La Basurita
A Richard Curtis no le cuesta desprenderse de sus creaciones. El tipo es un guionista hecho y derecho. Independientemente del contenido, dejando a un lado la naturaleza recurrente de todo su material, hay que destacar eso; el increíble volumen de su producción creativa. IMDB indica que participó en la composición de más de 40 títulos. Muchos de ellos, la mayoría, corresponden al formato televisivo.
En cine, dejó su rúbrica en 11 películas. ¿Dirección? Sólo tres. Sobre la primera, Realmente Amor (Love Actually, 2003), se puede debatir eternamente. ¿Cursi o genuino? ¿Manipulación sentimental o declaración poética? Sobre la segunda, Los piratas del rock (The Boat That Rocked, 2009), aunque no tan popular, parece existir un consenso más generalizado sobre su mérito artístico y narrativo. Cuestión de tiempo (About Time, 2013) es la tercera (y parece que la última) película en donde Curtis asume, en conjunto con la elaboración del relato, el control absoluto sobre las decisiones técnicas. Resulta insólito como un escritor de sus características reviste de tanta singularidad a una obra que muchos podrán rotular de trivial y golpebajista, pero que ha perfeccionado hasta un punto francamente reverenciable.
En su cumpleaños número 21, un joven británico recibe la clave para el secreto mejor guardado de todo su linaje. Los hombres de su familia, desde tiempos inmemoriales, gozan de la extraordinaria habilidad de viajar en el tiempo. Hay ciertas normas o mejor dicho ciertas fronteras en su travesía a través de la cuarta dimensión: sólo puede visitar, o volver a revivir, episodios de su pasado. No puede ir más atrás ni más adelante. Pronto el joven descubre los beneficios de este peculiar talento y reconoce una situación en particular como objetivo regular y fruto de sus obsesiones.
Ya descartó la contemporaneidad con su primera película y el cine de época con su segunda. Esta vez coquetea con la ciencia ficción, aunque de ciencia carezca absolutamente. La excusa es el viaje en el tiempo, ese es el motivador de la historia. Actuando sobre la premisa, novedosa quizá hace 25 años, de la posibilidad de revivir una cantidad de veces indeterminada un pequeño fragmento de su vida, un instante en el tiempo, el protagonista se inmiscuye en sus propias telarañas cronológicas en un ejercicio perpetuo de especulación y moldeamiento temporal. Tim se llama en la ficción y Domhnall Gleeson en la realidad. Quizá conozcan mejor a su padre, el gigante irlandés, Brendan Gleeson. Su padre ficcional lo encarna un habitué en las cintas de Curtis, el maestro Bill Nighy. La bipolaridad interpretativa de Rachel McAdams afortunadamente, esta vez, logró agrupar todas las cualidades elogiables de una actriz sin mucho rango pero indudablemente eficaz.
Algo nos quiere decir Curtis. Y a pesar de que la presentación varíe el mensaje siempre cuenta con un denominador común y tiene que ver con la condición humana y la consistencia de los vínculos interpersonales que enlazan o distancian a la gente. Afecto, lealtad, confianza. Cualquiera que sea la resolución del cuestionamiento sobre sus métodos y la profundidad de sus artificios, no se puede soslayar el alcance de su prédica y la capacidad de condensar emociones y encauzar el diluvio.