Proveniente del ala más indie del cine argentino, De acá a la China parte de una situación digna de una comedia: un treintañero cuyo padre tuvo que cerrar su almacén de barrio a raíz del avance de los supermercados chinos decide emprender una revancha personal viajando hasta el gigante asiático para abrir un mercado. El objetivo es que, así como fundió su padre, ahora les toque a ellos.
Quien cruza medio planeta es Facundo (Federico Marcello, también director y guionista). Lo hace con la excusa de estudiar mandarín, algo para tranquilizar a una familia que nunca conocerá sus verdaderas intenciones. Allí lo espera un viejo amigo y futuro socio del emprendimiento (Pablo Zapata), con quien se instala en la provincia desde donde proviene la mayoría de los inmigrantes que llegan a la Argentina.
La película arranca con las típicas situaciones alrededor de las diferencias idiomáticas y culturales. Así, entre ocasionales fiestas y múltiples referencias al mate y al dulce de leche, el relato amenaza con ir hacia los lugares comunes de las películas sobre extranjeros intentando insertarse en un lugar que no les pertenece.
Pero, a medida que empiecen a presentarse algunos problemas relacionados con la imposibilidad de conseguir una habilitación, el film adoptará un tono más melancólico y tristón, menos volcado al chiste que a la angustia y ajenidad de esos amigos cuya batalla era menos contra los chinos que contra ellos mismos. A fin de cuentas, lo que ellos buscan no es otra cosa que un lugar de pertenencia, aunque más no sea a miles de kilómetros de distancia.