“Dark Waters” dirigida por Todd Haynes (“Six By Sondheim” 2013, “Carol” -2015, “Wonserstruck” 2017, título original del filme, creemos que es más acertado que el que el que se le puso para la versión en español “El precio de la verdad”. “Aguas oscuras” resume mucho mejor el sentido de lo que trata, sobre la contaminación de las aguas en un pueblo de Virginia Occidental. El sentido subliminal del título no sólo hace referencia a las aguas contaminadas por productos químicos. sino atambién a la corrupción (judicial, parlamentaria, gubernamental) que existe alrededor de las grandes empresas químicas, a las que poco les importa la salud no sólo de las personas o animales que existen alrededor, sino también a la tierra sobre la cual están construidas sus fábricas. En nuestro país existen varios ejemplos de lucha sistemática contra estas corporaciones. El peligro de los 44 proyectos mineros que directamente se encuentran en zona glaciar, de los cuales 30 los llevan a cabo empresas de Canadá; 31 son en la provincia de San Juan; 21 buscan extraer cobre, 18 buscan oro, y uno, la empresa canadiense Pacific Bay Mineral que evalúa la posibilidad de obtener uranio en Arroyos Pajaritos (Chubut). El caso más emblemático es la mina Veladero, en la provincia de San Juan, operada por la compañía multinacional Barrick Gold, y el de la mina San Guillermo, que pertenece a las Reserva de Biósfera “San Guillermo”, el sitio de mayor concentración de poblaciones de vicuñas de nuestro país, y forma parte desde 1981 de la Red de Reservas de Biósfera de la UNESCO. A semejanza de “Baraka” , que en árabe significa “bendición divina” y en sufí “aliento de vida” , dirigida por Ron Fricke en 1992, “A civil action” realizada por Steve Zaillian en 1998, y “Erin Brockovich” por Steven Soderbergh en el 2000), “Escandalo en el poder” en 2015, por Austin Stark, entre otras. A las que ahora también se han sumado las series televisivas de HBO y Netflix filmadas en: Grecia, Alemania, Turquía, Noruega, en esta especie de cruzada contra la contaminación ambiental y la voracidad de las industrias químicas, a la que también se le anexa otro fenómeno que está apareciendo: el tráfico de órganos con la entrada ilegal de los refugiados. En la pantalla grande vemos a veces las verdades que no queremos conocer, por comodidad, por desconocimiento, o porque es mejor no pleitear con empresas poderosas que sabemos siempre van a ganar, ya que gran parte de sus suculentas ganancias se reparten entre jueces y otros intermediarios del poder. “El precio de la verdad” es uno de esos filmes aleccionadores y con una gran virtud, la denuncia (que sin ser perfecto ya que posee varios espacios en blanco en su guion), muestra una realidad tan terrorífica como alucinante. El agresor o asesino es una sustancia aparentemente mágica de la era moderna llamada teflón, destinada a hacer la vida más fácil de las amas de casa, pero que en realidad enferma a toda la familia. Y sus residuos contaminan la tierra, enloquecen a los animales (como las vacas locas), y a la población le ennegrece los dientes y afectas a sus pulmones. Un panorama nada alentador al que se le sumaban los anuncios publicitarios, como uno que apareció en Londres que sugería: “Elija una sartén recubierta de teflón como elige un hombre. Lo que hay dentro es lo que cuenta”. En esta época en que cualquier palabra cuenta, no sabemos cómo funcionaría el colectivo MeToo, ya que el mensaje es horrible. no sólo para los hombres sino para las mujeres que son utilizadas como objetos estúpidos que pueden comprar cualquier cosa,. Si hacemos memoria los recuerdos nos llevarían a ver como todas las mujeres corrían a comprar el mágico teflón, sin saber que adquirían un ticket a su propia muerte. ¿De qué estaba compuesto teflón? Aún no se sabe, es como la fórmula de Coca Cola, súper secreta. Pero una parte se descubrió, es ácido perfluorooctanoico (PFOA, también conocido como C8), el resto de los componentes se mantienen ocultos. En “El precio de la verdad” el espectador conocerá a Wilbur Tennant (Bill Camp), un granjero de Virginia Occidental lleno de ira, cuyos animales (y medios de subsistencia) mueren horrible e inexplicablemente en su hacienda. Tiene sus sospechas sobre la causa, pero las muertes son un enigma tan misterioso que lo lleva a buscar ayuda en un abogado corporativo: Rob Bilott (Mark Ruffalo), quien se convirtió en el gladiador de los rancheros y luchó contra DuPont. La historia se basa en un artículo de 2016: titulado "El abogado que se convirtió en la peor pesadilla de DuPont", de Nathaniel Rich que se publicó en The New York Times Magazine. En los años ‘60 la escritora Rachel Carson en su libro “Silence Sprint” (Primavera silenciosa) ya denunciaba los efectos perjudiciales de los pesticidas en el medio ambiente, especialmente las aves, y culpaba a la industria química de la creciente contaminación. Algunos científicos lo calificaron de fantasioso, pero para muchas personas se trata del primer libro divulgativo sobre impacto ambiental y se ha convertido en un clásico de la concienciación ecológica. Sin embargo, a pesar de la conexión ambiental, “El precio de la verdad” es más convencional que el trabajo habitual de Haynes en su estructura narrativa y enfoque del material. La película se centra en detalles muy técnicos, tanto químicos como legales, para demostrar primero el grave peligro al que DuPont exponía a la población. La fotografía es técnicamente impecable, con un enfoque preciso (por la cámara Edward Lachman), sobre paisajes urbanos deshumanizados, casi apocalípticos, en un conjunto sombrío, contrastados con paisajes campestres sin color y sombras oscuras que parecen manchas que se agigantan por el impacto del sol. La diagramación es como una cuadrícula en la que el espectador deberá acceder como si fuera una ficha de ajedrez. “El precio de la verdad” opta por hacer énfasis en todos los años que se requirieron para poder convencer a las autoridades gubernamentales de la responsabilidad de DuPont, y de soslayo a Monsanto, la carga emocional que eso implicó para todos. En su crónica de Rich sostiene: “No fue una espera pacífica. La presión sobre Bilott en Taft había aumentado desde que inició la demanda colectiva en 2001. Los honorarios legales le habían otorgado un aplazamiento, pero a medida que pasaron los años sin una resolución, Bilott continuó gastando el dinero de la empresa, no pudo atraer nuevos clientes, y se encontró en una posición incómoda”. Pero DuPont no sufrió mucho tiempo por su pérdida, en 2019 se fusionó con DOW Chemical para formar un conglomerado de superpotencias sosteniendo: “¿Por qué espera un futuro mejor? “Vamos a inventar uno mejor ahora”.
“Sir” título original del filme de Rohena Gera establece desde el comienzo un espacio referencial de clases, a la vez que la historia se centra en un romance transgresor, al estilo cenicienta, pero con un final abierto a la incierta realidad. “Querido señor” ambientada en Mumbai recuerda “The Scent of Green Papaya” (“El aroma de la papaya verde”,1994), de Tran Ahn-hung. por la descripción del amor furtivo entre el hijo del empleador y su doméstica. Y también "The lunchbox" (“La lonchera”,2014), el largometraje debut de Ritesh Batra, entre un viudo y un ama de casa decepcionada. “Sir” (“Querido señor”) es el primer largometraje de ficción de Gera, previamente dirigió, en 2013, un documental sobre el matrimonio arreglado, “¿Qué tiene que ver el amor con eso?” (“What's love got to do with it?”), por lo tanto ella no es ajena al panorama romántico de la India moderna. Es un filme de los que se llaman “menores”, pero intencionalmente es crítico, satírico y aleccionador. En “Querido señor” a través de una historia simple, sin engaños ni subterfugios, el espectador es testigo de un mundo muy diferente al suyo, con costumbres que son ajenas y diametralmente opuestas a occidente. Al igual que Rima Das ("Village rockstars", 2017) Gera es una directora hindú que hace hincapié en el empoderamiento de las mujeres frente a las dificultades económicas y a una sociedad esencialmente machista. En “Querido señor” Ratna, interpretada por una excelente Tillotama Shome (“Monsoon Wedding” –“Boda del Monzón”, 2001, de Mira Nair), queda viuda dos meses después de su matrimonio arreglado. En la India las viudas deben usar unas pulseras especiales para demostrar su estado (durante el viaje a Mumbai se la verá sacarse esas pulseras, para luego cuando regresa al pueblo se las volverá a colocar). La familia de sus suegros es numerosa y ya no la pueden mantener más, por lo tanto es obligada a ir a Mumbai a trabajar en la casa de una pareja de recién casados, cuyo matrimonio fracasó antes de comenzar. De ese modo Ashwin (Vivek Gomber), regresa a su departamento como soltero. Ashwin es un joven arquitecto más familiarizado con la cultura occidental que con la suya propia. Toda la acción, en los espacios interiores como los exteriores, se desarrolla bajo el punto de vista de la observación del mundo cotidiano de Ratma, que proviene de una remota aldea con costumbres cerradas y ancestrales, e ingresa a la gran ciudad a vivir en el frenético vaivén que oscila entre empresas multinacionales, pequeñas microempresas y trabajos artesanales. El punto de vista esencial de Rohena Gera, como buena documentalista, es subrayar la discreción, el decoro, la moderación que rige en los diferentes estratos de la sociedad. Ella construyó la película en base a pequeños incidentes que se desarrollan como un encadenamiento secuencial hacia la generación de un clímax dramático. Visualmente se deleita con la cámara subjetiva de Dominique Collin que enmarca con cuidado y sin prisas los rituales domésticos, los de la calle, el mercado, y basurales dispersos en cualquier esquina de la ciudad. Este manejo de la cámara ofrece una sensualidad inesperada y sutilezas poco comunes para mostrar los estados emocionales de cada personaje. La cámara también sigue los utensilios culinarios que se deslizan por las habitaciones de los protagonistas, y mantienen el secreto de dos personas que están separadas por sus clases, pero conectadas entre sí. Muestra también el modo de comer del campesino que no sabe usar cubiertos y lo hace con las manos, y sentados en el suelo, mientras que los señores se mofan de su modo de actuar. Estas escenas son la crítica a una sociedad que no establece la cultura como prioridad y deja a millones de personas en el más completo aislamiento. Por eso Ratma se obsesiona para que su hermana estudie y escape de esa miseria mental. Los sonidos en “Querido señor” son importantes, incluyendo los de la música extadiegética porque marcan el ritmo de la vida cotidiana entre la ciudad y el campo. Los diálogos son escasos, casi se limitan a monosílabos, entre patrón y criada, pero más extensos entre los que forman parte de su misma casta. Aunque la ambición profunda de Ratma es convertirse en diseñadora, le es difícil encontrar quien le enseñe a coser, porque es una profesión masculina que trata de mantener a las mujeres aplastadas para continuar teniendo mano de obra barata. Una de las escenas más tiernas y románticas es cuando Ashwin le regala una máquina de coser. Y la otra, cuando la ve bailar durante el festival de Ganesh, el dios más adorado por los hindúes, con cuerpo humano y cabeza de elefante. Ratma ama por sobre todas las cosas la libertad y la independencia, por ellas trabaja e incluso le envía dinero a su hermana Choti, para que estudie y pueda escapar del universo pueblerino en el que vive. Pero el plan de Choti es otro, es ir a la gran ciudad a cualquier precio. A veces la imagen es muy discreta, apenas sensible, pero actúa especialmente para mostrar los espacios reducidos que simbolizan la jaula dorada y minimalista de Ashwin, y el palomar Kitch, atiborrado de ropa colgada y gente, en que vive Choti, la hermana ahora casada con un delincuente, que soñaba con la gran ciudad “Querido señor” es un filme intimista, de soledades compartidas, en el que hay que observar cómo una personalidad y un destino estarán forjados por la receptividad del mundo (emocional y físico) que los rodea.
“El Escándalo” es un filme que pone al descubierto los móviles internos de una gran compañía de medios audiovisuales como Fox News. Desde el alineamiento político con el partido Republicano hasta el avasallamiento intencional a las mujeres de la empresa por parte de su GEO, Roger Ailes. Esta producción en cierto modo es un pariente lejano de una película de Frank Capra, “Smith Smith Goes to Washington” (“Caballero sin espada”, 1939), con James Stewart), aunque mucho más atrevida y obviamente más moderna. En “El Escándalo”, con un plenamente justificado doble sentido, Charles Randolph, se sumerge con inteligencia en profundas arenas movedizas en la cuales se involucran política y sexo. Randolph es un guionista experto en tratar los temas reales y complicados (economía, juegos de azar, acoso sexual, política, etc). Jay Roach lo secunda en un estilo semidocumental con el recurso de imágenes de archivo para ofrecer al público inmediatez, y una pincelada de veracidad a la experimentada conductora estrella Megyn Kelly (Charlize Theron, como siempre impecable en su actuación), quien en el verano de 2016 decidió secundar la denuncia de su colega Gretchen Carlson (Nicole Kidman, un tanto artificial), víctimas las dos, como muchas otras periodistas, de los reiterados abusos sexuales de Roger Ailes (John Lithgow), gerente de la empresa. “El Escándalo” invita desde el inicio a una especie de visita guiada a las entrañas de la empresa conservadora más importante de Estados Unidos. En ese emporio mediático la apariencia debe ser impecable desde la vestimenta hasta el peinado o el maquillaje, el talento es una cuestión secundaria, si existe mejor. Fox News cumple a su manera el sueño de la supremacía blanca, esporádicamente alguna conductora negra aparece, pero es una rara avis. Todas las conductoras son esbeltas, pulcras, elegantes, rubias de ojos azules o verdes (quien haya mirado alguna vez Fox News se dará cuenta de esta realidad). Una de las aspirantes, la joven Kalya Pospisil (Margot Robbie), lo tiene claro: esa cadena televisiva por cable ha sido siempre para su familia, en el cinturón bíblico del Midwest, un templo verdadero, y ella sólo aspira a ser una “millennian evangelista” del periodismo. En una escena determinante de la historia las tres protagonistas, tres rubias de diferente edades y épocas, coinciden silenciosas y recelosas en el ascensor, se percibirá una especie de gélido encuentro entre dos mujeres que defienden su parcela de éxitos y la inexperiencia de quien recién comienza. Otra escena clave del filme es cuando la principiante Kalya se presenta ante Ailes, y éste le pide que le muestre sus piernas y suba pausadamente su falda al máximo. La explicación del empresario es tan proxeneta como elocuente: “Este es un medio visual”. Este abuso, primero verbal y luego voyerista, es la metodología utilizada por un enfermo sexual, como lo era Ailes, quien fuera asesor de Richard Nixon, Ronald Reagan y George W. Bush antes de, en 1996, convertirse en la cabeza del canal de noticias fundado por Rupert Murdoch (Malcolm McDowell). El movimiento #MeToo se compendia en “El Escándalo”, que se basa en los casos reales de Megyn Kelly, Gretchen Carlson, y luego el de Kayla Pospisil como tercer personaje, al que se ficcionó para agregar una dosis un tanto más morbosa. Está compuesto por los recuerdos y exposiciones de las víctimas del abusador, de las que se grabaron muchas horas de denuncias. “El Escándalo” es en el sentido que lleva adelante el proyecto de denuncia de las abanderadas del movimiento #MeToo, pero carece del manejo de tensión, de estructura y matices dramáticos que dan potencia a este tipo de filmes que ficcionalizan estos sucesos. Lo que sí está logrado es el encuadre y el ritmo febril de la sala de redacción, en la cual los periodistas fijos están constantemente bajo coerción. La mecánica del filme fue mostrar una redacción en plena actividad que está sometida a una energía y presión constante. La noticia no es para ayer, es para el instante. “El Escándalo” no ofrece un análisis profundo de la televisión moderna, más bien muestra una parte que no significa el todo, pero sí respalda con firmeza a las personas que se ponen de pie con valentía y se pronuncian contra la ilegalidad, sin conocer el resultado final al enfrentar a tan poderosa organización. El mensaje es claro, porque la realidad de la justicia americana también lo es: Todos pueden ir presos, incluso hasta los ricos y privilegiados, cuando la ley es justa e imparcial.
Réene Zellweger es Judy en una conmovedora y envolvente realización “Judy” dirigida por Rupert Goold, con guion de Tom Edge (“The crown”) y Peter Quilter, basado en su obra teatral “End of de rainbow”, es el retrato biográfico de Frances Gumm (artísticamente Judy Garland) durante su presentación en Londres en 1968, su show final, antes de su muerte en 1969. El realizador Rupert Goold y Réene Zellweger (nominada por Roxie Hart en “Chicago” (2002), de Rob Marshall, y ganadora como mejor actriz de reparto en “Cold Mountain” en 2003, ayudados por el excelente maquillaje de Jeremy Woodward, realizaron un trabajo admirable de recreación, no sólo de época sino de creación de un personaje que debe sobreponerse al fantasma de la Judy original, logrando dar nueva vida a la trágica estrella. Réene Zellweger interpreta a un personaje complejo y en capas, en las cuales desarrolla a una Judy frágil e impredecible en donde aparece como telón de fondo su carrera fallida, las batallas por la custodia de sus hijos menores Lorna y Joey, producto de su matrimonio con el productor Sidney Luft (Rufus Sewell), abuso de drogas y la frecuente falta de dinero. El alcohol y las píldoras fueron su compañía habitual. Desde pequeña la habían obligado a tomarlas en aras de lograr un mayor rendimiento en el set. Las tribulaciones en el escenario de Talk of the town, también conocido con Hippodrome, en Londres. se reflejan en encadenados flashbacks ligados a su infeliz infancia en la Metro-Goldwyn–Mayer (MGM), siendo permanentemente hostigada por Louis B. Mayer y sus padres que la obligaban cumplir ese pacto tan siniestro que ellos habían firmado, y les daba grandes dividendos. Judy era una niña prodigio vigilada por el estudio que controlaba hasta el mínimo detalle de su vida, desde el hambre, la sed, el sueño, hasta su autoestima. Frances Ethel Gumm, mejor conocida como Judy Garland, nació en el seno de una familia consagrada al teatro, por lo que la actriz se dedicó desde sus primeros años de vida al teatro musical y al vodevil. Años más tarde su nombre artístico, Garland, la llevó hacia otro puerto, Hollywood. Hacia él fue impulsada por su madre talento vocal le consiguió que firmara un contrato con la compañía productora Metro-Goldwyn-Mayer. Tras representar algunos papeles secundarios y realizar varios castings, la oportunidad de Judy llegó a la edad de 16 años con el papel de Dorothy en la película “El mago de Oz” (1939. Su). Rupert Goold, director artístico del teatro Almeida de Londres, al tomar el texto de Peter Quilter en el que se enfocaba más en los estados de ánimo de la estrella durante su infancia y su ocaso, le dio al filme un pátina de estructura netamente teatral, ya que casi toda la realización fue realizada en interiores limitados a espacios pequeños y con una cámara centrada en el cuerpo o rostro de Judy. Por momentos esos close-up se distancian abriéndose a un breve plano general, para volver a cerrar el círculo, como si fueran una ida y vuelta en la vida de Judy. Los números musicales mostraron la calidad y capacidad de desdoblase en cantante y actriz de Réene Zellweger, quien cantó los clásicos de la Garland “I´ll go my way by myself”, “Come rain or come shine”, pero en “Over the rainbow, consigue en ellos desplegar todo su histrionismo. Los actores secundarios no poseen una mayor evolución en su actuación porque son literalmente opacados por Zellweger, salvo dos entrañables personajes, una pareja gay, interpretada por Andy Nyman y Daniel Cerqueira, fanáticos de la cantante a la que conocen a la salida del teatro luego de uno de sus shows y logran llevarla a su casa a cenar. Es uno de los momentos más íntimos del filme que habla del dolor compartido y la soledad de los diferentes. Es un pequeño homenaje hacia todos aquellos que han mantenido vivo su recuerdo… y que demuestra hasta qué punto era querida la Garland por sus admiradores ya que el pequeño cuarto está colmado de fotos de la cantante. Los actores y actrices famosos que juegan a interpretar a otros famosos realizan un ejercicio peligroso que no siempre tiene éxito. En los últimos años muy pocos lograron salir airosos de tan exigente trabajo; Michael Douglas interpretando a Liberace en “Behind the candelabra” (“Detrás del candelabro”, 2013), de Steven Soderberg, Chadwick Boseman en “42” (2013)m de Brian Helgeland, interpretando a una leyenda del baseball. Jackie Robinson, Michelle Willams en “My week with Marilyn” (“Mi semana con Marilyn”, 2011)m de Simon Curtis, y Anette Bening en “Stars don´i die in Liverpool” (“Las estrellas no mueren en Liverpool”, 2017), de Paul McGuigan. Pero en este juego de intérpretes, de alguna manera, a través de la alquimia de la actuación, el maquillaje, los peinados, el vestuario, todo rastro de Réene Zellweger se esfuma y sólo queda Judy. La actriz estudió muy bien a su doble real y copio todos sus movimientos, particularmente el del programa de variedades de la CBS en la década de los ‘60: la forma de colgar el micrófono sobre un hombro, su hábito de extender su mano sin micrófono hacia arriba y luego hacia el público, llevar un puño a la parte superior de la cabeza, además de otra batería de gestos que Réene Zellweger hace tan orgánicos para ella como lo fueron para Judy. Ella no representa a Judy, ella es Judy. Tal vez porque la estrella de “Chicago” se enfrentó a los mismos padecimientos, escarnios y crueldades que la Garland sobre la forma en que estaba envejeciendo y quien había sido su padrino para alcanzar su nivel de estrella. En la época del MeToo el filme juega con las metáforas perfectas, ya que nada ha cambiado, y la lucha contra las normas de un Hollywood pensado por hombres, y contra los modales de una sociedad en permanente linchamiento continúan siendo agresivas hacia quienes intentan triunfar sino entran en su círculo rojo de pertenencia. Judy y Réene, desde el presente y el pasado, se desangran por las mismas circunstancias, pero en momentos diferentes de la historia. Todo ha transmutado, pero el ser humano no, continúa dominado por sus bajos instintos, y ahora por las redes sociales para hostigar sin descanso ni paz.
Un filme bello, carnavalesco, sarcástico y desgarrador La forma de vida de dos familias que habitan en mundos diferentes es la problemática del filme “Parasite” (“Parasite” o “Gisaengchung”) de Bong Joon Ho. El guion se destaca por la sencillez y la originalidad de su propuesta estética y narrativa. El punto de vista que adopta es el de la concepción de un espejo de la realidad en dimensiones paralelas. Parte del principio de que dos mundos conviven, comparten costumbres, que son ancestrales, practican estilos de vidas diferentes y se complementan con un cierto grado de equilibrio. La gran diferencia entre ellos es que determinados acontecimientos transcurren en planos opuestos. El mundo de los ricos está encuadrado dentro de una decoración minimalista, que el espectador va observando lentamente a medida que los personajes transitan por ella. La casa, casi cuadrada, de grande ventanales que dan a un inmenso jardín, está oculta detrás de un murallón de cemento al que se llega a través de una vacía y empinada calle. El universo de los pobres es Kitch, muy cursi y sostenido por el recuerdo de una medalla obtenida en algún campeonato, enmarcada y colgada en la pared principal del sucucho donde viven. Para llegar él deben descender por una calle atestada de escaleras, cables, ropa colgada en los balcones, guirnaldas de colores y pintorescos comercios. Su situación familiar es muy dura y sus circunstancias más difíciles. Por lo tanto estos personajes están obligados, para poder subsistir, a colgarse del Wifi o la luz de los vecinos, a luchar con los borrachos que orinan en su ventana, esperar la fumigación vecinal para que mate a las cucarachas que pulan por todo el cuarto, y a sostener una búsqueda permanente de trabajos a corto plazo, entre ellos doblar cajas para pizzas. “Parasite” es mucho más que una simple película de división de clases, debajo de una superficie aparentemente lineal existe un filme de detalles, de gestos, de homenajes, especialmente a Alfred Hitchcock, en el recodado “Pacto siniestro” (1951), cuyo clímax sucede en un parque de diversiones real, y Bong Joon- Ho lo recuerda en la subida y bajadas de las escaleras hacia el infierno de los pobres. En “Parasite” el espectador sentirá que se montará en un tren fantasma que vertiginosamente lo llevará en un recorrido cuyas paradas incluyen referencias a distintos filmes, incluidos los del director (“Perro que ladra no muerde”, 2000, “Memories of murder” – “Crónica de un asesino en serie”, 2003 -, “The host” –“El anfitirion”, 2006 -, “Mother” – “Madre”, 2009, “Snowpiercer” – “Rompenieves”, 2013 ) y en cada una de ellos un nuevo giro provocará siempre sorpresas. Nada es lineal en la realización, ya que es como un enorme rompecabezas cuyas piezas van armando, con brutal humor negro y pequeñas dosis gore, el cuadro general. “Parasite” es una obra tragicómica y emocional que gira en torno a la complejidad de sus personajes, sus naturalezas contradictorias y a veces paradójicas, a su capacidad para herirse y sostenerse unos a otros y, súbitamente, enfrentarse a ellos mismos. Bong Joon-Ho se preocupa más por plantear temas que atañen al conjunto de la sociedad planetaria, en la que se refugian los sin techos, los inmigrantes, los desclasados, los marginales, los burócratas, y los ricos: pero no tanto, es decir una alta burguesía en algunos casos inculta y pretenciosa. Bong Joo Ho construye un filme circular, cuya metáfora está en la escena de apertura donde aparecen unos calcetines colgando de un carrusel frente a la ventana del sótano, que por las rejas más bien parece una alcantarilla, donde vive la familia Kim. Y en la escena final retoma la misma escena del comienzo, pero en un tono más oscuro y los calcetines en primer plano. Nada ha cambiado, sólo la luz que se ha tornado oscura que los envuelve por la trágica muerte de la hermana y la desaparición del padre. Bong Joo Ho parte de lo naïve para construir desde las primeras secuencias hasta qué grado la humillación a las que son sometidas los personajes o personas, puede llevar a cruzar límites impensables y provocar la destrucción de sí mismas. Informa a través de planos medios y con figuras fragmentadas el proceso degradador que atraviesa el filme. Al mismo tiempo y por contraste la voz narrativa se vuelve más reflexiva y se dinamiza en un mundo carnavalizado. Bajtín señala claramente que el carnaval, en contrapunto con la cultura oficial, crea transitoriamente un ámbito de subversión en la medida en que transgrede el orden, pone en diálogo los sectores antes separados por las diferencias sociales y las relaciones se humanizan pues el hombre se vuelve sobre sí mismo entre los demás hombres. “Parasite” está creada sobre una distopía, pero además sobre una crispada estética de lo insólito, cada secuencia se sostiene sobre absurdas actitudes de los personajes, y sobre contrastes arquitectónicos muy marcados. El hibridismo abstracto de los interiores de los Park, frente a la nauseabunda atmósfera del sótano de los Kim, magistralmente retratados por la fotografía de Kyung Pyo-hong, apoyados por la circense y barroca música de Jaeil Jung. Bong Joo Ho quiso en “Parasite” mostrar un universo a través de ventanas cuyos vidrios poseen deformidades, que a veces son transparentes (la de los Park) y otras nebulosas (la de los Kim), pero al mirar por ambas no se ve que cambie la naturaleza del mundo. El mundo está plagado de reptaciones e hipocresía. La belleza de “Parasies” radica en qué Bong Joo Ho es un prestidigitador que crea ilusiones en mundos transversales para sorprender y divertir con sarcasmo. Pero a la vez es un poeta que capta el mundo minúsculo siguiendo el hilo de los acontecimientos de sus personajes y ofrecer al espectador la imagen más frágil de cada uno de ellos.
“Quizá haya en ello una suerte de obra de arte espiritual, sin conciencia de sí misma: una obra de arte que nace de lo informe, como un cristal, según leyes inmutables. ¿Quién sabe?” (Gustav Meyrink. “El Golem”) Existe una creencia judía que atribuye a determinadas personas, tanto fieles como eruditos, dedicadas al estudio de los libros sagrados o las palabras divinas, la posibilidad de modelar y crear una criatura de barro. Pero esta creencia se remonta a los orígenes de la humanidad ya que en la Torá se explica la creación del hombre: “Y formó pues el Eterno Dios al hombre, del polvo de la tierra, y sopló en las ventanas de su nariz aliento de vida; y fue el hombre ser viviente”. La palabra “Golem” aparece en la Biblia (Salmos 139:16), significando en hebreo: 'masa informe' o 'sustancia inacabada'. Según la leyenda talmúdica, Adán fue un Golem durante las 12 primeras horas de su existencia, dando a entender que su cuerpo carecía de alma. Así como los alquimistas que buscaban la piedra filosofal, para transmutar los metales en oro, consideran que las leyendas acerca de la creación de “Golems” son de naturaleza meramente simbólica y se refieren al despertar espiritual de una persona. El relato folclórico más famoso relativo al golem involucra al ilustre Rabbi Judah Loew ben Bezalel, conocido como el Maharal de Praga, un rabino del siglo XVI. A él se le atribuye haber creado al golem, un engendro de arcilla, para defender el gueto de Praga de ataques antisemitas. Según la leyenda, la incapacidad principal del golem era la de poder hablar. Su boca estaba sellada. Para hacerlo funcionar existían dos maneras y podían utilizarse al mismo tiempo: una era colocarle un pergamino con la palabra Sheml, el elemento divino dador de vida, en la boca u otro orificio. Y otra era grabando en su frente alguno de los Nombres de Dios o bien la palabra emet (#1488;#1502;#1514;—"verdad" en hebreo). Escritores y cineastas dedicados al género de terror han tomado del misticismo hebreo esa leyenda, y en la actualidad los hermanos, israelíes, Yoav y Doron Paz en "The Golem" (“Golem:la leyenda”), realizaron su propia versión del misterioso personaje, sobre un guion de Ariel Cohen. “Golem” es un thriller sobrenatural bien elaborado y muy personal. La película se asemeja a una mezcla de varios filmes sobre "Frankenstein"(desde 1915 hasta 2015), y " The Witch" (“La bruja”-2015, Robert Eggers), En “Golem: La leyenda”, Hani Furstenberg interpreta a Hanna, una esposa hierática y una campesina rebelde, en una aldea lituana del siglo XVII, donde los judíos con frecuencia eran perseguidos por supersticiosos cristianos rusos, que en este caso utilizaron el tema de la peste para sitiarlos y atacarlos en violentos “pogroms”. Queriendo ayudar a su gente, Hanna ejercita lo que aprendió de la Kabbalah en forma oculta, ya que a las mujeres les estaba vedado realizar esos estudios. El mismo drama lo enfrentó Hipatía (Rachel Weisz en “Ágora”, 2009, de Alejandro Amenábar), varios siglos antes. Hanna para ello utiliza un conjuro que incluye las 72 letras sagradas y secretas de Dios crea un espíritu protector, un golem, que se parece a su propio hijo muerto. La visión inteligente y diferente en el filme de los Paz es haber dado vida a un golem niño, no a un monstruo gigante. Este niño tiene la apariencia y la edad del hijo de Hanna cuando se ahogó. ¿Por qué un niño? Todos saben que no hay nada más cruel que un niño cuando se lo dirige hacia la maldad. Basta con recordar el entrenamiento nazi para que los niños desarrollen ciertas torturas y el de los comunistas para convertirlos en delatores y crueles asesinos de parientes y vecinos. Otra de las variantes del filme es el acercamiento al feminismo al señalar que en aquella Lituania de 1600, como aún hoy en algunas aldeas especialmente en los espacios profundos de casi todos los países, las mujeres continúan siendo sometidas a procrear, cuidar la casa, cocinar, coser y tejer. Hanna, representa la transgresión de los roles de género con respecto a una sociedad sumamente conservadora. En el caso de Hanna la pérdida de su hijo la lleva a concebir el golem y tener con él un acercamiento casi edipico, simbiótico, ya que las reacciones de ella son percibidas por el monstruito y actúa consecuentemente a esos pensamientos. La generación de una atmosfera oscura, depresiva, es una mirada que permite que se perciba en el filme una sensación de triste inquietud. Este efecto es gracias a una excelente fotografía, a una impecable dirección de arte, y un sonido muy bien articulado con la propuesta. Gershom Scholem considera que el Golem aparece como una imagen simbólica del camino a la redención, el alma colectiva materializada de la judería, con todos los aspectos sombríos de lo fantasmagórico: Es en parte un sosias del héroe, un artista que combate por su redención y para sí mismo, y que purifica mesiánicamente a la otra parte, el Golem, su propio yo no redimido. Otra interpretación indica que el Golem simboliza la creación de un ser sin libertad, inclinado al mal, esclavo de sus pasiones; si la verdadera vida humana no procede más que de Dios, entonces el Golem, en un sentido más interno, no es sino la imagen de su creador, la imagen de una de sus pasiones que crece y amenaza con aplastarlo, significa por fin que una creación puede exceder a su autor.
Comedia brillante. Una atractiva exquisitez para los fans “Dowton Abby”, es una comedia británica, histórica, escrita por Julian Fellowes y dirigida por Michael Engler. Esencialmente es un recorte, a manera de continuación, de la serie de televisión del mismo nombre creada por Fellowes, que se emitió en ITV desde 2010 hasta 2015. La serie “Dowton Abby”, describe la vida de la familia Crawley y sus sirvientes, que habitan en una mansión de la campiña inglesa a principios de siglo XX. A lo largo de sus seis temporadas la serie ha ganado en total 3 Globos de Oro, 15 Premios Primetime Emmy y un BAFTA especial, además de haber recibido 69 nominaciones a los Premios Emmy, convirtiéndose en la serie no estadounidense más nominada en la historia de los conocidos galardones. Luego de cuatro años de haber finalizado alanzó una meta muy ansiada por el equipo de producción, reaparecer en la pantalla grande. Al hacerlo se pudieron rosar escenas que para televisión hubieran sido imposibles. La idea fue hacer una realización independiente de la serie, pero sin perder su impronta original. La propuesta resultó ser un muy buen producto ya que no es necesario ver la serie para poder internarse en el filme. Sobre las bases de una comedia exquisita, renovada, a los personajes originales se sumaron otros que le dieron su toque de gracia e intriga particular. Ya que si bien se filmó en el mismo escenario, el castillo de Highclare, perteneciente a la familia del 8° condes de Carnarvon, muchas de las escenas transcurrieron en espacios del simpático pueblo de Downton, cercano a la propiedad, y los maravillosos paisajes de Yorkshire, Los primeros registros de éste famoso castillo de Highclare, de estilo isabelino, datan del año 749, cuando un rey anglosajón lo otorgó como herencia a los obispos de Winchester. Luego pasó de la iglesia a fiscales y plebeyos, hasta llegar a comprarlo el 3° Conde de Carnarvon. En 1922 el egiptólogo Howard Carter, descubrió la tumba de Tutankhamon con el patrocinio de George Herbert, 5.º Conde de Carnarvon, y en el castillo se guardaron innumerables reliquias egipcias. Durante la Primera Guerra Mundial, Highclare, se transformó en hospital, y en la Segunda Guerra Mundial en hogar de evacuados cuyos nombres se pueden ver en el techo. En 1988 el castillo abrió sus puertas al público, se convirtió en museo. Varias películas se filmaron en él como; “El jardín secreto” (1987), “Ojos bien cerrados” (1999), “Las cuatro plumas” (2002), También sirvió como la Mansión Wayne en casi todas las películas de Batman: “Batman” (1989), “Batman Returns” (1992), “Batman Forever” (1995), “Batman y Robin” (1997), “Batman Begins” (2005), y “The Dark Knight Rises” (2012) y “The Tatler” (El Taller – 2011). Lo interesante de esta nueva producción de “Dowton Abby”, es el incordio que implica para señores y criados la llegada de una visita real, como la del rey Jorge V (Simon Jones) y su esposa la princesa Victoria Maria de Teck (Geraldine James). Los reyes llegarán pasar una noche, luego de en un recorrido por Yorkshire, antes de ir a visitar a su hija, la Princesa Mary (Kate Phillips) y su esposo. Lord Lascelles (Andrew Havill) en la cercana casa de Harewood. También habrá un desfile por el pueblo (una secuencia encantadora, llena de boato y a la vez muy simple, con miembros reales de la Artillería del Caballo Real de la Tropa del Rey en traje ceremonial completo), y una exhibición de habilidades ecuestres en un campo cercano. Al mismo tiempo que se pule la plata (el espectador podrá observar un verdadero muestrario de bellas piezas: cubiertos, jarras, teteras, candelabros), y se golpean las alfombras para quitarles el polvo, surgen varias subtramas interesantes en un laberinto de enredos especialmente perpetrados por las dos eternas rivales: Isobel Merton (Penelope Wilton) y Violet Crawley (Maggie Smith) matriarca del clan, a las que se le suma Maud Bagshaw (Imelda Staunton) y un secreto muy bien guardado durante años que debe develar ante el asedio por su herencia. La coralidad es el gran mérito de “Dowton Abby”. El guion entrelaza fantásticamente bien las diferentes historias de una gran cantidad de personajes interpretados por excelentes artistas. La idea fue mostrar una gran variedad de personajes teniendo cada uno su propia trama, para ello se requería la participación de actores que sabían que nadie era protagonista, pero que podían lucirse en la totalidad del filme. En la película se demuestra lo que sostenía Konstantin Stanislavki, que no existen personajes secundarios, que sólo hay personajes que llevan al actor a cumplir sus objetivos fundamentales: dejar vivir al personaje y pensar como él. Desde este punto de vista se podría decir que ésta es una película de actores. Además de ello, el filme nos permite contemplar muy bien la manera en la que se relacionaban los amos con sus criados, y la vida de una aristocracia a la que son muy afectos los ingleses en aquella época y ésta. Julian Fellowes (premiado con el Oscar© al mejor guión original por “Gosford Park” , 2001) muy conocedor del mundo aristocrático inglés en que sitúa sus historias, regresa no sólo con el guion de la serie “Dowton Abby”, sino con el del filme del mismo nombre. En “Gosford Park” transportaba al espectador a una cacería de fin de semana, en la que los invitados llegaban con sus sirvientes, en “Dowton Abby”, los lleva a la llegada de excepcionales invitados, los reyes, que arriban con sus propios criados, lo que permitirá generar una especie de rebelión en el piso de abajo de la mansión creando situaciones muy divertidas. La cámara de Ben Smithard se mueve con agilidad y eficacia entre aristócratas y plebeyos, con una prodigiosa capacidad para jugar en diferentes planos, y con distintas partes de un mismo plano como en el desfile: de atrás adelante, izquierda y derecha, sin necesidad de apenas mover la cámara. Nada fue dejado al azar en “Dowton Abby”, la dirección de arte de Caroline Barton recrea magnificamente aquella década dorada de los veinte. De igual modo el vestuario de Anna Robbins permite a las actrices lucir unos diseños espectaculares que recuerdan el charlestón, lentejuelas y flecos. El director Michael Engler organizó su puesta como postales, en donde cabe todo lo humano con sus virtudes y defectos, distribuidos en un microcosmo compuesto por dos universos iniciales y presuntamente paralelos (los señores del piso de arriba y los criados del piso de abajo). También configuró un engranaje perfecto, dotando a los personajes de todos los matices necesarios para que la composición de cada uno de ellos brinde la aportación justa, para completar en todo su colorido el canavá creado. Lo interesante es que tanto Michael Engler como Julian Fellowes dejan un final abierto para el traspaso de las llaves de la mansión “Dowton Abby” a futuras generaciones, y eso queda expresado en el baile final en el balcón de los dos plebeyos que ingresaron en la nobleza: Tom Branson (Allen Leech) y Miss Lawton (Susan Lynch), como también el casamiento de Sybbie (Fifi Hart). “Dowton Abby”, es una producción para disfrutar, y a la vez soñar con mundos ajenos y lejanos a los nuestros, con una geografía de personajes dispares que devuelven al filme no tanto su originalidad como su origen.
“El plan divino”, dirigida por Víctor Laplace, con guion de Leonel D’Agostino, basado en la obra de Rafael Bruza “Niños expósitos”, es una comedia costumbrista ambientada en un pueblo de Misiones, a orillas del Paraná. Muy divertida desde el inicio, con un ritmo ágil que no decae en ningún momento, y consigue que el espectador pase un rato divertido. Víctor Laplace, tal vez sin proponérselo, intentó mostrar un tipo de personajes grotescos que viven titubeantes entre realidad e irrealidad, pero que están intrínsecamente ligados a nuestra identidad. El grotesco criollo reveló una forma de percepción, una categoría de la concepción del mundo y de su configuración, por momentos carentes de sentido y tan absurdo como para provocar la risa espontánea. En “El plan divino” contiene esos elementos, juega con ellos, y también con cierto humor negro e irreverente. Los personajes de su ficción son dos asistentes de un viejo cura párroco que no tiene intenciones de abandonar este mundo y hay que ayudarlo a subir a la barca de Caronte, no para ir por el río Estigia, sino para navegar por el Paraná y caer por un salto de las Cataratas del Iguazú. “El plan divino” posee una estructura clásica, con un sonido ambiental muy bien concebido, una factura técnica impecable, con fotografía de Agustín Álvarez, edición de Alberto Ponce y la música original de Damián Laplace (“Puerta de hierro”, 2012, “La prisa del hielo”: 2012, “La mina”, 2003, y El mar de Lucas”. 1999), excelente en su fusión de chamamé y guarañias, con espacios para intercalar el sonido del arpa. Las esporádicas actuaciones de los figurantes, que eran parroquianos del pueblo, donde se filmó la película, fueron muy interesantes ya que otorgan al filme un pintoresquismo muy particular. Gastón Pauls, Javier Lester, Víctor Laplace (muy histriónico), Paula Sator conforma un cuarteto muy bien equilibrado ente exacerbaciones y serenidades. Es un filme sin otra pretensión que hacer reír y a la vez, como al descuido, tocar temas como el poder, la ambición desmedida, pero sobre todo señalar los abusos sexuales a menores perpetrados por sacerdotes de la Iglesia Católica.
Filme audaz, inteligente y ácido sobre los refugiados que se preguntan ¿dónde vivir?. “Sinónimos” (Título original: “Synonyms”) el filme de Nadav Lapid (“Policeman”, 2011, "The Kindergarten Teacher" –“Haganenet La maestra de jardín”, 2015), es complejo, asombroso y enloquecedor como la realidad en que sumerge a sus personajes. Comienza con un plano secuencia de un joven que recorre las lluviosas calles de París. Por su aspecto es un inmigrante. Luego el espectador descubrirá que es israelí y se llama Yoav (Tom Mercier, atleta de judo, estudiante de teatro y bailarín, un excelente y revelador debut en la pantalla.) En una secuencia de baja definición llevará a Yoav hasta un antiguo edificio, esos llamados Hotel de Ville del siglo XVIII, instalados a orillas del Sena. Desentierra una llave y abre la puerta a un piso vacío, frío e inhóspito. La cámara lo recorre como examinado lo desconocido. Más tarde la cámara recorrerá otro piso en donde despierta Yoav, el de una pareja burguesa que vive debajo: Émile (Quentin Dolmaire, el héroe de “My Golden Days” – “Mis días de oro”, 2015, de Arnaud Desplechin) y Caroline (Louise Chevillotte, la joven amante de ”Lover for a day” - “Amante por un día”, 2017, de Philippe Garrel). Todo cambia, el buen gusto y refinamiento circunda el apartamento. Émile es filósofo y sexualmente ambiguo, está escribiendo un libro que probablemente nunca terminará llamado “Noche de inercia”. Caroline es una joven nerd, intelectual, elegante, despreocupada, sexy, y toca el oboe, La pareja, que lo ha recogido desmayado, producto de una gran hipotermia, lo adopta. A partir de ese momento el espectador disfrutará de varias escenas muy delirantes en sí mismas, plagadas de literatura exquisita y salvaje. En ciertas ocasiones, Yoav se muestra exigente, desorganizado, controlado, infantil, erudito, ingenuo y abrumado, también con cambios inescrutables de un momento a otro. Su rescate es el comienzo de un triángulo amoroso pasivo-agresivo que recuerda a “Jules y Jim” (François Truffaut, 1962), pero con un subtexto homoerótico más superficial. El desnudo de un bello cuerpo masculino, como el Tom Mercier, parece ser el sinónimo de una escultura viviente de Miguel Ángel, y Lapid lo presenta en todas las variantes posibles: masturbándose en medio del espacio vacío al comienzo del filme, luego como modelo de un fotógrafo porno y en sus relaciones amorosas. “Sinónimos” no posee una trama articulada y lineal, su complejidad radica en el hecho de que casi todos los momentos y eventos son incrustados con significados contradictorios. Lapid dijo que el “tiempo era un estado de conciencia” y la circulación errática del filme lo refleja. Sin explicación Lapid corta las historias en discontinuos «flash-back», por ejemplo: cuando Yoav dispara su ametralladora al ritmo de “Frencher-de-papas fritas” de Pink Martini, "Je ne veux pas travailler …". O cuando recibió una medalla de plata y dos compañeros soldados interpretaron al dulcemente insidioso ganador del concurso de Eurovisión “Hallelujah La Olam”. Yoav tras escapar de Israel, lucha por deshacerse de su nacionalidad. Primero a través de su obsesión con la legendaria figura troyana de Héctor, un guerrero cuyo destino, como el campeón de una nación, fue perder frente a Aquiles. Luego incorporándose a una forma de vida diferente, con costumbres diametralmente opuestas a las que se vive en un clima de guerra permanente que no permite aceptar la posibilidad de derrota. Nadav Lapid no limita su exploración a unos pocos planos siguiendo una estética clásica, más bien utiliza toda una artillería de: tomas grupales medianas y largas, ángulos diversos y variados, Primeros planos, fondos blancos inmaculados, escenas nocturnas, colores, imágenes en movimiento e imágenes fijas, planos detalle, plano secuencia, juega con la imagen interna y externa sin caer en la incoherencia. En el filme existe una especie de diversidad visual, que siempre trata de mantenerse fiel a lo que está sucediendo en cada escena, y a la vez de dar una visión opuesta a lo que está sucediendo en las mismas. Nadav Lapid junto con su director de fotografía Shaï Goldman conjuga con Tom Mercier una danza visceral propia que va asfixiando, silenciosamente, al personaje a través del lenguaje, desde un francés articulado en cientos de sinónimos, hasta un hebreo desarticulado por el nuevo idioma. La verdad para Nadav Lapid fue fundamental ya que se aferró a ella para contar su propia historia, ocurrida hace 17 años antes, cuando llegaba a París. Según una entrevista para “Cineuropa” sostuvo: “Creo que lo que me fascina como director fue crear una película que también sea muy física y cruda, concreta y a veces brutal, como una forma de revivir ideas, crear caos y evitar simplemente terminar con un concepto que se encuentra con otro concepto . (…) Mi objetivo general era capturar algún tipo de verdad en relación con ciertos momentos, en lugar de crear un medio de ficción autobiográfica. Estoy convencido de que toda experiencia humana puede servir como una ventana a la existencia. Mi experiencia personal no fue tan inusual, pero pude entrar en detalles porque me pertenecía. Entonces, en ese sentido, sí, todo lo que sucede en la película me pasó a mí, pero en cierto modo, creo que todos estamos obligados a enfrentar ciertas preguntas sobre la identidad. ¿Hasta qué punto somos esclavos de nuestro pasado y lugar de nacimiento, como ¿opuestos a las personas libres? ¿Realmente queremos libertad? ¿Realmente podemos transformarnos en alguien más?”. Al igual que muchas historias de expatriados, “Sinónimos” revela la inutilidad de mudarse al extranjero para alejarse de uno mismo, ya que la verdadera pelea es contra los propios demonios. Encasillando a israelíes y parisinos por igual, la película posee una multiplicidad de lecturas. También cuestiona las democracias europeas sobre el tema de los refugiados, las políticas de asimilación y las contradicciones que separan a los países en paz de los que están en guerra. El mundo desde esa mirada proporciona un desenfoque frenético para Yoav. El filme subraya la importancia del idioma para construir una identidad. Yoav decide abandonar el hebreo su lenguaje materno, con la carga simbólica y emocional que ello implicaba. El lenguaje adoptado lo ejercita con un diccionario conjugando sinónimos y realizando cientos de asociaciones. Ese aprendizaje autodidacta es un curioso mecanismo para adaptase a la cultura francesa. “Sinónimos” posee cierta reminiscencia a los filme de “la nouvelle vague” con sus triángulos amorosos, especialmente los Claude Chabrol (“La mujer infiel”. 1968, “Al anochecer”, 1971, “Accidente sin huella”,1969). Como Chabrol lo más importante de Lapid es la veracidad de su visión de conjunto, ésta se basa en la importancia de sus secuencias individuales, y en la manera en que forma y construcción interactúan para crear el contenido narrativo. El juego de miradas, y especialmente el lenguaje no verbal que sus personajes expresan, son algunos de los recursos formales que intervienen en la construcción de la realidad dentro del film, pero esta construcción nunca se convierte en una referencia estética, sino que desaparece completamente para dejar a los personajes actuar de forma autónoma. “Sinónimos” es un filme de imágenes que no se relacionan con ilusiones y quimeras, sino con una realidad muy cruda que es la de los inmigrantes, que escapan de sus países y buscan refugio en otra realidad, que no siempre le es amigable y en la mayoría de los casos es muy hostil. Ese es el drama de la geografía íntima de los refugiados que se preguntan ¿dónde hay que habitar?.
“Un día lluvioso en Nueva York” (“A rainy day in New York”) es una comedia con el identificable sello Woody Allen, que se reconoce en las excentricidades y ese humor entre inglés y judío, por momentos casi tonto, que encierra una fuerte ironía. El guión desarrolla una historia mezcla de nostalgia y comedia de enredos, con situaciones grotescas. Con una cierta mirada a lo que no fue, con personajes que se expresan sin tanta neurosis ni verborragia, como es habitual en su cine, con una serenidad sugestiva, Woody Allen regresa al campo de batalla con un producto no tan personal y más cercano a la realidad cotidiana de la juventud, que como la de todas la épocas busca afirmar su identidad a través de actos un tanto alocados. Gatsby Welles (Timothée Chalamet) y Ashleigh (una fantástica Elle Fanning), joven ingenua de padres republicanos, estudiante de periodismo en Yardley College (un sustituto de Bard) en Dakota, que desean pasar un fin de semana juntos, en New York, aprovechando que Ashleigh intenta hacer una entrevista, para la revista estudiantil al importante director Roland Pollard (Liev Schreiber), quien tiene serias dudas existenciales. Ashleigh logra la entrevista con el director y a partir de allí todo se torna caótico. Asediada por el director, luego por el petulante y cínico guionista Ted Davidoff (Jude Law), que también está deprimido, y por último por un actor latino, exitoso y seductor, Francisco Vega (Diego Luna), quien logra llevarla a su departamento de donde debe escapar a toda velocidad casi desnuda. El regreso inesperado de la novia del actor frustra el encuentro. Gatsby, curioso nombre al que recurre Allen para su personaje, ya que en cierta forma parece ser un homenaje a F. Scott Fitzgerald con su “El gran Gatsby” escrito en 1925, en donde igual que él explora los temas de decadencia, idealismo y el exceso de ciertas clases sociales. Al igual que Fitzgerald, Roland Pollard quiere llevar a Ashleigh a la Riviera francesa en un bizarro viaje para olvidar los malos momentos que está pasando. Woody Allen, con detalles simples coloca a sus personajes dentro de una atmósfera atemporal, evanescente y glamorosa. A pesar que el uso de celulares y ciertos detalles en la vestimenta los acerquen al siglo XXI, los “millennials” se comportan como gente de los años ‘50, y hablan usando citas a Cole Porter y “Guys and dolls”. Pero a través de ellos realiza una crítica a la sociedad actual y vuelve a valerse de su escenario ideal, New York, con un protagonismo casi hegemónico, utilizando diferentes encuadres para hacerla resaltar bajo una luz que se difumina entre interiores y exteriores. En la búsqueda infructuosa de su novia bajo lloviznas y torrenciales aguaceros, Timothée Chalamet llega a uno de los lugares de encuentro el Café del Hotel Carlyle (un espacio muy frecuentado por la banda Woddy Woody Allen The Eddy Davis New Orleans Jazz Band en el cual ofrece conciertos varios lunes al año), se sienta al piano y canta “Everything happens to me”, la canción de Matt Dennis y Tom Adair, en la inconfundible voz de Chet Baker: “I fell in love just once, and then it had to be with you. Everything Happens to Me…”. Afuera, en Manhattan, no deja de llover. Con cierta semejanza también en su construcción a la narrativa de J.D. Salinger, quien utiliza un narrador intradiegético para expresar toda la rebeldía adolescente en “El guardián entre el centeno”, con padres un tanto ausentes y ocupados en rituales mundanos, Woody Allen presenta a una inolvidable madre interpretada Cherry Jones, que en medio de una fiesta realizada en su casa le dice que ella fue prostituta. Timothée Chalamet, quien se propuso donar lo que ganara en el filme a obras de caridad, posee características muy semejantes al Holden Caulfield de Salinger: un joven descorazonado criado con boletos de temporada para el Metropolitan Opera House y veranos en el sur de Francia, que se encuentra en una rebelión silenciosa contra su familia y todo lo que ella representa. El punto de vista de Woody Allen apunta a la inocencia, la juventud, la ingenuidad y la credulidad de la juventud, pero también a la petulancia y al lujurioso ambiente cinematográfico haciendo hincapié en personajes superficiales, penosos y corrompidos, así como también destaca la frescura y luminosidad de un personaje casi intemporal Shannon, la hermana menor de una ex novia, interpretado por la sugestiva Selena Gomez, colmado de matices, y que sobre delinea todo el entramado de lo que quiso contar. Exquisitamente filmado por Vittorio Storaro (que ha estado trabajando con Allen desde “Café Society” (2016) en tonos pastel, que acentúan la identidad melancólica del filme y provocan la ilusión de un mundo fantástico e irreal.