Con Eastwood, sin Eastwood
Fui a ver esta ópera prima de Robert Lorenz con la expectativa de que fuese una película “de” Eastwood sin el gran Clint detrás de cámara. Al fin de cuentas, Lorenz fue su asistente, director de segunda unidad y/o productor en más de 20 películas. Sin embargo, este guión del debutante Randy Brown -que sí tiene a Eastwood como protagonista- está más cerca de los lugares comunes del telefilm de la semana que de la nobleza del realizador de Los imperdonables.
¿Por qué, entonces, la calificación de 6 puntos? Porque este es un claro ejemplo de cómo unos inmensos actores (sí, desde Clint hasta Amy Adams, pasando por el siempre genial John Goodman y hasta el carilindo Justin Timberlake están impecables) pueden sobreponerse, trascender, hacerse cargo y de alguna manera levantar y salvar a una película que en cuanto a historia y a puesta en escena es más que limitada.
Clint -como los vinos, con cada año que pasa es mejor actor, aunque ya la edad (82) le pesa en el rostro y en el cuerpo- compone aquí un personaje que es una suerte de mezcla entre el de Million Dollar Baby (el veterano experto en un deporte) y el gruñón, intolerante e individualista de Gran Torino. Su Gus Lobel es un viejo descubridor de talentos para el equipo de béisbol de los Atlanta Braves. En un deporte cada vez más dominado por las estadística (algo que ya explicó en detalle la muy superior El juego de la fortuna), Gus no sabe usar una computadora y sigue viendo los numéros en los diarios (de papel, claro).
Al protagonista le quedan apenas tres meses de contrato y, para colmo de males, su vista empieza a fallar. Su misión es viajar a un pueblito de Carolina del Norte para decidir si los Braves tienen que fichar o no en el draft a un bateador gordito y engreído. A su rescate y en su ayuda va su hija (Adams), una exitosa abogada a la que él abandonó de niña (la mandó a vivir con un tío y se olvidó del asunto), tras la muerte de su esposa.
Entre reproches, cuentas pendientes, reconciliaciones y subtramas románticas (Mickey se rendirá ante los encantos de Johnny, el joven scout de los Boston Red Sox que encarna Timberlake), Curvas de la vida toca fibras, apela a una estética de comercial y abunda en hirientes musicalizaciones que Clint como director (aquí es también productor) jamás hubiese permitido. Así, más allá de algunas simpáticas observaciones sobre el mundo del deporte profesional y ciertas irrupciones de bienvenido humor, estamos más cerca del culebrón que del clasicismo eastwoodiano. Por suerte, quedó dicho, allí están los protagonistas (y los increíbles secundarios) para hacer de este film menor una experiencia tolerable.