Clint Eastwood a los 82 años se somete al rigor de las cámaras para interpretar una vez más su personaje, inolvidable, de viejo cascarrabias en “Gran Torino” (2009). En esta oportunidad se aleja del boxeo (“Millon dollar Baby”, 2004) y del Ruby (“Invictus”, 2010) para incursionar en béisbol en “Trouble with the curves” -“Curvas de la vida”, o como se tradujo en España “Golpe de efecto”-, para ponerse bajo el mando, en el debut como director, de su asistente de larga data (20 años): Robert Lorenz. Clint Eastwood no deja nada al azar y se aseguró la producción, tal vez para definir el corte final.
“Curvas de la vida” no es una película de beísbol a pesar de que el beísbol aparece tangencialmente en la historia, tampoco se trata de un melodrama (género favorito de Clint Eastwood en los últimos tiempos), es un filme cuya trama apunta a los vínculos, ya sean entre padre e hija, de trabajo o de amigos, entre jugadores, y también entre rivales cazadores de jóvenes talentosos para llevarlos a las ligas mayores.
“Curvas de la vida” es una metáfora a medio camino entre lo obvio y temas que nos permiten reflexionar, cuando éstas están empleadas por creadores de talento. En este caso deja entrever los problemas del juego (un rolling toque de bola errante, o un fly que cayó bien o un paso fuera de velocidad que sólo toma el borde de la zona de strike o un Slider), y los cambios inesperados que nos ofrece la realidad, que siempre son un quiebre o una curva del destino en nuestras vidas.
“Curvas de la vida” es una realización que retrata a un hombre de 80 años, que va perdiendo la vista y que todo el tiempo rumia para sí mismo su mal humor -aunque ya no sea frente a una silla vacía de una campaña partidaria- sino en su trabajo de cazatalentos que se ve amenazado por un joven ejecutivo (Matthew Lillard – Saggy en Scoby Doo, 2002) , que no dejará de sorprender con su curioso curriculum profesional ) cuyo enfoque del beísbol carece de experiencia y todo lo mide a través de números y computadora, si hubiera sido protagonista de “Moneyball” (2011) sería un héroe, pero “Curvas de la vida” es el anti-“Moneyball”. En una se burlan de los instintos y la intuición, y en este caso los privilegian.
Los últimos filmes Clint Eastwood, “Space Cowboys” (2000), “Gran Torino”, hace triunfar la experiencia sobre la inteligencia juvenil. Tanto Robert Lorenz como el guionista Randy Brown en el terreno metafórico poseen grandes limitaciones, pero a pesar de que mantienen la línea de su maestro, poco se deja ver la rúbrica de éste en la producción.
El fotógrafo Tom Stern enfocó su cámara hacia lugares al aire libre en una paleta restringida de bonitos paisajes de Carolina del Norte, sin demasiado sol, poco nublado y casi nada lluvioso, y a los edificios de Atlanta. En ese marco Gus se encontrará con su hija Mickey (Amy Adams), llamada así en honor al gran jugador de los yankees Mickey Mantle, exitosa abogada a punto de convertirse en socia de importante de una firma de abogados, en la que ella tratará de restablecer la relación perdida con su padre. También se da un toque de música countrie con un baile que se llama “cooning” y el maravilloso tema “You Are My Sunshine”, en un pub en el cual Mickey entabla relación con Johnny (Justin Timberlake), el rival joven de Gus en la exploración del semillero de jugadores.
La trama propiamente dicha es el eterno conflicto edípico entre padre e hija, por el abandono al fue sometida Mickey desde que, al enviudar aún joven, su padre la entregó a parientes y orfanato. El guión busca conectar a padre e hija durante un fin de semana en Carolina del Norte, donde él debe considerar comprar o no un nuevo bateador para los Bravos de Atlanta y ella debe elegir entre dedicare full time a la abogacía o escuchar a su corazón que es el que mantiene viva su verdadera vocación, también relacionada con la búsqueda y representación de nuevos jugadores. Asimismo Mickey debe elegir entre abandonar a su novio o relacionarse con Johnny, el ex jugador que en su momento fue descubierto por su padre, y por un accidente se convierte en explorador para los Red Sock y luego en su impensado pretendiente. En uno de los cuatro días se revelará el secreto que atormentó a padre e hija durante más de veinte años, el por qué del aislamiento, y en el cual a modo de homenaje, con un fotograma, el director trae a la memoria del espectador a Harry Callaghan (“Harry el sucio”, 1971), en el momento de matar a un hombre por que había manoseado a su hijita de siete años.
Por otra parte la producción se apoya en los excelentes roles secundarios de Bob Gunton, George Wyner, Robert Patrick, Ed Lauter, Chelcie Ross o John Goodman, que como amigos son incondicionales. Pero a pesar de contar con buenos intérpretes el filme tiene demasiados altibajos por el modo irregular en que la dirección realizó la edición, fotografía, encuadres y sostener la muy deslucida banda sonora de Marco Beltrami. A pesar de los errores no deja de ser un buen debut para el realizador que siguió a pie juntillas la regla de oro hollywoodense de los tres actos, con una historia en la cual el espectador no tiene sorpresas y que a pesar de la peripecias el final, es feliz.