No supe ver, no supe ver. En una primera visión, No supe ver Damas en guerra. Uno ve, y puede no ver lo evidente. La vi por segunda vez y las objeciones se diluyeron: las buenas películas son las que resisten más de una visión, por estructura, reenvíos de sentido, detalles de construcción y, sobre todo, por el placer que generan. Pueden no ser malas las películas que se agotan en una primera visión pero sus placeres son tan efímeros que su recuerdo es velozmente menguante, y su revisión tiene mucho de resignación. Damas en guerra es, de hecho, una película para rever: la segunda vez es mejor. Ya sabemos que no estamos ante una comedia superficial sino ante una abisal: Annie (Kristen Wiig, una actriz insoslayable) es un personaje oscuro, al borde –lado externo– del colapso en varios frentes. La comedia –en este caso particular una constelación de escatología, celos, canciones, neurosis, explosiones emocionales e inteligencia– prueba otra vez en esta temporada su vitalidad en Estados Unidos, su capacidad de sumergirse en todo tipo de crisis y oscuridades. Protagonizada por seis mujeres y guionada por dos (una es Kristen Wiig), Damas en guerra es un prodigio de timing, con situaciones construidas en función de la incomodidad cómica de la duración prolongada (los discursos, por ejemplo), y otras en función de la explosión (la fiesta de tema parisino, por ejemplo). Si no la vieron, véanla, y con ojos de segunda vez. O con más lucidez que yo en la primera.