Close es un típico film que, muy a menudo, suele ser exhibido en la Competición Oficial del Festival de Cannes, en las etapas finales del mismo. A esta altura del certamen la película corría el serio riesgo de pasar desapercibida, entre tantos títulos ya presentados. Pero afortunadamente su realizador, el belga Lukas Dhont, tenía un significativo crédito anterior, al haber ganado la Cámara de Oro en 2018, a la mejor opera prima. La sorpresa que Close depara es mayúscula al contar con dos muy jóvenes y talentosos actores, Eden Dambrine (Léo) y Gustav De Waade (Rémi), sin ninguna experiencia previa en el largometraje. Ellos interpretan a un par de adolescentes a los que une una fuerte amistad, en una relación ambigua, que provoca la burla, sobre todo, de algunas compañeras de clase. Un hecho trágico sacudirá a las familias de ambos y particularmente a Léo, quien sentirá culpabilidad por el hecho acontecido. Lo llevará a acercarse a Sophie (Emilie Duquenne), madre de Rémi, protagonizando una escena hacia el final, de gran sutileza, característica que se extiende a lo largo de toda la obra. La conferencia de prensa, inmediatamente posterior a la proyección, mostró curiosamente una escasa presencia de miembros de la prensa. Permitió a este cronista formular un par de preguntas, la primera de las cuales se refería al rol que tuvieron las consagradas actrices, la ya mencionada Emilie Duquenne y Léa Drucker, para apuntalar las actuaciones de los jóvenes intérpretes centrales. Señalaron que Dhont les pidió no ceñirse totalmente al guion, privilegiando hacerlo con gran libertad e improvisación. El otro tema que motivó la interpelación fue el uso alternativo de las lenguas francesa (valón) y flamenca (similar al hablado en Holanda), señalando el realizador su interés en enfatizar la convivencia de ambos idiomas. Aclaró que los dos actores (sus apellidos lo denuncian) son de distinta procedencia lingüística, pero ambos bilingües. Entre los miembros del panel se encontraba otro joven de idéntico apellido (Dhont) y notable parecido físico (quizás mellizo), hermano del director y con el cual coprodujo las dos películas de Lukas. El moderador del debate comparó (algo exageradamente) a esta asociación con la de los hermanos Almodóvar. Al finalizar una conferencia de prensa, como se señalara poco concurrida, había larguísimas “colas” para la siguiente del film Broker de Hirokazu Kore-Eda. La mayoría eran periodistas del Lejano Oriente, donde no siempre resulta fácil distinguir entre los de Japón (de donde es oriundo el director) y los de Corea del Sur, país en que se sitúa la trama del film. Seguramente muchos de los críticos quedaron afuera, ante la limitada capacidad de la sala de prensa.
El 22° Festival de cine alemán presenta una decena de films, con la singularidad este año de que dos de ellos trascurren en la misma época y lugar. Para la inauguración en Cinépolis Recoleta, el Festival programó El falsificador, de la realizadora Maggie Peren. Pese a que no pudo asistir al evento, los espectadores pudieron escuchar y verla en forma virtual, notando su contagioso entusiasmo con éste, su cuarto largometraje, que participó de la última Berlinale. 1942 fue un año bisagra desde que se inició la Segunda Guerra Mundial, con un muy diferente estado de ánimo de los países opuestos al nazismo, al inicio y fin de dicho año. El 20 de enero de 1942 tuvo lugar una reunión en Wannsee, al suroeste de Berlin, a la que se refiere La conferencia (del director Matti Geschonneck), que terminó de rubricar la Solución Final de la cuestión judía. Equivocadamente se suele atribuir esa fecha al momento en que se gestó dicha atroz iniciativa, en la que participaron entre otros dos célebres asesinos: Adolf Eichmann y Heinrich Heydrich. El falsificador también transcurre en Berlín en el mismo año, pero seguramente muchos meses después, cuando ya eran frecuentes los bombardeos de los aliados como lo muestra una de las escenas más dramáticas en que casi es descubierto Cioma Schönhaus (brillante interpretación de Louis Hoffman). Se trata de un joven judío de apenas 21 años, que gracias a su aspecto físico es confundido con los alemanes de raza aria. Suele vestirse como un oficial de la marina alemana, habiendo elegido ese atuendo ya que confiesa que: “la Marina es más que el Ejército, al ser familia y libertad”. Otros dos personajes jóvenes suelen acompañarlo: su pareja Gerda (Una Wedler) y su amigo Det (Jonathan Berlin). Cioma habita en el edificio donde se relaciona con la Sra. Peters (Nina Gummich), personaje ambiguo y prototipo de ciudadanos alemanes, no necesariamente nazis, pero con temores de ser deportados. Como afirma la realizadora, la historia está basada en un personaje real, ya fallecido, al que ella llegó a entrevistar. Cioma tenía un especial talento en falsificar pasaportes y otros documentos, aprovechando su pulso firme y ayudado de tinta y otros elementos de trabajo. De esa manera creó falsas identidades que salvaron la vida de muchas personas y finalmente la propia. Aunque la película no lo menciona, del total de algo más de 500.000 judíos que habitaban en Alemania cuando Hitler llegó al poder en 1933 un tercio habitaba en Berlín. Al empezar la Guerra ya la mitad de los berlineses habían abandonado el país y a fines de 1942, producto de las deportaciones, sólo quedaban en la capital unos 10.000 judíos entre los cuales estaba Cioma. El falsificador está basado en las memorias del personaje.
Son contados los directores argentinos que logran mantener cierta continuidad en las pantallas locales. Hay numerosos casos de realizadores exitosos, cuyos nombres “tan de repente” desaparecen y pasan muchos años sin que se escuche hablar más de ellos. No es el caso, afortunadamente, de Diego Lerman, quien con saludable regularidad nos ofrece un estreno cinematográfico cada cuatro años aproximadamente. Hace veinte años nos sorprendió con su opera prima (Tan de repente), basada en una obra de César Aira y que ya había filmado tres años antes como cortometraje (La prueba). El suplente es su sexto largometraje, premiado recientemente en el Festival de San Sebastián: mejor actriz secundaria para su hija Renata Lerman, cuya madre (María Merlino) suele actuar en los films del director, incluido éste. El título del film alude a Lucio Garmendia (Juan Minujín), escritor, quien, al no ganar un concurso en una cátedra de la UBA, se ve obligado a aceptar el puesto de profesor suplente en un colegio secundario de un barrio difícil en la isla Maciel. Apenas lo presenta la directora del establecimiento (Rita Cortese) percibe el desafío que representa enseñar Literatura a alumnos desmotivados, cuando les formula una primera pregunta sobre la utilidad de su materia. Respuestas como “para nada” o también “para aburrirse”, lo obligan seguramente a cambiar su estrategia para “despertar” (incluso en algún caso literalmente) a sus alumnos. La trama tiene varias bifurcaciones, entre ellas la de la vida personal de Lucio, separado de su esposa Mariela (la española Bárbara Lennie) y con una hija adolescente (Sol) que se resiste a ingresar a un “buen” colegio, manifestando su rebeldía probablemente como consecuencia de la separación de sus padres y la esperanza de que vuelvan a juntarse. “El chileno” (Alfredo Castro), cuyo seudónimo alude a la nacionalidad de su progenitor en la ficción, tiene un proyecto de un comedor comunitario y quien trabaja con él es Dilan (Lucas Arrua), uno de los alumnos preferidos de Lucio, quien al igual que otros, tiene problemas, producto de las condiciones precarias en que viven. Será justamente la aparición de droga en el baño de los varones la que dará lugar a la intervención policial, poniendo en riesgo la libertad de Dilan. En la investigación habrá intereses corruptos, particularmente de El Perro Olmos, un candidato a intendente nada santo. El buen guion, junto a su habitual colaboradora María Meira, la fotografía del polaco Wojcech Staron (tercera colaboración al hilo) y el casting, donde seguramente hay mayoría de “no actores” (como diría Carlos Sorín) son algunos de los logros del film. Lerman es corresponsable de la producción local con su compañía Campo Cine (junto a su socio Nicolás Avruj) y donde también aparece el nombre de Patagonik.
Río Tercero es una ciudad de la provincia de Córdoba, localizada a unos cien kilómetros al sur de su capital. Por conocimiento del lugar, es posible afirmar que se trata de una localidad relativamente pequeña (40.000 habitantes) y que no tiene ni el glamour de la Capital ni la opulencia de Río Cuarto, de la que dista otra centena de kilómetros. Se trata de un enclave industrial, que otrora contó con una cierta pujanza gracias a la presencia accionaria, en su momento, de Fabricaciones Militares, no sólo en la planta elaboradora de explosivos sino en varias compañías químicas, como Atanor y Petroquímica Río Tercero. Esquirlas está compuesta mayormente por filmaciones caseras, realizadas por la ahora directora Natalia Garayalde, siendo muy joven y a mediados de los ‘90, en los suburbios de Río Tercero. Todo comienza de manera simple, amigable. La propia Garayalde, en off, nos relata cómo está compuesta su familia (padre, madre, dos hermanas mayores, un hermano). Provista de una cámara Sony de 8mm se visualizan los típicos registros de situaciones cotidianas, que se mezclan con parodias a cargo de los chicos. En particular, los de la fiesta de fin de año 1994 que como la directora indica fue “la última en que me animé a dormir sola”. Y que preanuncia la terrible explosión del 3 de noviembre de 1995, que provocó la caída de unos 20.000 proyectiles sobre una ciudad de casas bajas y cercanas a la planta, como la de los Garayalde (a apenas 300 metros de distancia) . Ahora vemos grabaciones de los primeros minutos de aquel horror, nos sumergimos en un apocalipsis de desesperación, destrucción y humaredas oscuras que terminaron cubriendo la ciudad para siempre. Garayalde presenta registros de los días posteriores, con el padre ayudando a encontrar proyectiles que terminan explotando de golpe y contaminan a los sobrevivientes, por el fósforo blanco que contiene, y cómo tratan de salir adelante su familia y sus vecinos. Además, y en menor medida, intercala fragmentos de notas periodísticas en las que el presidente argentino Carlos Menem asegura que se trató de un accidente y no de un atentado. El uso del material de archivo personal remite a otros ejemplos de documentales argentinos recientes, como El silencio es un cuerpo que cae, de Agustina Comedi. De hecho, ella figura como asistenta de guion. Al igual que en el notable film de Comedi, Garayalde consigue hablar tanto de su situación personal como trazar un fresco de cómo funcionaba la Argentina del período que retrata. En este caso, con las maniobras oscuras por parte de las altas esferas (venta ilegal de armas), y los miedos y la incertidumbre que quedan para los ciudadanos. Esquirlas es una crónica desde el ojo del huracán, un relato de madurez y una prueba de los alcances de la corrupción política.
Son pocos los directores japoneses contemporáneos conocidos en Argentina. Si se excluyen los nombres de Kore-Eda Hirokazu, Naomi Kawase y Hayao Miyazaki (más veterano), es poco lo que se ha visto en Argentina de otros realizadores nipones. Ryusuke Hamaguchi cobró cierta notoriedad en 2015 durante la presentación de Happy Hour (cinco horas de duración) en el Festival de Locarno, pero hubo que esperar hasta 2018 en que Asako I & II, su siguiente obra, se presentara en Cannes. Recién entonces los franceses se animaron a estrenar la de 2015 en salas y lo hicieron en mayo, de una manera algo insólita, en tres partes (espaciadas a lo largo de tres semanas). Las llamaron “Senses” que por otra parte no es una palabra francesa, sino un título alternativo al más conocido (Happy Hour). Por el Festival internacional de cine de Mar del Plata pasó algo desapercibida Asako I & II y es de desear que no acontezca lo mismo con la que ahora nos ocupa (de allí esta nota). El título (en inglés), utilizado en la reciente Berlinale donde se llevó el Gran Premio del Jurado (Oso de Plata), no es muy afortunado. Preferible el original en japonés, que se podría traducir como “Coincidencia e imaginación”, ya que de eso trata el film. O mejor sería decir los tres mediometrajes de los que se compone, con casi idéntica duración, para totalizar dos horas. Hamaguchi reivindica aquí, de alguna manera, los films de menor duración, pero logra que cada una de las tres partes tengan una unidad, cerrando completando las historias que desarrolla. En cada una de ellas los intérpretes y personajes son diferentes, aunque se adivina que el foco central, como en sus films anteriores, es el mundo femenino. El primero titulado “Magic” está centrado en dos mujeres: una modelo (Meiko) y la productora Gumi, con esta última relatándole en un taxi su reciente relación con Kazu. La clave de este primer episodio está en la palabra “coincidencia” del título original. El segundo “Door Wide Open”, involucra al joven estudiante Sasaki, quien se siente humillado por el profesor Segawa, que ha ganado recientemente un importante premio japonés de literatura. El joven sostiene una relación con Nao, una mujer algo mayor, y a modo de venganza le pide a ésta que vaya y seduzca al profesor. Cuando Nao lo va a visitar, llevando un ejemplar del libro premiado, le pide un autógrafo en una de las páginas más eróticas y explícitas del texto. Lo notable es que se pone a leer dicha parte, descolocando al autor. “Once Again” cierra el tríptico con un encuentro casual de dos mujeres en una estación de tren. Una de ellas, Moka, cree reconocer a una compañera (Aya) con la que tuvo una relación íntima hace unos veinte años. Aya la invita a su casa y a medida que con el diálogo profundizan lo acontecido en el pasado, ambas mujeres llegan a una sorpresiva conclusión. Pero, a diferencia de los dos capítulos precedentes, las revelaciones no adquieren aquí un tinte dramático sino más bien todo lo contrario, como lo revela la escena final, nuevamente en la estación ferroviaria. El nivel de los tres episodios es muy parejo y de similar nivel de excelencia, revelando que Hamaguchi es un eximio director de actores, donde se destacan los personajes femeninos. En más de un punto su cine tiene puntos de contacto con el de Rohmer, cuya espíritu y segura influencia no pasará desapercibida.
Hace apenas cuatro años, casi nadie conocía a Ryosuke Hamaguchi, director de Drive My Car Todo empezó en 2018 cuando Francia lo descubrió, integrando Asako I & II la Competencia Oficial del Festival de Cannes. Simultáneamente en ese mismo mes de mayo y en tres semanas consecutivas se estrenó Happy Hour, su film inmediatamente anterior de 2015. En Francia se lo conoció con el nombre de Senses, de más de cinco horas de duración, dividido en tres partes (1 & 2, 3 & 4 y 5). 2021 aparece como el año de consolidación de la figura de Hamaguchi, ya que el Oso de Plata (Grand Prix) del Festival de Berlin se lo llevó Wheel of Fortune and Fantasy. En el reciente Festival de Cannes (julio de 2021), Drive My Car, un nuevo largometraje de Hamaguchi, compitió en la Selección Oficial y quizás mereció llevarse la Palma de Oro, contentándose con el Premio al mejor guion, así como el otorgado por FIPRESCI. Drive My Car es un extenso film, de tres horas de duración, que, pese a no estar dividido en capítulos, los tiene implícitamente asumidos. El primero, alrededor de un cuarto del metraje total, termina con los títulos del film, que normalmente aparecen al inicio o final del mismo. Allí se nos presenta a Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima) uno de los dos personajes centrales, actor y director de teatro que está montando una versión en japonés de “Tio Vania” de Anton Chejov. Oto, la esposa de Kafuku, no le es fiel. Así lo comprueba cuando, al enterarse en el aeropuerto de la suspensión de su vuelo, regresa a su casa y la ve manteniendo relaciones sexuales con Koji Takatushi, uno de sus jóvenes actores. Los amantes no lo perciben y él prefiere irse a un hotel en el aeropuerto de Narita. La acción se traslada una semana más tarde; semana en la que ocurrirán dos hechos de gran significación en su vida. El primero es un accidente en su auto donde casi pierde la vista y el segundo es la muerte de su esposa por una inesperada hemorragia cerebral. El segundo “capítulo”, el más extenso, ocupa la mitad de toda la obra y es el que da sentido al nombre del film. Es cuando aparece Misaki (Toko Miura), la joven que con su auto se desplaza por Hiroshima, lugar donde será representada “Tío Vania”. Los productores le asignan una casa en una isla vecina, ideal para que dé rienda suelta a su inspiración. Casi podría afirmarse que los noventa minutos que dura este tramo conforman un relato completo, siendo lo más sustancioso del conjunto. Por un lado los ensayos con una decena de actores, uno de los cuales es nada menos que el joven Koji, que ignora que Kafuku se enteró del affaire con su esposa. Lo notable (y diferente) de la mentalidad japonesa es que no hay un deseo de venganza, como se irá verificando en los diálogos de ambos personajes masculinos. Por otra parte, la relación entre Misaki y Kafuku no será exactamente la que un film occidental plantearía. La sencillez de la conductora del auto contrasta con el nivel cultural e intelectual del actor, y sin embargo hay algo que los une: el dolor de sendas pérdidas, que el espectador irá descubriendo. Un viaje en auto al norte de Japón (Hokaido), de donde ella procede, será muy revelador para Kafuku. En el medio de este segmento intermedio, el film alcanzará un notable pico emocional cuando se descubra algo que estaba oculto y que tiene que ver con una de las actrices del elenco. Ella es bella, de enorme talento y calidez. También es (gran singularidad) sordomuda. El último capítulo plantea un momento de cierto dramatismo cuando la representación de la obra corre el riesgo de ser anulada. Allí reaparecerá la imagen de Oto, la esposa fallecida, y en algún momento esa angustiante ausencia será admirablemente llenada por la afectuosa compañía de Misaki. Drive My Car es una obra basada en un cuento de Murakami. Seguramente tanto Hiroshima como la menos japonesa Hokaido fueron lugares elegidos, no en forma azarosa, por Hamaguchi. El director de apenas 42 años ya fue revelado al público argentino en el BAFICI de 2018. Sólo falta que un distribuidor local decida adquirir Drive My Car, una obra mayor de la cinematografía nipona.
Voces doradas transcurre en 1990, año en que la inminente desaparición de la Unión Soviética permitió una importante “aliyah” (inmigración a la tierra de Israel) de ciudadanos rusos de origen judío. Raya (Mariya Belkina) y Víctor (Vladimir Friedman) Frenkel son un matrimonio ruso que arriba a Tel Aviv en septiembre de 1990 con la esperanza de un “nuevo comienzo”, empezando de cero una vida distinta y, por qué no, mejor. Se los ve al inicio aprendiendo a hablar hebreo, lengua que les resulta extraña, pero confiando en que su trabajo previo, doblando con sus voces (doradas) películas al ruso, les permitirá rápidamente progresar ante la masiva llegada de un millón de compatriotas a su nuevo destino. Un amigo pronto les explicará que la prioridad de los inmigrantes no pasa por consumir películas dobladas y los obligará a buscar otras fuentes de trabajo, menos creativas. Será Raya la primera en detectar un posible conchabo a través de un anuncio en un periódico en ruso buscando “mujeres con buena voz”. Pero su sorpresa será mayor cuando, al presentarse en la “empresa” reclutadora, compruebe que se trata de una especie de “call center”, en que las mujeres sostienen conversaciones eróticas en lengua rusa. La necesidad de trabajo para poder pagar el costoso alquiler en el modesto departamento donde viven la lleva a aceptar, mintiéndole a Víctor al decirle que su tarea consiste en el telemarketing para la venta de perfumes. Raya es ahora “Margarita” y su edad “telefónica” es 22 años, frente a los más de 60 reales. No le irá mucho mejor al marido, quien acepta trabajos mal remunerados como aquél en que lo obligan a largas caminatas transportando máscaras para prevenir un posible ataque con armas químicas por parte de Saddam Hussein. Peor aún le irá cuando trabaje para una empresa (de nombre “Sputnik”) que alquila DVD truchos, obtenidos filmando estrenos en un cine, con una cámara oculta, para luego doblarlos al ruso. Terminará en la cárcel pero lo salvará Shaul (el actor Uri Klauzner, de películas de Amos Gitai), quien organizará un cine con películas dobladas legalmente al ruso por el matrimonio Frenkel, aunque ella seguirá con su otro trabajo. Esta última decisión tendrá en algún momento graves consecuencias para el matrimonio, pero allí entrará en juego el nombre del gran director de Las noches de Cabiria. Habrá referencias a otros dos films y sobre todo a 8 1/2 y su accidentada participación en el Festival de Moscú de 1963. Y estando la película ambientada en 1990, no sorprenderá que el tercer film de Fellini, múltiplemente citado, sea Le voci della luna. Voces doradas destaca la sólida actuación de la pareja central, la buena recreación de un país como Israel que abrió sus fronteras a la masiva inmigración desde Rusia hace tres décadas y la banda sonora, en que sobresale la muy popular y bella canción “Un millón de rosas rojas”.
Un título tan contundente como “La verdad sobre la Dolce Vita”, debe necesariamente generar la curiosidad de más de un fanático de Federico Fellini y de una de sus obras mayores. El presente film es una de tantas manifestaciones cinematográficas, básicamente documentales, presentadas durante el año 2020, en que el director de La dolce vita hubiese cumplido cien años. A diferencia de Fellinopolis, también presentada en el 22° BAFICI y consagrada a tres películas: La ciudad de las mujeres, Y la nave va y Ginger y Fred, la que ahora nos ocupa, está centrada en la que da título al documental de Giuseppe Pedersoli. Y a diferencia de la antes nombradas no se ocupa de aspectos técnicos, ni de entrevistas a sus responsables. La “verità” se refiere a otro aspecto, tanto o más importante que la filmación en sí y que puede hacer fracasar más de un proyecto cinematográfico. Como afirma en un momento Giuseppe (Peppino) Amato (interpretado en la ficción por el actor Luigi Petrucci): “La dolce vita fue para mí un verdadero infierno”. Amato fue uno de los dos productores centrales, junto a Angelo Rizzoli, y las dificultades por las que pasó el proyecto justifican su afirmación. El presupuesto y la duración del film fueron factores irritantes, sobre todo para el editor Rizzoli. Para él, la duración original prevista de cuatro horas era insostenible y el máximo que “autorizó” fue de tres horas (la película finalmente duró seis minutos menos que dicho tope). Pero aún más crítica fue la cuestión económica ya que allí también estableció un techo de 500 millones de liras, que obviamente no se sostuvo, con lo que el “budget” final superó ampliamente dicha cifra. Son pocas las figuras entrevistadas, apenas tres actrices, de las cuales sólo una y la menos célebre actuó en La dolce vita. Se trata de Valeria Ciangottini, que aparece en una escena en la playa (muy jovencita) sirviendo a Marcello. La encantadora y otrora pulposa Sandra Milo, desborda simpatía en sus declaraciones. Y si bien no participó en La dolce vita, del cual afirma “que es un sentimiento”, ella es una actriz muy felliniana al haber actuado en 8 ½ y en Giulietta degli spiriti, en una de cuyas escenas se la ve. La restante, la aún bella Giovanna Ralli, estuvo al principio en un rol menor en el primer largometraje de Fellini (Luci del varieta), codirigida por Alberto Lattuada). Son en cambio más abundantes las entrevistas a figuras lamentablemente fallecidas, comenzando por Marcello Mastroianni quien comenta que en algún momento se imaginó que su personaje fuera interpretado por Paul Newman. Y agrega que cuando Fellini se le acercó para proponerle el rol central lo llamó Marcellino, seguramente afirma usando el diminutivo para negociar un menor cachet. También son varios los registros en que aparece Bernardo Bertolucci, indicando que “la visión de la película motivó mi deseo de pasar de la poesía a filmar únicamente películas”. Hay varios extractos de escenas de Marcello con Sylvia (Anita Ekberg), incluyendo la más célebre en la Fontana de Trevi, donde se la ve primero con un gatito, pidiéndole a Marcello que le consiga leche. Acto seguido aparece éste, caminando muy lentamente para no derramarla, para finalmente ingresar a la célebre “fontana”. La verità su La dolce vita es también un homenaje a Peppino Amato, que produjo entre otras Roma, ciudad abierta y Ladrón de bicicletas. Su hija María es entrevistada en varias oportunidades, con toda justicia reivindicando el rol central de su padre, como productor perseverante. Peppino sufrió un primer infarto a pocos días de su estreno y falleció de igual afección cuatro años después. Como afirma (el actor que lo interpreta) “no me equivoqué al creer en el film”. Las imágenes del público masivo, desde su premier en Roma en el cine Fiamma, hasta la Palma de Oro en Cannes, fueron un justo premio a su convicción. Y la perduración del film hasta el presente, incluso en salas locales, confirman a Fellini como uno de los mayores nombres de la cinematografía mundial.
El remake de un clásico como Amor sin barreras (West Side Story) era un desafío al que, a priori, pocos directores se atreverían a enfrentar. Lo más probable sería inclinarse por una nueva versión con cambios profundos (de época, personajes, etc.), como fue por ejemplo el caso de A Star is Born. Pero Steven Spielberg ha optado, por lo contrario, a reproducir casi totalmente el clásico de Robert Wise y Jerome Robbins sesenta años después. La trama es por demás conocida, con el enfrentamiento en Nueva York de dos grupos raciales muy diferenciados: los muy americanos Jets y los portorriqueños Sharks. Hasta se podría afirmar que el director intentó acrecentar el contraste entre ambas bandas, eligiendo para el personaje de María a la joven Rachel Zegler, quien heredó de su madre colombiana rasgos que encuadran bien en su personaje, quizás mejorando al de Natalie Wood en la primera versión. Resulta evidente el eficiente trabajo de casting, que involucró a unas treinta mil personas y que también acertó en la elección de Ansel Elgert (Baby Driver) en el rol de Tony, superando claramente a Richard Beymer, de la primera versión fílmica. Comparar a la Anita de Ariana DeBose con la original de 1961 (papel que le valió a Rita Moreno el Oscar como mejor actriz de reparto) resulta más difícil ya que ambas actrices deslumbran encarnando a un personaje importante en la trama, como lo es la hermana de Bernardo, líder de los Sharks. Que Spielberg haya decidido crear un personaje nuevo (Valentina) interpretado por la que cumplirá 90 años (obviamente Rita Moreno) justo el día en que el film se estrena en Argentina y un día antes en los Estados Unidos, es aun otro acierto de la producción. West Side Story fue primero una obra musical presentada en Broadway en 1957, con algunas escenas coloridas como la de un baile en un gran salón; particularmente en esta versión se realza el contraste en las tonalidades de la vestimenta de los Jets (verde predominante) con la de los Sharks (rojizo). Es allí donde María y Tony se cruzan por primera vez, con él recientemente liberado de la prisión al haber herido gravemente a un miembro de los integrantes de Puerto Rico y dispuesto a no reincidir en combates junto a los Jets. La banda sonora de Elmer Bernstein y la letra de las canciones del fallecido Stephen Sondheim no han cambiado, con puntos fuertes en “América”, “Tonight” y “I Feel Pretty”, entre otras. En esta versión se escuchan con mayor frecuencia parlamentos en castellano, obviamente en los diálogos de los Sharks, realzando aún más las diferencias étnicas que existen entre ambos grupos. El enfrentamiento final, con dolorosas consecuencias para ambas bandas, recuerda a los de Capuletos y Montescos, segura fuente de inspiración de Amor sin barreras. Ese final trágico es sin embargo esperanzador, aunque elevado en el costo de pérdidas afectivas y humanas.
El caso Collini transcurre en el año 2001 y está basado libremente en un caso judicial similar, aunque los personajes principales y sus nombres son otros. Apela frecuentemente a flashbacks de dos periodos anteriores, que van arrojando luz sobre el tema central de la trama: la búsqueda del motivo de un crimen. Es este el evento con que se inicia el film, cuando un hombre mayor consigue, fingiendo ser periodista, ingresar a la oficina de Hans Meyer (Manfred Zapatka), un rico propietario berlinés, dueño de la Meyer Machine Fabrik. El desconocido le descarga tres balazos y se ensaña aún más pisoteando la cabeza de la víctima fallecida. Es detenido y puesto al servicio de la justicia alemana, que designa de oficio a un defensor público. Este resulta ser un joven abogado turco recibido hace tres meses, Caspar Leinen (Elyas M’Barek), recomendado por su profesor de derecho penal, Dr. Richard Mattinger (Heiner Lauterbach). Pronto se verá que la elección no es casual, ya que además el joven letrado conocía a la víctima desde pequeño, al ser amigo de Philipp, nieto de Meyer, y su hermana Johanna (Alexandra Maria Lara, la secretaria de Hitler en La caída). Ocurre también que Mattinger resulta ser el abogado civil de la firma. En uno de tantos flashbacks se comprobará que tanto Philipp como sus padres fallecieron en un accidente de auto. Johanna intentara disuadir a Caspar, recordándole cómo su abuelo fue generoso con él al alentarlo y apoyarlo para que termine sus estudios. Pero el joven abogado se resiste, al haberse ya comprometido con la Justicia en el que será además su primer caso legal. La historia pega un giro crucial cuando Caspar conoce a su defendido Fabrizio Collini (una gran interpretación de Franco Nero), un italiano residente en Alemania desde hace más de treinta años que se niega a declarar. El abogado visita la morgue y por consulta con una experta en balística comprueba que el arma asesina es una rara pistola (Walter P38) que ya no se usa y que data de unas cuantas décadas atrás. Con el juicio ya iniciado, pide a la jueza una prórroga de una semana que, si bien rompe las reglas jurídicas, ella acepta, aunque reduciendo el plazo a cuatro días. Es allí cuando la película cambia de ritmo y se transforma en una carrera contra el reloj, llevándolo por un lado a Frankfurt, donde reside su padre librero. A este le pide que lo ayude consultando una extensa documentación legal que tiene que ver con una decisión de la República Federal de Alemania de 1968, sobre crímenes de guerra y prescripciones. Por el otro lado viaja a Toscana, más precisamente a Montecatini (cerca de Pisa), donde vivía Collini. Lo acompaña una bonita joven italiana que Caspar conoció en un delivery de pizzería, y que además de traductora se convierte en su ocasional compañera. El exitoso viaje le permitirá aportar un muy valioso testigo cuando se reanude el juicio en Berlín. El gran interés de El caso Collini radica en que alude al nazismo desde una óptica muy diversa de la más habitual, ligada al Holocausto. Recuerda un poco por su temática a Anthropoid, un film del inglés Sean Ellis (coproducción con la República Checa), que fue curiosamente presentado por una distribuidora major y que sólo vieron en Argentina unas seis mil personas. Pero a diferencia de la recién mencionada, la que ahora se estrena no se contenta con ser un film histórico ya que agrega una importante cuota de misterio, que se irá develando a lo largo de dos horas bien justificadas.