El régimen del (cine de) terror es constante y proviene cinematográficamente casi siempre de una misma región simbólica; no tanto de Hollywood como del imaginario mismo del hombre blanco, que allí escribe y proyecta sus fantasías más oscuras, de las que surgen psicópatas diversos y encuentros con monstruos que remiten a distorsiones del orden de la naturaleza en clave de mitos y fenómenos sobrenaturales. Cine de terror, un género conocido, consumido, a veces clarividente, a menudo condescendiente.
Pero he aquí una película de terror que se mete a fondo con el terror en sí, que nada tiene que ver con el género cinematográfico, pero que en también gira en torno a cadáveres y al costado ominoso de las prácticas humanas, materia constitutiva de las películas de ese género.
No estaría mal que el público preferencial del género de terror dé un vistazo a Damiana Kriigy. La “protagonista” de este nuevo filme de Alejandro Fernández Mouján tenía 14 cuando en 1907 fue fotografiada desnuda por un antropólogo alemán con fines científicos. Dos meses después murió de tuberculosis, y si bien la razón de su capitulación no indica terror y masacre, el contexto de su muerte temprana sí lo hace. Terror caucásico, de los blancos. Fernández Mouján le dedica una película a la triste y desconocida historia de los aché, pueblo nómade del Paraguay que para los antropólogos del viejo continente de fines del siglo XIX representaba un acceso a la Edad de Piedra.
Para el cineasta argentino, en las antípodas de los aventureros decimonónicos, el filme posibilita darle visibilidad a las crónicas de un pueblo hostigado por la prepotencia de una cultura avasallante.
El centro de la resistencia y del relato estriba en revisar qué sucedió con la joven de la foto, de lo que se predica filmar una breve contrahistoria (y una genealogía), acaso la inversión del funesto libro del antropólogo Robert Lehnman Nitsche, Una india guayaquí. Esto llevará a Mouján al Museo de La Plata, a un neuropsiquiátrico y a un hospital en Berlín para poder seguir las huellas de los restos de Damiana. Recolectar archivos, buscar testimonios, cuestionar las certezas del positivismo de antaño, escuchar a los sobrevivientes de hoy. Honrar a Damiana requiere rigor, y en esto también está comprometida la composición de los planos.
Huesos por un lado, cráneo por el otro, la evidencia física de la existencia de la joven volverá íntegramente a reunirse con los 2.000 aché que aún viven en una reserva. La lucha continúa, como se constata frente al cambio del régimen de cultivos y la posesión de las tierras. La infinita historia de explotación es siempre una amenaza. Pero los aché no se rinden ante la supremacía blanca. Siguen en pie y mantienen distancia.