La fórmula de la felicidad
Se equivocaba León Tolstoi cuando decía que todas las familias felices se parecen y Cuestión de tiempo podría servir para probarlo. En todo caso, la felicidad de la familia del joven Tim (Domhnall Gleeson) es tan exclusiva como la capacidad de viajar en el tiempo que él hereda de su padre (Bill Nighy).
La idea de los viajes temporales tiene una larga historia en la ciencia ficción. Y sólo en su variante romántica fue ensayada con distinta suerte en el cine, desde la genial El día de la marmota hasta la fallida Te amaré por siempre(también con Rachel McAdams). Pero la expectativa consistía en saber qué fruto daría esa idea en un director y guionista tan dúctil como Richard Curtis (autor de Cuatro bodas y un funeral, la saga de Bridget Jones y Notting Hill). El resultado puede compararse con una de esas canciones pop que tienen una letra sensible, incluso inteligente, pero un estribillo demasiado empalagoso.
A los 21 años, Tim se entera de que posee la habilidad genética de viajar en el tiempo, aunque sólo puede aprovecharla para remediar los errores que cometió, los suyos, no los de la humanidad. En ese límite, reside la clave del argumento. Consciente de que es flaco, pelirrojo, feúcho y torpe, Tim decide usar su don para encontrar a la mujer de su vida (Mary, en el cuerpo de McAdams). Algo que sucede mucho más rápido de lo habitual en una comedia romántica y que sin dudas es un indicio de que la película no se reduce a un idilio.
Curtis es un cineasta ambicioso, no se conforma con el amor de una pareja, necesita más aire para experimentar su fórmula de la felicidad. En este caso, la atmósfera abarca a toda la familia de Tim, compuesta por un padre que tiene el mismo don que él, un tío que vive en el limbo, una madre realista a su manera, y una hermana amorosa pero disfuncional. Mientras que la sociedad apenas si está representada por un dramaturgo malhumorado, dos o tres amigos y amigas, y personajes ocasionales, como los padres de Mary.
La química entre Gleeson y McAdams, el resplandor que emite cada escena donde aparece Bill Nighy y cierta gracia natural inglesa, en la que el artificio de un mundo familiar aislado de los conflictos sociales no peca de artificioso, podrían haber hecho de Cuestión de tiempo una obra maestra de la reconciliación con la vida cotidiana.
Sin embargo, Curtis puso dentro de sus personajes algo así como un filósofo adicional que siempre les hace decir una o dos frases más de las necesarias, de modo que el mensaje de levedad queda anclado a la tierra, con una carga de solemnidad demasiado pesada que le impide remontarse hacia el cielo de las comedias fantásticas.