Peter Dinklage y Haley Bennett protagonizan esta adaptación al cine de una obra musical de 2018 basada en la clásica pieza «Cyrano de Bergerac» que cuenta con música de integrantes de la banda The National.
Adaptada y alterada cientos de veces a lo largo de su más de 120 años de historia, la obra de Edmond Rostand CYRANO DE BERGERAC –inspirada en la vida de un autor que realmente existió en el siglo XVII– ha sobrevivido gracias a un recurso dramático original y al profundo romanticismo que la atraviesa de principio a fin. Una historia de amor trágica, una comedia muy graciosa, un comentario acerca de los prejuicios sociales o, como en este caso, un musical que intenta tocar todos esos puntos, CYRANO es una pieza noble, que se amolda, acomoda y transforma según los tiempos que corran.
El director de ORGULLO Y PREJUICIO no intentó, para nada, modernizar la historia aquí. Su adaptación al cine –que no es, estrictamente, de la obra de Roston sino del musical que escribió y montó Erica Schmidt en 2018 en base a esa pieza– sigue más o menos fielmente el recorrido de la obra original y hasta el siglo XVII en el que transcurre, con su contexto bélico.
Lo que cambia, esencialmente, es la característica más evidente de Cyrano, un poeta y militar que no se atrevía a confesarle lo que sentía a su amada Roxanne asumiendo que iba a ser despreciado por ella por el desproporcionado tamaño de su nariz. Acá no es esa la característica que lo avergüenza. Interpretado por Peter Dinklage (GAME OF THRONES), su pudor está dado por su tamaño. Amigo y compinche de Roxanne desde la infancia, el hombre prefiere guardarse su amor por ella antes que ser rechazado por sus características físicas.
Roxanne (Haley Bennett, esposa en la vida real de Wright) es una mujer joven que no quiere casarse con el Duque de Guiche (Ben Mendelsohn) pero la complicada situación económica de su familia la fuerza a aceptarlo. Eso del matrimonio por amor, le dicen, «dura apenas uno o dos años; lo importante es el dinero». Pero en medio de una explosiva representación teatral que termina con Cyrano batiéndose a duelo con el Vizconde Valvert –mano derecha del Duque–, la bella mujer observa entre el público a un joven soldado, Christian (Kelvin Harrison Jr., quien, en otro cambio con la tradición, aquí es negro) y se enamora a primera vista de él.
Roxanne, que no sabe que Cyrano está enamorado de ella, le cuenta a él lo que le pasa con Christian y le pide que se lo haga saber a su soldado. Frustrado pero leal, el capitán le cuenta a su subordinado la novedad y descubre dos cosas: que ese amor es correspondido pero que Christian no es demasiado ducho en el uso de las palabras, lo cual complica bastante el romántico sistema epistolar a la que Roxanne se ve obligada por las circunstancias. Es allí que el sacrificado Cyrano termina siendo él quién escribe las poéticas cartas de amor a la chica a nombre de Christian, haciendo crecer una situación romántica de la que él preferiría ser parte más directa.
No solo el planteo, que es por casi todos conocido (aún los que solo vieron versiones libres como ROXANNE, con Steve Martin, o la reciente película de Netflix, SI SUPIERAS), se mantiene sino que en buena parte se respeta la estructura original en verso de la obra. Y, cuando no se hace, muchas veces se reemplaza, como corresponde a un musical, con canciones. Y allí está la otra «diferencia» o particularidad de este CYRANO: es un drama romántico de época contado a través de canciones bastante actuales en sonido y composición.
Los temas compuestos por parte de los integrantes de The National no tienen mucho que ver con lo habitual en este tipo de formato musical. Uno podría compararlo con el «choque» que inicialmente se produce en obras como HAMILTON –una historia del siglo XVIII contada a través de ritmos más propios del hip-hop–, pero aún en ese caso las canciones de Lin-Manuel Miranda respetaban bastante más los códigos del teatro musical. Aquí, uno tiene la sensación de estar escuchando temas propios de esa banda de indie rock insertados en la película e interpretados por los actores.
El choque es curioso y, tras un periodo de acostumbramiento, termina funcionando bastante bien, especialmente en algunas canciones interpretadas dolorosamente por los protagonistas principales en algunos momentos clave de la trama. Dinklage no tendrá una voz de cantante de Broadway pero su tono es bastante similar al de Matt Berninger (el cantante de The National) y se adapta bien al formato narrativo y casi hablado de algunas canciones. La experta Bennett, por su parte, hace lo suyo con la facilidad de alguien que sabe de escenarios.
Esa ambiciosa y curiosa mezcla podría dar cualquier tipo de resultados, pero CYRANO funciona gracias al talento de Wright –un experto en largos y endemoniados planos secuencia y con una larga carrera que incluye éxitos como ATONEMENT y fracasos como LA MUJER EN LA VENTANA–, cuya impetuosa puesta en escena marca el ritmo entre romántico y tenso del relato. Para un director que suele ser un tanto excesivo y ampuloso, el formato musical le resulta casi natural. Y Wright tiene la inteligencia aquí, además, de no priorizar la escenografía y entender que la película le pertenece en definitiva a los actores.
Y el otro gran secreto de la adaptación es la actuación de Dinklage, cuyo dolido rostro de persona enamorada que prefiere esconderse detrás de un engaño antes que enfrentar un rechazo, le suma una potencia emocional al relato a la que no se llegaría de otro modo. CYRANO se termina de construir en el cuerpo del actor, que pasa de ser un valeroso y hasta algo petulante militar a convertirse en un hombre desesperado por un amor que es incapaz de declarar, aún sabiendo que Roxanne se desvive por cada cosa que él escribe y que su pasión por Christian se sostiene solo a partir de esa confusión.
Hay un cambio sobre el final respecto a la pieza original que no conviene adelantar y una escena, particularmente emotiva, que no involucra a ninguno de los protagonistas sino que está interpretada por tres soldados desconocidos (encarnados por los cantantes Sam Amidon, Glen Hansard y Scott Folan) que cantan sus cartas de despedida familiar antes de ir al frente de batalla de un combate que parece perdido. La escena podrá tener poco que ver con el drama romántico que está en el corazón de la trama, pero pone en contexto a la historia, a sus personajes y a la tragedia que es el componente fundamental de esta clásica pieza.