A través de cartas
En Cyrano Mon Amour (Edmond, 2018) recorremos el difícil y mágico camino de un joven escritor en la búsqueda de inspiración, que se describe a sí mismo como un poeta fracasado. En la siempre arriesgada empresa de adaptar una obra de teatro a la pantalla grande, Alexis Michalik nos ofrece un film atrapante, elegante y divertido. Improvisación y desafíos permanentes no permitirán que el espectador se aburra en una película que obtuvo dos nominaciones a los Premios César (Diseño de Producción y Diseño de Vestuario).
Cyrano Mon Amour (2018). La historia nos sitúa en la Belle Époque, en donde París era el centro de todas las artes. Edmond Rostand (Thomas Soliveres) es un joven dramaturgo y prometedor. Todo lo que ha escrito hasta el momento ha sido un fracaso y atraviesa un bloqueo creativo. Gracias a su admiradora, la gran actriz Sarah Bernhardt (Clémentine Célarié), conoce al actor más popular del momento, Constant Coquelin (Olivier Gourmet), que insiste en interpretar su próxima obra, además de querer estrenarla en tan solo tres semanas. El gran problema para Edmond es que aún no la tiene escrita. Solo sabe el título: “Cyrano de Bergerac”.
El estilo de Alexis Michalik es detallista en dirección, incluyendo al espectador de manera natural desde el comienzo, literalmente nos sumergimos en la época que está muy bien representada, con un gran despliegue de producción. Cada elemento es presentado con un pintoresco encanto que se mantiene hasta el final. La dirección de actores es inmejorable, en la que se destacan Thomas Soliveres como Edmond y el polifacético Olivier Gourmet (El hijo, 2002). El guion sabe adaptarse al ritmo de una trama vertiginosa que demanda de manera permanente cierta improvisación, mientras que el resto de los rubros están suntuosamente reconstruidos. La cámara gira entre los actores, recurso muy bien utilizado y pensado de manera inteligente para generar la adrenalina que caracteriza al film.
Un digno homenaje al teatro, que respeta su estructura y lo que representa para el protagonista. Nos sentiremos identificados con su historia y su recorrido. Su musa inspiradora, su amor platónico, le da vida y movimiento a esta obra. Una alegoría para todo artista que se encuentre en un proceso creativo detenido, y vea que el éxito no lo determina, sino la mágica satisfacción personal de la creación.