Ni el béisbol puede arruinarla
Se decía que Gran Torino sería el canto de cisne de Clint Eastwood en su vertiente interpretativa. Y tal vez sea así en su triple función como actor / director / productor. La buena noticia es que Curvas de la Vida (2012) viene a desmentir su retiro de la actuación aunque dada su edad (82 años) nadie puede saber cuántos papeles más le quedan guardados bajo la manga. Después de todo en la última década sólo ha protagonizado cuatro largometrajes: Deuda de Sangre (2002), Million Dollar Baby (2004), Gran Torino (2008) y el que motiva estas líneas. Razón de más para disfrutarlo como si fuera la última vez en la ópera prima de Robert Lorenz, su asistente de dirección devenido con los años en productor y mano derecha, que en tanto realizador ha asimilado varios recursos estilísticos del maestro. Y no lo hace nada mal, por cierto, pese a que el guión de Randy Brown carece de grandes sorpresas en su ameno transcurrir.
Las películas deportivas con el béisbol o el football americano como telón de fondo se me antojan insoportables con honrosas excepciones. Curvas de la Vida es una de ellas aunque insisto en afirmar que no es de ningún modo una gran obra. Como en cualquier drama competente lo que importa aquí son los personajes, sus conflictos y cómo se relacionan unos con otros. Conflictos universales, comunes a todos los seres humanos, sabiamente potenciados por los mejores actores que se le puede reclamar a Hollywood hoy día. Clint Eastwood, Amy Adams (que es quien en verdad se pone la historia al hombro), Justin Timberlake (que hace rato dejó de ser considerado apenas una cara bonita), John Goodman, Robert Patrick, Bob Gunton, el veteranísimo Ed Lauter y Matthew Lillard son demasiados nombres de peso como para que las cosas salgan mal. En esta oportunidad el deporte escogido es el béisbol. Podría haber sido otro sin que eso cambie la esencia del film que gira en torno a Gus Lobel (impagable Clint), un hombre viudo con edad de jubilarse, con serios problemas de visión y con un contrato a punto de expirar como buscador de talentos para el equipo Atlanta Braves. No obstante estos obstáculos pasan a segundo plano con la entrada en escena de su hija Mickey (una Amy Adams fantástica, cada día más actriz), abogada de profesión y con muchas cuentas pendientes con un padre que la dejó al cuidado de unos familiares tras fallecer su mamá a la tierna edad de seis años para mandarla a un internado de señoritas al cumplir los 13. ¿Por qué? Ése es el gran interrogante de Mickey (nombre de varón atribuible al jugador Mickey Mantle, ídolo de Gus) que el guión se irá ocupando de responder a partir de varias pistas sembradas aquí y allá.
Curvas de la Vida es lo que en la jerga del cine se denomina una “crowd pleaser”, una película pensada para complacer al gran público a través de situaciones –algunas trágicas pero muchas otras netamente humorísticas- ya vistas en la rica historia de Hollywood. Los estereotipos están ahí y si bien algunos hacen un poco de ruido (el villano amante de las estadísticas encarnado por Matthew “Shaggy” Lillard sería el peor para el caso) las maravillosas actuaciones de los actores logran que funcionen dentro del universo propuesto por Randy Brown y ejecutado perfectamente por Eastwood, nuevamente productor con su compañía Malpaso, Lorenz y el resto del equipo.
Como en cualquier emprendimiento de Eastwood hay mucho para sacar en limpio en cuanto a la filosofía de vida que impulsan a sus personajes. Y que uno intuye son los mismos en los que debe creer el icónico actor de la Trilogía del Dólar. Que Gus no necesite ver a los jugadores para tener la certeza de si valen el esfuerzo de ser contratados es una idea genial. El sonido del golpe sobre la pelota le alcanza al hombre para definir lo que muchos no pueden ni siquiera viéndolo a cinco metros de distancia.
Curvas de la Vida es una comedia dramática tan interesante como previsible que explota muy bien la química entre Adams y Clint, y entre Adams y Timberlake. La subtrama romántica quizás no sea nada del otro mundo pero ayuda a darle matices al papel de Amy. La revelación del módico misterio que rodea a la separación de Gus de su hija llega con cierta dosis de melodrama pero por fortuna nada tan extremo como el final de Million Dollar Baby, filme que no por nada vincula a Clint con una chica que podría ser su hija. Se ve que la temática le gusta…
Atención con la escena en la que un imberbe beisbolista conversa con Gus a principio de la película: si ven al joven deportista con un aire a Clint no se habrán equivocado. El actor es Scott Eastwood, de 26 años, uno de los nueve hijos que ha engendrado el admiradísimo creador de Los Imperdonables. Prolífico para todo el señor...