Evocación de desastres sin solución definitiva
Hace más de un siglo, el sabio Florentino Ameghino propuso un detallado plan de trabajos de nivelación y excavación de canales de desagües en la Cuenca del Salado, para evitar el desborde de varios ríos bonaerenses y sus consecuentes inundaciones. Desde entonces hubo temporadas lluviosas como la de 1978, con sus nueve inundaciones seguidas de sequía intensa, y asuntos sucios, como la distracción de dineros del Fondo Hídrico Nacional originalmente destinados a un plan maestro de canalización y remoción de obstáculos, algo que hubiera salvado del desastre a San Antonio de Areco. Pero nunca, soluciones definitivas. Esta película evoca una patriada de pueblo chico, en medio de una de las peores catástrofes.
Pasó en noviembre de 1985. En dos semanas, el agua de las lagunas "encadenadas" convirtió los campos en mar, arrasó Epecuén y asoló Carhué y Guaminí. Entonces algún inteligente mandó cerrar las compuertas de un canal, derivando el peligro hacia otro lado. Ese otro lado era la ciudad de Bolívar. Forzada por el terraplén de la ruta 226, cuyos constructores habían olvidado hacer los debidos pasos de escurrimiento, el agua no tenía otro camino. Un grupo de pobladores decidió entonces hacer una operación comando totalmente ilegal: consiguió dinamita y así abrió dos brechas en el terraplén. Eso permitió derivar parte del agua y reducir su velocidad, que de este modo apenas afectó algunas partes de Bolívar.
Los chicos de entonces recuerdan el entusiasmo con que se pusieron a pescar mojarritas en la vereda. Esta película registra a los mayores, que recuerdan aquello como un drama. La desesperación de los días previos, la angustia de los productores rurales, la comprensión de algún acopiador y el aprovechamiento de otro, capaz de estafar a los que ya venían perjudicados, la depresión de quien perdió todo, el nerviosismo de las dos comisiones formadas para enfrentar la crisis, la discusión con el gobierno provincial que mandó recomponer la ruta y apresar a los dinamiteros, entre ellos el propio intendente, el apoyo inmediato del pueblo, y en medio de todo esto la muerte de un funcionario municipal, arrastrado por las aguas.
Juan Felipe Choren, escritor, poeta y hombre de teatro, vivió todo eso cuando era chico. Acá lo evoca, y evoca a su padre agobiado por las pérdidas. Entonces, en sus manos, "Cuerpos de agua" entremezcla el registro documental, los testimonios de víctimas y protagonistas, y el poema melancólico de amor y tristeza por el ser querido que perdió la alegría. Agrega también la escenificación de un episodio cruel de cacería, y el llamado de alerta: las imágenes aéreas de vastas tierras inundadas que se ven en esta obra no son del 1985. Son actuales.