No hay nada malo en la cursilería si la historia lo vale. Richard Curtis lo sabe, y a la hora de presentar documentos para sostenerlo, tiene credenciales de sobra: el hombre se desempeñó como guionista en pequeños clásicos de la talla de Cuatro Bodas y un Funeral, Notting Hill y El Diario de Bridget Jones, y desde la dirección mostró sus dotes como narrador en el querible film de estructura multiprotagonista Realmente Amor (Love Actually). Su nueva película, Una Cuestión de Tiempo, lo encuentra en su momento más emotivo y tierno, lo cual es muchísimo decir, y vuelve por sobres los temas del amor que le obsesionan tanto: la búsqueda de la felicidad y el compartir la vida con una persona como meta máxima.
Sin embargo, algo resalta a esta película por sobre las demás de su filmografía: por primera vez introduce el elemento fantástico, a través de teorías y prácticas de viajes en el tiempo, que no vale la pena detenerse a analizar para comprobar su inverosimilitud, porque no es tampoco esa la idea. Basta con saber, como le explica su padre, que "no puede retroceder en el tiempo para asesinar a Hitler porque, al no haberlo conocido, no tiene ese recuerdo como para estar allí". El personaje principal, hijo heredero de esta notable virtud que se manifiesta únicamente en esta familia en aquellos integrantes con cromosoma Y, decide entonces apostar al amor. La primera opción, el dinero, parece una mala idea, ya que ganar la lotería conociendo los resultados suena interesante, pero cualquiera que haya visto cómo le fue a Biff Tannen en Volver al Futuro II sabe que el plan puede fallar. Y, por si lo olvidamos a esta altura, esta es una película de Richard Curtis, de modo que la bondad y la inocencia serán ingredientes esenciales de éste cocktail embadurnado con miel y dulce de leche. Las "travesuras" temporales servirán entonces para que el protagonista, Tim (Domhnall Gleeson, hijo del gran Brendan), consiga conquistar al amor de su vida, aprendiendo de los errores en cada "Toma 2" disponible gracias a su increíble talento.
No obstante, no tardará demasiado éste, por fortuna, en darse cuenta que lo importante es "vivir cada día como si fuese el último" y para eso no hace falta viajar en el tiempo, y si bien la moraleja fácil vuelve a surgir al finalizar la película, al menos ya resulta obvia desde el primer momento, y la narración evita abordar ese camino simplista. Ahí radica justamente el encanto de Una Cuestión de Tiempo: Curtis conoce los clichés y no los evita, pero sí sabe utilizarlos bien. Gleeson resulta una figura impecable para el rol de príncipe azul (pelirrojo, en verdad), mientras que Bill Nighy como su padre, habitual colaborador del director, esboza una performance tan encantadora que termina robándose la película con un epílogo emotivo impecable. Mención aparte merece Rachel MacAdams, más hermosa que nunca, a esta altura acostumbrada al género comedia-romántica, quien inclusive contaba ya con experiencia en el rubro viaje-temporal luego de The Time Traveller's Wife (Más Allá del Tiempo).