Hay que saber ver y escuchar
Es cierto que la historia es conocida, que se sabe cómo terminará y que algunas resoluciones argumentales suenan forzadas. Pero es cine de ayer con los condimentos de siempre, un plato bien servido que roza sentimientos ignorados por los filmes efectistas de estos días. Habla de la amistad, de las vocaciones, del paso del tiempo, de las competencias, del ajuste de cuentas con el pasado y de la importancia del azar, en la cancha y en la vida. Es convencional, candorosa y liviana, pero transmite nobleza.
Clint Eastwood es un caza talentos de beisbol que en cualquier momento empezará a jugar para el equipo de los jubilados. Es gruñón y solitario. Ve poco y sólo escucha. Y su hija es una abogada exitosa que lo acompañará al viejo entrenador en su búsqueda de nuevos jugadores. Tienen una relación tensa y distante. Y no saben que en ese viaje encontrarán algo más que un buen jugador. La encantadora Amy Adams pone toda su calidez al servicio de un personaje entrañable que necesita pasar en limpio los difíciles partidos que le ha tocado jugar. Y aprenderá que al querer salvar a su padre también pondrá a salvo su vida, tironeada entre un novio y un trabajo que no la colman. El filme no es redondo, pero es cálido, ingenuo y está sostenido por un elenco excepcional, aunque Clint ya no está para ponerse delante de la cámara. Tiene el aroma antiguo de una de esas películas que dignifican a la buena gente y recompensan a los que apuestan por la vida. Este padre y esta hija se redescubren: ella aprenderá a ver y él aprenderá a escuchar.