Descubre las zonas erróneas de tu vida
Primer protagónico de Kristen Wiig, recibida con honores en la usina del programa de TV Saturday Night Live, la comedia dirigida por Paul Feig tiene un humor irreverente, hasta que se vuelve conservadora.
Llegó el momento de las mujeres, parece decir la cola publicitaria de Damas en guerra, promocionada como una suerte de ¿Qué pasó ayer? con faldas (¡el marketing cinematográfico y sus deliciosas sutilezas!). No hay mucho de eso, aunque sí es cierto que una boda funciona como excusa para la ¿fraternidad? de un grupo de mujeres durante un período determinado. En última instancia, la película está más cerca de Sex and the City luego de un consumo intensivo de ácido, subiendo el volumen de locura generalizada, al menos hasta el convencional final.
Más allá de las características colectivas de esta descripción, la protagonista excluyente de la historia es la treintañera Annie, primer protagónico de Kristen Wiig, comediante recibida con honores en la usina del programa televisivo Saturday Night Live. Tal vez no pueda hablarse propiamente de “proyecto personal”, pero Wiig es además la coautora del guión original y resulta evidente que el personaje fue pergeñado a la medida de su talento humorístico. Ese es, sin dudas, uno de los méritos notorios de Damas en guerra, producida por el ubicuo Judd Apatow y dirigida por Paul Feig, creador de la serie Freaks and Geeks.
La vida de Annie es, por decirlo de una manera suave, un desastre, particularmente en lo que respecta a aquellas zonas erróneas de su vida sentimental. La primera secuencia la muestra disfrutando de una sesión de sexo gimnástico que, de la noche a la mañana, deviene en el nuevo desencanto amoroso de una larga lista. En lo económico, las cosas no andan mejor: el emprendimiento gastronómico en el cual invirtió todo su dinero terminó bajando las cortinas debido a la crisis inmobiliaria y apenas si sobrevive gracias a un empleo conseguido por su madre (Jill Clayburgh, en su película póstuma). Su mejor amiga, Lillian (Maya Rudolph, otra veterana de SNL), está a punto de contraer matrimonio y le pide ser una de las damas de honor en el casorio; ocupación que, lejos de transformarse en un intermedio de felicidad, complicará aún más la desdichada existencia de nuestra heroína. Entra en la ecuación Helen (Rose Byrn), la bella y rica mujer del jefe del novio, dispuesta a competir a la hora de conseguir el mejor vestido nupcial, la despedida de soltera perfecta, la recepción ideal. ¿O será pura paranoia de Annie?
Traspasando la barrera de las dos horas, Damas en guerra sufre de un metraje sobredimensionado y, una escena temprana, lo grafica a la perfección. Annie y Helen rivalizan por el discurso más emotivo en un crescendo humorístico que toca su propio techo y comienza luego a describir una curva descendiente, extendiéndose hasta el agotamiento. Cosa extraña para un colectivo creativo que, si conoce de algo, es precisamente de timing cómico. El film continúa mezclando cal y arena y encuentra momentos luminosos e hilarantes con otros que no terminan de cuajar. Los personajes secundarios están construidos en base a dos o tres trazos funcionales y, como es de esperar, algunos funcionan como perfecto mecanismo bufo –en particular el interpretado por Melissa McCarthy– y otros quedan apenas en esbozos humanos.
La escatología, menos trepidante de lo que aparenta, está contenida fundamentalmente en una secuencia central: luego del almuerzo en un restorán, al que le vendría bien un control bromatológico, las chicas van a probarse vestidos a una de esas boutiques ultra refinadas. Los resultados podrán no ser del paladar de todo el mundo pero, ¿existe acaso una imagen más surrealista que la de una novia en uniforme defecando a la vista de todos en plena vía pública?
Annie/Wiig muestra su costado más amenazante en una escena a bordo de un vuelo que, inevitablemente, termina en desastre. Hay algo cercano a la psicosis en el personaje que la película no oculta pero dispensa, y es esa tensión entre lo entrañable, lo inquietante y lo patético lo que motoriza el corazón de Damas en guerra y le hace ganar una humanidad que no es posible encontrar en muchas comedias contemporáneas. De todas formas, la maldita exigencia de incluir una subtrama romántica que solucione, al menos temporalmente, el contratiempo sentimental de Annie y la obsesión por cicatrizar todas y cada una de las heridas transforma al último tramo del film en un manual de “corrección guionística”. La cursilería autoconsciente le da un baño de inmersión conservador a una película que veía describiendo curvas inesperadas.