Basada en el best seller de Michael Connelly, Culpable o inocente exhibe, de a ratos, un encanto singular en relación con el mundo recreado. Esos títulos iniciales, encajados en un mosaico de imágenes urbanas y ritmo de funk, hacen preveer un muestrario de objetos sofisticados, pero no se trata más que de una simple introducción. El personaje central, Mickey Haller (Matthew McConaughey), es un abogado sin escrúpulos que recorre la ciudad en su lujoso Lincoln Continental conducido por un chofer negro. Cuando abandona ese auto –su fachada, su oficina– el contexto se nos revela tal como es, y una Los Angeles sucia, árida, hiphopera y desprovista de glamour hollywoodense se despliega ante nuestros ojos. El canchero Mickey no se preocupa. Le va bien con lo justo, aunque no le vendrían mal unos dólares extra. Al ofrecerle uno de sus amigotes (John Leguizamo) la defensa de un tal Louis Roulet (Ryan Phillippe), no duda en aceptar. Roulet, un niño rico, fue acusado por una prostituta de propinarle una paliza descomunal. Todo parece normal hasta que el protagonista se descubre en medio de una trampa relacionada con un viejo asesinato a cuyo condenado también le tocó defender.
Las remembranzas de aquellos thrillers judiciales de los 80 y los 90 inspirados por las novelas de John Grisham (uno de ellos, Tiempo de matar, que también protagonizó McConaughey) son palpables. También se detecta, más lejana en el tiempo, la influencia de algunas obras maestras (Doce hombres en pugna o Anatomía de un crimen son palabras mayores, pero la identificación, aunque borrosa, persiste). Ante todo, Culpable o Inocente es un film de género más, donde cada elemento es aprovechado al servicio de la expectativa. Sería injusto buscar reflexiones profundas de ética y moral, deliberaciones sobre el Bien y el Mal que no parezcan extraídas de un folleto y personajes cuya densidad psicológica nos desborde. Nada de eso hay aquí y no está mal que así sea.
A la película de Brad Furman le alcanza con un puñado de situaciones ingeniosas y un elenco notable. McConaughey no es un gran actor pero se las arregla bastante bien con su carisma de yanqui sureño. Lo acompañan el siempre sobresaliente William H. Macy como su detective privado, la siempre hermosa Marisa Tomei como su mujer y el siempre ochentoso Michael Pare como el policía que le hace la vida imposible, además de los mencionados John Leguizamo y Ryan Phillippe. El caso de este último es curioso: su irremediable aspecto de universitario orgulloso y prepotente coincide con la naturaleza del personaje que interpreta, y su performance, con todas las limitaciones acostumbradas, termina por resultar más o menos convincente. Se advierten, no obstante, algunos puntos débiles en la trama. El desenlace se extiende más de lo necesario y la narración sufre por algunas vueltas de tuerca sin demasiado sentido. De todas maneras la eficacia del producto final excede dichas flaquezas, y la última escena, con el tropel de motoqueros a lo Hell’s Angels rodeando el Lincoln, nos entrega esa imagen pintoresca, distintiva, que tampoco debería faltar en una buena obra de género.