La inspiración teatral basada en las vivencias de un autor a fines del siglo XIX
Probablemente el título original francés no haya sido utilizado en casi todo el resto del mundo, incluido nuestro país, por su escaso “gancho comercial”. Pero es el que más se acerca al espíritu del film, ya que refiere a un breve periodo de la vida del escritor Edmond Rostand, autor de la obra teatral (en alejandrinos) “Cyrano de Bergerac”.
Transcurre en el último quinquenio del siglo XIX, pocos años después de la inauguración de la Torre Eiffel (cuya silueta se muestra en un París sin edificios de gran altura). La acción se inicia a fines de 1895, con Edmond saliendo del teatro donde acaba de fracasar una de sus tempranas obras. En su apesadumbrada caminata, el escritor pasa delante e ingresa en un pequeño teatrito, a un franco la entrada, que lleva el nombre de Cinémathèque Lumière. Y lo que allí ve son las imágenes de films, como la célebre “Salida de los obreros de la de la fábrica Lumière”.
Mencionando más tarde su primera experiencia cinematográfica, comenta que “en diez años no habrá más teatro”. Y se equivoca solo a medias ya que acierta en lo que al futuro del cine se refiere, pero no a la muerte de la representación en escena.
La acción salta a tres años más tarde, estamos ahora en diciembre 1898, cuando hace su aparición otro personaje central del film: Constant Coquelin. Quien lo encarna con notable justeza es Olivier Gourmet, el actor fetiche de los hermanos Dardenne.
Coquelin, personaje real, fue un gran actor francés que tras pelearse con la Comédie Française pasó a trabajar en el Théâtre de la Porte Saint Martin. Al cruzarse con Rostand le sugiere que escriba una obra de teatro para él, y es allí cuando la trama se encauza hacia lo que será el núcleo de Cyrano Mon Amour. Porque de allí en más, con un ritmo ininterrumpido y frenético, irán apareciendo diversos personajes que, muy a menudo sin saberlo a priori, alimentarán la inspiración del autor.
Así su amigo Leo le pedirá lo ayude a conquistar a Jeanne, cuando debajo de un balcón (con Edmond oculto) le “sople” palabras conquistadoras. O también cuando escriba las cartas de amor, que supuestamente Leo redactó.
Después de mucho pensar será nada menos que Honoré (bella composición del actor Jean-Michel Martial, lamentablemente fallecido poco después de la filmación), el dueño del café que lleva su nombre y contiguo al teatro, quien le preste las obras de un escritor del siglo XVII. Su nombre, Savinien de Cyrano, quien adoptó el nombre Bergerac (localidad en donde heredó bienes de su abuelo) y lo cambió al muy célebre Cyrano de Bergerac.
El grueso de la historia tiene la gran riqueza de hacer desfilar a personajes tan célebres como la inigualable Sarah Bernhardt (gran composición de Clémentine Celarié), el también afamado autor teatral y rival de Rostand, Georges Feydeau (lo encarna el propio Michalik) y hasta un famoso ruso, Anton Chejov, de paso por París.
La estética del film está muy lograda a través de una reconstrucción de época estupenda y un uso interesante de la música no diegética (por allí se escucha el Bolero de Ravel, compuesto en realidad treinta años más tarde), que contribuyen a realzar los efectos formales del film.
Pero lo más divertido son las idas y vueltas de la escritura de “Cyrano de Bergerac”, donde Edmond va agregando actores y personajes para desconsuelo de los inversores que por suerte tienen un burdel, fuente segura de financiamiento. Es este sitio donde tienen lugar escenas muy graciosas, como la que protagoniza Jean, el hijo de Coquelin, a quien su padre impone como actor. El dueño del teatro (el actor Dominique Pinon, de Amélie y Alien: La resurrección) y los que ponen la plata se resignan a aceptar al obeso Jean para no perder al intérprete de Cyrano.
Rostand es interpretado con gran convicción por el poco conocido Thomas Solivérès, mientras que la actriz que personifica a Roxane es la más renombrada Mathilde Sagnier. Su apellido además ha adquirido gran popularidad gracias a su hermana menor Emmanuelle, también actriz y esposa de Roman Polanski.
La obra “Cyrano de Bergerac” fue llevada al cine varias veces y es probable que la más faosa sea la protagonizada por Gérard Dépardieu. Ganó efectivamente el premio a mejor actor en Cannes y fue nominado al Oscar, que no obtuvo a diferencia de la de 1950, cuando el director y actor José Ferrer ganó el premio de la Academia en esta última categoría. Otros recordarán Roxanne, con Steve Martin en el rol central, pero la que aquí se presenta es muy diferente.
No esperen ver la representación completa de la obra de Rostand, sino más bien la probable historia de cómo se gestó su escritura ante la inspiración de su autor. Y tampoco es una biografía, ya que sólo cubre un corto periodo de su vida (el más fecundo), sin mencionar por ejemplo que murió a causa de la “gripe española” en 1918. Pero lo que resulta indudable es que Alexis Michalik logra interesar en el gran desafío de ser original. Más aún vale destacar que este es su debut como realizador, luego de una carrera importante como actor.