El jueves pasado tuvo el estreno de Cuerpo de Letra, segundo largometraje de Julián D´Angiolillo.
El director de Hacerme feriante es un especialista en explorar microuniversos, personajes que muchas veces pasan inadvertidos, y bajo el lente de su realizador, adquieren un estatus de antihéroes contemporáneos, urbanos, narradores y protagonistas que abren las puertas de mundos que parecen ajenos, pero no lo son.
Cuerpo de letra, recorre y permite conocer a los protagonistas de los graffiteros políticos. Es tiempo de elecciones, y las autopistas, fronteras sin dueños, son los sitios perfectos para que los líderes partidistas contraten a artistas de murales para que pinten sus apellidos.
A través de los ojos de un debutante, el espectador entra de lleno en una contienda, un enfrentamiento a contrarreloj para depositar un mensaje en el subconsciente de la población.
Es un film político, pero al mismo tiempo no intenta serlo. Su tono distante, contemplativo, frío en cierta forma, permite que solamente se vea el trabajo de los protagonistas sobre su hombro. La cámara funciona como testigo de discusiones y charlas cotidianas. Conflictos a diario que deben enfrentar los personajes.
La carrera a contrarreloj de dos grupos opuestos por terminar antes, va en paralelo de la campaña política per sé. El ingenuo espectador comprende que detrás de cada mensaje, se esconde una maquinaria organizada y sindicalizada.
No se trata de arte, no se trata de expresión. Simplemente es un trabajo, de donde se puede desprender una mirada irónica acerca de la manipulación de los candidatos, la hipocresía y prejuicios de la sociedad.
Pero D´Angiolillo no juzga, deja que el espectador saque sus propias conclusiones, y eso convierte al film en un documento ingenioso, singular, imprescindible en este contexto social.
El realizador tiene un estilo donde pendula entre el clásico film de cámara-testigo, con una leve ficcionalización, que le permiten sostener una estructura narrativa y empatizar con los protagonistas.
Cuerpo de letra, es un drama social, pero también una sátira. La entrada a un micromundo repleto de soñadores y artistas que para seguir concretando su manera de expresarse deben venderse al sistema: el lobbismo, los punteros, las reuniones sindicales. Donde cualquier cineasta con pretensiones de armar un análisis político, falla, D´Angiolillo sale airoso. Porque no abandona su punto de vista, su mirada es puramente formal y social, comprometida con la ideología de los personajes, pero sin llegar al punto de criticarlos.