Oficio de sombras
Tal vez a lo mejor que pueda aspirar una película sea a provocar en el espectador la ilusión de participar de una experiencia singular que amenace, al menos por un instante, con modificar su mundana existencia. Acaso no sea otra la motivación por la cual meterse en una sala con desconocidos a oscuras. La promesa del cine, su trampa, podría ser esta: la ficción de asistir a un acontecimiento breve pero lo suficientemente profundo como para promover en nosotros una transformación inesperada. O, lo que es lo mismo, una variación de nuestro punto de vista. Una alteración fugaz de la percepción capaz de promover la manifestación de una realidad diversa. La experiencia que ofrecería el cine sería entonces la posibilidad ver el mundo de otra manera. A partir de una historia, pero fundamentalmente a partir de la forma elegida para transmitirla. Lo que revelaría la definición de un estilo.
Cuerpo de letra, el notable segundo documental de Julián d´Angiolillo –Hacerme feriante es el primero- evidenciará desde el principio y durante todo el film aquella ambición determinante. Como si filmara siempre a sabiendas de que solo así, arriesgándose, arriesgando el pellejo como lo hacen sus personajes, es posible contar lo que se propone: el silencioso trabajo de las cuadrillas dedicadas a las pintadas políticas por encargo puntero. Oficio de sombras pobres que salen bien entrada la noche a marcar las paredes de las autopistas con triviales consignas electorales, pero que requieren paradójicamente de una habilidad sorprendente. La condición clandestina del trabajo y su complicada ubicación lo justifica. No cualquiera puede hacerlo. El trabajo exige precisión y velocidad. Un trazo delicado y ligero. Pero principalmente audacia. Y Ezequiel, el protagonista de la película, la tiene. Posee los atributos necesarios. Por eso apenas descubran su destreza –en este trabajo, como en el fútbol, están los encargados de cazar talentos-, lo incorporarán a un grupo de propaganda política. Su llegada no estará exenta de conflictos. Cerca de las elecciones, el espacio público se convertirá en una zona liberada a la contienda territorial, reservada a la extraña disputa entre brigadas de diversos candidatos.
El film de Angiolillo se ocupará de la cotidianidad de su protagonista. De su tiempo libre al frente de una banda de cumbia; también de su otro trabajo inadvertido ligado a la publicidad, pero dirigido al espacio aéreo: la grabación de anuncios destinados a la transmisión en el cielo mediante una avioneta que sobrevuela la ciudad. Trabajos impensados cuya realización efectiva no suele considerarse, pues su ejecutor permanece sin representación. Trabajos que a simple vista parecen no ser consumados por nadie, pero que exigen de una elaboración rigurosa, de una destreza inaudita. La misma destreza que empleará el director para filmarlos, para contar su existencia invisibilizada. Angiolillo intervendrá el espacio fílmico. Por momentos ciertos planos se fundirán con otros. La disposición de la cámara aparecerá muchas veces torcida, como si buscará cierta torsión que permitiese consolidar un punto de visión enrarecido. El oficio de Ezequiel reclamará para poder narrarse un trabajo formal específico, una puesta orientada a producir un paisaje casi fantástico de autopistas inextricables.
Cuerpo de Letra es una película extraordinaria. El film -entre el registro documental y la ficción- conquista una enorme significación política. Principalmente porque consigue extraer de la trivial consigna electoral toda su compleja dimensión encubierta, lo que su perversa vaguedad disimula.