El sostén de una cultura que resiste
Tomando como centro de irradiación la historia de la protagonista, una adolescente de la tribu de los aché apropiada a principios del siglo pasado, el director expone la clase de relación que el conquistador sostuvo con los pueblos originarios del Cono Sur.
La chica mira a la lente con la clase de mirada de quienes no se sienten amados por ella. En la foto está desnuda, en el plano no. Damiana Kryygi se niega a exponer a Damiana Kryygi a la misma humillación a la que la sometió el antropólogo alemán que le tomó la foto, con la intención de estudiar rasgos y características de los aché, a quienes el hombre blanco llamaba guayaquíes. En el momento de la placa, tomada en el frío mes de mayo en 1907, Damiana Kryygi tenía catorce años y sufría de tuberculosis. Dos meses más tarde murió. Haber posado desnuda, en un exterior, no debe haber colaborado con su restablecimiento. Tomando como centro de irradiación la historia de la protagonista, en Damiana Kryygi, Alejandro Fernández Mouján expone la clase de relación que el conquistador sostuvo con los pueblos originarios del Cono Sur. Yendo y viniendo desde fines del siglo XIX al presente, el documental revela sorprendentes continuidades y esperanzadores signos de ruptura.“Cuando miro esta foto me pregunto si es posible reconstruir su historia”, piensa Fernández Mouján, incluyéndose más que nunca en el relato. En la maravillosa Pulqui, un instante en la patria de la felicidad (2007), el realizador de Las Palmas, Chaco (2002) aparecía en cámara, porque ésa era la consigna. Aquí la narración en primera persona presupone un gesto más fuerte, una voluntad de implicación no sólo con el material, sino con el destino mismo de los protagonistas. Teniendo en cuenta el carácter protagónico que el realizador asigna a los aché, Damiana Kryygi también podría llamarse Los resistentes, su producción para televisión de 2010, que tenía por protagonistas a héroes y heroínas de la Resistencia Peronista.En Damiana Kryygi la relación entre contenidos y herramientas cinematográficas es tan meditada que la placa del comienzo la identifica sólo como Damiana, reservándose el Kryygi para el cierre. Sentido que la forma da: Damiana es el nombre que los blancos pusieron a la muchacha, Kryygi el apellido que los suyos le asignaron. El que va de la apropiación a la recuperación de la identidad es el recorrido histórico que los aché, pueblo de cazadores-recolectores del Paraguay oriental, hicieron desde tiempos de la conquista hasta hoy. Arco dramático que la película reproduce, imponiendo, en lugar de la linealidad histórica, una circularidad en la que pasado y presente tienden a replicarse.Damiana fue apropiada en 1896, a los cinco años, luego de que el grupo con el que se hallaba resultó masacrado por unos colonos, en punición por el carneo de un caballo. Llevada a casa de una familia blanca (así como casi un siglo más tarde los aché serían trasladados del bosque a la pradera), fue puesta como parte del servicio. Práctica conocida como “criadazgo”, vigente hasta hace muy poco tiempo. Tan poco que un hombre de menos de 50 años cuenta, en un dificultoso castellano –sometimiento al idioma dominante que no termina de consumarse–, su propia experiencia al servicio de una familia de hacendados. Una mujer más joven recuerda, entre lágrimas, la de su madre, cambiada en su juventud por una yunta de vacas.Tras su internación en el “manicomio” Melchor Romero –castigo a una sexualidad que se expresaba sin ataduras–, los restos serían estudiados y catalogados por el antropólogo alemán Robert Lehmann-Nitsche, que terminó seccionando y enviando su cabeza a Berlín en 1907, para el examen de sus “caracteres raciales”. El relato no sólo hiela la sangre, sino que testimonia la clase de relación que el conquistador estableció con el conquistado, presentando a la vez una obsesión que es imposible no ver como huevo de la serpiente nazi. De modo imprevisto, la Historia se ocuparía de dar un par de vueltas de tuerca reparadoras a la historia de Damiana. En consecuencia, a la de los aché en su conjunto, en tanto éstos tienen a la muchacha por icono del destino de su pueblo.Teniendo en cuenta el respeto que Damiana Kryygi guarda con la dosificación dramática y narrativa, esas vueltas de tuerca no deben ser contadas. Con una estructura pensada pieza a pieza –el pozo que se cava en las primeras escenas adquiere sentido en las últimas– y un tratamiento del espacio dirigido a envolver al espectador occidental y urbano en la espesura del que fue alguna vez hábitat de los aché (la soja se ocupó de que ya no lo sea), la técnica visual que Fernández Mouján impone con ayuda de Diego Mendizábal es de exquisitez infrecuente. Pero siempre al servicio de un sentido. Un travelling que asciende por el tronco de un árbol no representa un mero paseo decorativo, sino una lenta forma de inmersión en el sostén de una cultura que resiste.