La película de Pablo Ignacio Coronel destierra cualquier carácter pretencioso de entrada y deja de manifiesto su espíritu colectivo. No se trata solo de un autor/director sino de un trabajo colaborativo entre los artistas y la gente de distintas partes del mundo. Es decir, una película que es de todos y todas, consagrada a la cumbia. El punto de partida es individual (una pregunta que se hace el realizador e integrante del grupo Rosa Mimosa y sus Mariposas, banda que anduvo rodando por diversos lugares, incluso más allá de Latinoamérica). Pero el desarrollo incorpora una multiplicidad de voces que testimonian algo sobre un género popular, masivo y festivo.
Una voz en off guiará el viaje y se alternará con simpáticos registros de la cocina de la gira y de las participaciones escénicas. Un elemento importante es que nunca se descuidan las reacciones del público ni los rituales de la gente por los barrios. Lejos del egocentrismo de otros estilos musicales, la cuestión comunitaria cuenta y mucho. “La cumbia pone a bailar a todo el mundo” dicen por ahí y la voluntad por contagiar la pasión es evidente, sobre todo porque la música se hace escuchar en todo momento. Y es la mejor respuesta ante la pregunta inicial que dispara el documental con las imágenes de la gente en trance, poseída por el calor de un ritmo al que nadie le esquiva, aun en Portugal, Japón, y otros lugares impensables a priori. Y ahí reside la fuerza, el centro del huracán bailable, cuando las partes expositivas le ceden el paso a la pachanga. Y en efecto, lo mejor de la película se encuentra en esos intersticios por donde se cuela la pasión, donde los cuerpos de quienes bailan parecen abstraerse del mundo y entonces se confirma la tesis visualmente: la cumbia es un estilo popular, arraigado a las raíces de cada lugar, capaz de desparramarse por toda la tierra porque toca una fibra corporal imposible de explicar con palabras.
Hay dos peligros que sobrevuelan en términos generales a estas propuestas. Una es la estética publicitaria; la otra, un desdén por los aspectos técnicos, como si el mensaje estuviera por encima de todo. No es el caso. Coronel es cuidadoso y cuenta con un equipo donde la fotografía, el sonido y la cámara se destacan y ennoblecen aquello por lo que se apasionan. Es un buen gesto y se corresponde con la dignidad hacia un género muchas veces menospreciado o mirado desde las alturas. Contrariamente, su realizador tiene en claro que el lugar está abajo, con la gente.
Por Guillermo Colantonio
@guillermocolant