Lo cursi no quita lo valiente
¿Existen los placeres culpables? Hay quienes dicen que si genera placer, no se debe sentir culpa. ¿Pero cómo explicar -entonces- el placer que genera una película que plantea un mundo idílico, de amor almibarado, de lazos familiares inmejorables, de reflexiones demasiado cercanas a las verdades de perogrullo? Cuestión de tiempo es una de esas películas que tiene todos esos elementos que habitualmente generan irritación. Bueno, su director Richard Curtis -mejor guionista que realizador- es el mismo de la repudiablemente boba Realmente amor. Así que imaginen el tono y grosor de las emociones que trabaja. El asunto es que Cuestión de tiempo viene a demostrar una verdad irrefutable del cine: lo que importa en definitiva es cómo se mezclan y ponen en escena aquellas cosas que se tiene para contar. Básicamente lo fundamental es tener algo que contar, y saber hacerlo. El cine es -en definitiva- tiempo en movimiento que se hace tangible. Y el film, que aborda la fantasía, la comedia romántica, el drama familiar, el absurdo y el cuento de hadas, hace que cada pasaje tenga su peso, pero logra un todo que se vale por la forma en que cada parte se ensambla gracias al timing de los actores, la narración y los diálogos (la secuencia del restaurante a ciegas es un hallazgo donde confluyen estas tres vertientes).
Tenemos a un joven muy tímido con las mujeres, que descubre el día que cumple 21 años que los varones de su familia tienen una virtud: pueden viajar en el tiempo, siempre hacia su pasado y a lugares donde recuerden haber estado. Virtud, que como bien le explica el padre, puede trocar fácilmente en tragedia: entonces, más allá la historia de amor (y el tráiler y el póster se empecinan en venderla como una de amor con Rachel McAdams) lo principal de la película es pensar ¿qué hacemos con el tiempo? Y ¿qué hacemos con el tiempo cuando, encima, se lo puede replicar infinitamente hasta encontrar el mejor presente posible? Ese qué hacer con el tiempo se convierte en el leit motiv, el que sobrevuela siempre tanto en la historia de amor de Tim y María, en el vínculo del protagonista con su padre, como en cada rincón que la película decida transitar. Hace un par de décadas Hechizo del tiempo le daba posibilidades parecidas a su protagonista. El dilema, básicamente, era el mismo. El tiempo, algo tan inherente al ser humano, es material supremo para el cine y para las emociones. Cuestión de tiempo parte de un mecanismo fantástico, pero hace lo que saben hacer las buenas películas de fantasía: no explica su andamiaje, no quiere justificar todo lo que no cierra. Incluso es muy divertido porque el protagonista sólo usa ese poder para una tarea tan “ordinaria” como conseguir novia.
El tiempo tiene dos variantes que son el reverso: por un lado es transcurrir, y de ahí la experiencia de vida, todo lo que viene con los años (esa forma acumulativa del tiempo), y la alegría de la energía de lo vital; pero por el otro tiene lo fatal de la finitud, ese saber que se termina, que se acaba y que -irónicamente- no hay tiempo atrás: el tiempo pasado es una proyección de la memoria. Cuestión de tiempo se hace cargo de estos asuntos (no de gusto el protagonista sólo puede volver hacia lugares donde estuvo), mientras cuenta el cuentito del chico que conoce a la chica y que forma una familia como réplica a la experiencia que le transmite su padre. Lejos de cualquier conservadurismo, Curtis dice que existen diversas formas de felicidad -la del protagonista es tan sólo una posible-, pero que todas se relacionan con el saber apreciar el presente. Casualmente, el único tiempo sin tiempo. Es ahora, ya mismo. Lo demás es memoria o especulaciones. En el fondo, y más allá de su musicalización efectista, algunos diálogos explícitos en sus emociones y la acumulación de subtramas que rompen algo la fluidez del relato hacia el final, Cuestión de tiempo habla de los vínculos, de las relaciones y de los saberes que se transmiten. Y lo hace con la nobleza del buen artesano y con la coherencia de que la cursilería puede ser sofisticada si se la trabaja en serio.