pintando uno de los costados de la autopista. De esta forma, se identifican dos composiciones opuestas: por un lado, el vértigo de la cámara y, por otro, la uniformidad de las bandas que se disputan la noche y las paredes.

El director, entonces, queda atrapado entre esa dicotomía que, finalmente, lo devora sin más. Como la avioneta que da vueltas sobre los campos con sus avisos de campaña política o las últimas pintadas que cubren, de forma parcial, aquellas que supieron ser un éxito en otra circunstancia.

Por Brenda Caletti
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