La intimidad del maestro
El documental «David Lynch: The Art Life» – firmado por John Nguyen, Rick Barnes (XVII) y Olivia Neegaard-Holm y rodado a lo largo de tres años – es un retrato de uno de los realizadores estadounidenses más enigmáticos, un autor de culto durante los últimos cuarenta años, en su faceta menos conocida por estos pagos: la de artista plástico.
Desde la infancia idílica en un pueblecito de la América profunda de los años 1950 hasta las calles de Filadelfia, donde estudió Bellas Artes, David Lynch nos conduce por un viaje íntimo a través de su vida, con especial atención a su juventud y los años de formación. Pasando de su faceta de artista plástico a la de músico y cineasta, el propio creador nos desvela algunas zonas desconocidas de su universo personal.
El documental está fundamentalmente centrado en su carrera de pintor (y nos desvela que su ídolo es el británico Francis Bacon, 1561-1626), le vemos con las manos empapadas de pintura haciendo trazos en telas, lúgubres y torturadas, superponiendo capas de colores y pegando sobre ellas pedazos de plástico, mientras suenan temas de rock compuestos por el propio Lynch que se alternan con fragmentos de entrevistas sobre la infancia y juventud del artista. La película termina en el momento en que “el estudiante de Bellas Artes descubre el cine y consigue rodar su primera película, “Eraserhead” en 1977, inspirada en sus obsesiones pictóricas” (Jérémie Couston, Télérama), y considerada su “manifiesto fílmico” y “revolucionaria” por la crítica.
En su refugio-estudio-taller de Los Ángeles, David Lynch pinta, actividad que ha retomado después de rodar «Mulholland Drive» -que un grupo de 177 críticos definió como “la mayor película del siglo XXI”- , enseña música a su hijita pequeña, evoca recuerdos de la infancia. Habla de sus fuentes de inspiración… dice que para llegar a ser un artista hay que estar rodeado de gente benévola que te anima a encontrar tu propio camino…
Lo vemos y nos habla, aunque rara vez mirando a cámara. Su voz suena de fondo como hilo conductor, mientras el artista trabaja frente al lienzo o el tablón. La banda sonora, muy familiar en sus acordes de bajo y percusión, y una composición de planos que juega mucho con el humo de un cigarrillo, vienen a darle un aire muy lynchiano al documental, como si de otro de sus trabajos se tratase.
Hacía mucho tiempo que no se sabía nada de Lynch. Su última película “Inland Empire” es de 2006, en este tiempo ha rodado algunos cortos y se ha hecho maestro en meditación trascendental. Ahora, en este “The Art Life”, además del viaje a los orígenes le vemos totalmente absorbido por su obra plástica. Cuadros, objetos, de coloreada armonía, que nos hablan de la simbiosis que existe entre el arte y la vida del artista.
El documental es una forma de acercarse a un artista inclasificable “que ha hecho del cine una prolongación de su pasión por la pintura”. Una cita a la que no debería faltar ninguno de los muchos apasionados por el cine de David Lynch.