Escuela Malpaso
Muchos ya se están preguntando quién será el sucesor de Clint Eastwood. Y mientras algunos ya apuntan a Ben Affleck, el viejo Clint ya le va dando espacio a sus discípulos en su productora Malpaso. Uno de ellos es Robert Lorenz, quien fue su asistente de dirección en films como Millon Dollar Baby, Río místico, Deuda de sangre, Jinetes del espacio y Medianoche en el jardín del bien y el mal. Con él concreta su retorno a la actuación en Curvas de la vida.
Se nota, y mucho, que Lorenz ha aprendido las lecciones de Eastwood. En primera instancia, por el relato que elige contar: la historia de un reclutador de talentos en el béisbol, Gus, que está perdiendo la vista y por ende la habilidad para detectar a las próximas estrellas, que termina embarcado en un viaje con su hija (Amy Adams, quien sale perfectamente airosa del desafío que era medir fuerzas con una leyenda como Clint) donde se jugará la última chance de descubrir a alguien destacado. Aquí se concreta una vuelta al espíritu más genérico de Eastwood, alejado de sus películas más ambiciosas y testamentarias de los últimos años, como Río místico o Invictus, y más cercana a otras cintas donde prevalece más la voluntad de desarrollar personajes, como Gran Torino, Deuda de sangre, Jinetes del espacio o El principiante.
Eso no significa que Curvas de la vida no sea un film donde no se pueda rastrear un diagnóstico sobre ciertos esquemas sociales. De hecho, se la puede relacionar perfectamente con El juego de la fortuna, gran película con Brad Pitt estrenada el año pasado: ambas vienen a problematizar ciertas nociones imperantes en el deporte (y en la sociedad toda) vinculadas al éxito inmediato, las nuevas tecnologías y el pensamiento corporativo, para proponer una vuelta a la pureza de la competencia, la confianza en el trabajo de campo y la confianza en la palabra dada.
Pero más que nada, Curvas de la vida es un relato de aprendizaje. De aprendizaje y reconciliación. Lorenz vuelve a tomar elementos de la filmografía de Clint, mixturando capas de análisis. Y el esqueleto termina siendo la progresiva reconstrucción del vínculo entre un padre y su hija, casi como una remake en el plano deportivo de Poder absoluto. Para esto, el realizador deposita su confianza (y acierta al hacerlo) en un gran elenco, donde también se destacan Justin Timberlake (quien definitivamente va camino a ser un muy buen actor) y John Goodman.
Es cierto que la película cae en unos cuantos esquematismos sobre el final, con algunas resoluciones apresuradas, y al presentar a los villanos, en especial con el personaje interpretado por Matthew Lillard, un ejecutivo del equipo de béisbol para el que trabaja Gus, que busca echarlo a toda costa. Pero esto no deja de ser algo habitual en el cine made in Eastwood, al que en realidad le importan más los “buenos”, los pequeños héroes de sus pequeñas historias, con sus defectos y virtudes, sus aciertos y desaciertos, sus miedos y los riesgos que se atreven a correr. Y Lorenz, por ahora, es un Eastwood pequeño, buscando aún definir su autonomía como cineasta.