Cuando se pensaba que no iba a volver a trabajar frente a las cámaras, Clint Eastwood regresa a un protagónico e incluso cede la dirección (el film es puro Eastwood) a su habitual colaborador, Robert Lorenz. Aquí es un veterano cazador de talentos del béisbol que está quedándose ciego y debe recibir la ayuda -a regañadientes- de su hija (Amy Adams), una joven abogada a punto de volverse socia de su bufete. En ese viaje con el padre, además, encontrará el amor en otro joven cazatalentos (Justin Timberlake).
Puede pensar que son todos lugares comunes, que se vieron mil veces, etcétera, y tendrá razón. Pero la película es también de una placidez (y un placer) notables, que inscribe esta historia de familia en el marco de las presiones del mundo laboral. De hecho, el gran tema de la película es si uno tiene derecho de vivir de acuerdo a sus propias reglas, de trabajar de aquello que le da gusto. En el fondo, es un film sobre el mundo estadounidense y sobre la validez de sus tradiciones en un universo que se tecnifica cada vez más, que se vuelve cada vez más inhumano. Y además están los paisajes, los bares, la extraordinaria chispa de la Adams y la química que establece con Timberlake (sin contar ese talento genial llamado John Goodman), Hay pocas películas que aúnen perfección técnica y narrativa clásica con una búsqueda del placer. “En Curvas…” eso sucede para los personajes y para los agradecidos espectadores.