MIEDO CERCANO
Un drama francés alarmante y tenso resulta Custodia compartida, el primer film galardonado en Venecia del director y actor Xavier Legrand, que ofrece una historia sencilla y real que comienza a tornarse intensa con el pasar de sus minutos. Aquí una pareja divorciada se debate por la tenencia compartida de su hijo menor, aunque el pequeño siente miedo por pasar tiempo con su padre. Sin embargo, la Justicia falla a favor de su progenitor al ver puntos favorables en el comportamiento de este ciudadano razonable. Hablamos de una primera parte tranquila donde Legrand deja a la decisión del espectador por juzgar y volcarse a favor del rol paterno o el materno.
Observamos de tal forma cómo un padre que vuelve a “encaminarse” busca acobijar a su niño -porque el vínculo con su hija mayor es nulo-, que resulta ser un caballito de batalla en esta contienda entre adultos. Un niño que necesita la contención de sus abuelos -de alguna forma también víctima de las decisiones de un ex-matrimonio arruinado-. Pero a la vez un pobre menor que trata de contentar a los adultos aunque esto signifique sortearse entre revelaciones y mentiras hasta sus momentos de extremo tormento psicológico.
Legrand logra mantener la tensión en forma creciente desde el empleo de encuadres que focalizan desconcierto y angustia, hasta algunos falsos fuera de campo que funcionan de manera magistral donde se relatan historias particulares de otros miembros de la familia. Y este es el ejemplo de la chica adolescente que deja caer su mochila en el baño escolar para realizarse un test de embarazo. Ella también vive con miedo al futuro. Un miedo implícito que sólo el espectador atando los cabos sueltos que deja el director puede asociar y proyectar a priori.
Como dijimos, abunda el clima hostil e implícitamente violento que comienza a ser sostenido por el protagonista masculino como algo que lo excede y en pos de “recuperar” a una familia que tanto ama. Todo esto se logra gracias a un excelente reparto, donde sobresale la plasticidad de Denis Ménochet como el padre. Ménochet sabe virar de un estado desahuciado, hasta una locura extrema a punto de cometer una tragedia.
Este miedo, este sufrimiento que acompaña a los espectadores -que no pueden relajarse en ningún momento aún en los que existe una pequeña “armonía”- y a toda una familia ficcional desconcertada en espacio y tiempo corta la respiración a un desenlace límite. Un desenlace capaz de poner los pelos de punta. Esa angustia contenida y tan realista que puede ocurrir -y ocurre- desde la cotidianeidad del día a día, hace que Custodia compartida no sea un drama ordinario.