Todo comienza con el divorcio de una pareja que tienen dos hijos: un niño de 11 años y una joven de 18. Pese a los pedidos de la madre la jueza determina la tenencia compartida del menor.
En cada encuentro entre el padre y el hijo, el hombre se muestra violento, en sus movimientos como cierra la puerta del vehículo, el cinturón de seguridad, su respiración, los portazos en la casa y sus expresiones, toscas, impulsivas y un amor que en realidad es perturbador.
Ese niño sufre, se lo ve angustiado al igual que el resto de la familia, todos están sufriendo, tienen mucho miedo, hay terror en la mirada de quienes son víctimas de este hombre que además como su contextura física es grande, se asemeja a un ogro. La cámara sigue en todo momento a los protagonistas otorgándole mayor nerviosismo.
La banda sonora está acorde en cada minuto, se crean muy buenos climas, una interesante paleta de colores e iluminación y las interpretaciones resultan estupendas. El espectador esta tenso, siente en los últimos minutos que todo está a punto explotar y culminar en tragedia.