El afiche nos recuerda en tono al de Moneyball. Los primeros fogonazos de la trama nos indican alguna epopeya dura y contundente símil Million Dollar Baby. Pero no: Curvas de la Vida no pasa del híbrido complaciente y -para nosotros- fastidioso. Raro, teniendo en cuenta que este bebé de probeta salió de Malpaso, productora cien por cien de la mejor carne creativa del viejo Eastwood.
Gus parece la versión beta de Walt Kowalski (Gran Torino), o sea, un señor mayor que en lugar de toser sangre se está quedando ciego. Es igual de cabronazo. En este film no mata centenares de coreanos, tan solo parece haber liquidado a un violador. Y al contrario de Walt, Gus aún mantiene una relación digamos cordial con su simiente, representada aquí por Amy Adams, caracterizada como una pepona arrogante similar a Agustina Kampfer.
La muchacha está por lograr un ascenso en su nido de caranchos, pero descuida sus responsabilidades para cuidar de papá, que está a punto de perder su laburo de cazatalentos deportivo por obra y gracia de su incipiente ceguera. Un acto de amor que redundará en paseos por los sitios mas bonitos de Atlanta, Georgia (en materia de geografía gringa se estila escribir primero ciudad y después estado, por que queda re-pistola, como cuando te dicen "en Tucson, Arizona").
¿Cómo hago para suscribirme a Minga?
El paseo no se supone gratuito: La idea es darle una mano a nuestro padre, y mientras tanto desviar nuestra vocación leguleya y redescubrir otra vocación (igual de redituable) relacionada con pelotas, guantes de cuero, estadísticas, vestuarios y hot-dogs. A partir del 2do rollo hace su ingreso Justin Timberlake (cuya participación en este film no supone poroto alguno, excepto quizá por la imperdible oportunidad personal de compartir planos con Eastwood), interpretando a un joven deportista devenido cazatalentos que se acoplará a la disfuncional pareja protagónica -padre e hija- cumpliendo dos funciones: Admirar a uno de ellos y desear profundamente al otro.
El inconveniente mayor de Curvas de la Vida radica en su falta de nicho. Y en su engaño. Su protagonista masculino, sus líneas de diálogo e incluso su fotografía (aunque este último punto resulte de una apreciación exclusivamente personal) nos sugieren una historia de esas en las que un condenado hallará consuelo transitorio para luego -y de una vez por todas- tirar la toalla y hacernos llorar. Se presiente el golpe, pero no llega nunca. Todas las escenas que cuentan con densidad dramática son seguidas de alguna huevada hipster de Timberlake que más que descomprimir, desconcierta.
Y aún a sabiendas de que lo siguiente probablemente arruine la sorpresa de aquél que aún no haya visto Curvas de la Vida, diremos que el flashback que explica la distancia que papá estableció respecto a su hija es (y estamos siendo benignos) una boludez.
Sabemos que Clint Eastwood es capaz de arrancarle los ojos a un trapito en aras de conservar su noción de Pax Americana, pero aquí no sólo era innecesario, si no que nos hizo querer abandonar la sala (ó cerrar el DivX).