Valiosos retratos barriales
La edición 2015 de la Competencia Argentina será recordada como la de los documentales, o al menos como el año en que gran parte de las películas toman como materia base lo real, aproximándose a ella de las formas más disímiles. Allí está, por ejemplo, Rosendo Ruiz partiendo del trabajo de un taller educativo en un colegio secundario para realizar Todo el tiempo del mundo y Daniel Rosenfeld poniendo en abismo el carácter verídico del particular buscador de OVNIS que protagoniza Al centro de la Tierra.
Segundo largometraje de Julián D'Angiolillo después de la notable Hacerme feriante (BAFICI 2010), Cuerpo de letra filtra el mundo real a través de los mecanismos propios de la ficción, aprehendiendo como pocas películas nacionales recientes el espíritu de su tiempo. Porque, ¿qué son esos batallones que noche a noche inundan los murallones del conurbano con pintadas políticas sino uno de los tantos eslabones de la batalla discursiva y simbólica que atraviesa la Argentina?
D’Angiolillo muestra un gran tacto para aproximarse a su materia prima evitando el carácter aleccionador, además de un oído siempre atento al léxico de sus protagonistas. En ese sentido, Cuerpo de letra se encuadra en una tradición neorrealista (¿ya podría hablarse de un Nuevo Nuevo Cine Argentino?) amalgamando lo político con lo social sin jamás enunciarlo, prestándose a un diálogo fluido y frontal con Mauro. Al igual que los falsificadores de billetes del film de Hernán Rosselli, Ezequiel, suerte de hilo conductor del relato, se mueve en los márgenes del sistema, casi siempre oculto por la velocidad de su trabajo: un poco de cal, un par trazos gruesos y otra vez a refugiarse en la camioneta.
Dueño de una cámara cercana pero nunca asfixiante, D’Angiolillo apuesta, sobre la mitad del metraje, a complejizar a Ezequiel esfumándole su carácter robótico y develando sus anhelos artísticos y un particular oficio como asistente de un locutor de publicidades áreas que su jefe reproduce desde su avión. Publicidades que van desde carnicerías y demás comercios locales hasta, claro, propagandas políticas. Así, oscilando entre lo público y lo privado o, aún mejor, mostrando cómo lo primero condiciona lo segundo, Cuerpo de letra se convertirá más tarde en una película bélica, con pinceles y agua en lugar de balas y bayonetas.