Relato solvente y bastante televisivo.
Desde que Akira Kurosawa dirigiera, hace ya más de sesenta años, su indispensable Vivir, la “película-de-enfermedad-terminal” –con su decena de variantes posibles y, tantas veces, imposibles– se ha convertido en un género cinematográfico por derecho propio. El de De ahora y para siempre (extraño, gramáticamente sospechoso título local para Freeheld) resulta un caso interesante no sólo por estar basado en hechos reales recientes sino, fundamentalmente, por los intentos del guionista Ron Nyswaner y el realizador Peter Sollett (el mismo de la más que recomendable Educando a Víctor Vargas) por reconvertir el film en un drama de denuncia social y político, un poco a la manera de Filadelfia. La historia es la de Laurel Hester, una mujer policía de Nueva Jersey con cargo de teniente y un gran historial sobre sus espaldas que, ante la aparición de un cáncer de pulmón y posterior metástasis, decidió exigir una pensión para su pareja, otra mujer. Terrible manera de salir del closet e inicio de una batalla legal que desnudó prejuicios e hipocresías de propios y ajenos (la letra escrita pre matrimonio igualitario negaba el traspaso de una pensión entre parejas de hecho del mismo sexo).
Las presencias centrales de Julianne Moore y Ellen Page aseguraban de entrada un piso de nivel actoral muy alto y, si bien la película incluye –en particular durante sus últimos tramos– varias de esas escenas que parecen diseñadas especialmente para su lucimiento en pantalla (léase: lágrimas y más lágrimas), lo cierto es que ambas aportan a sus respectivos personajes una potencia que basada más en los detalles y las sutilezas que en los desbordes, en particular durante algunas escenas domésticas. De ahora y para siempre completa su reparto con Michael Shannon, en la piel del compañero de patrullero de Laurel, y Steve Carrell como un militante lgbt judío jugado al “alivio cómico”. A tal punto cómico que algunas de sus escenas parecen literalmente tomadas de otro universo, aunque ello no implique de por sí algo malo. Si el film también surfea la ola del melodrama realista (oxímoron de comprobable existencia), en particular luego del avance de la enfermedad, Sollett logra reunir todos esos elementos en un relato solvente y relativamente eficaz. Y bastante televisivo.
La limitación fundamental de películas como Freeheld es la escasa capacidad (aunque, tal vez, se trate sencillamente de falta de interés) para ir un poco más allá de su cualidad de ilustración de hechos, de empaque audiovisual para la transmisión de ideas biempensantes, envueltas en un formato políticamente correcto que no ofenda a ningún potencial espectador, salvedad hecha del más radicalmente conservador. Se trata de una fórmula probada por el cine norteamericano y mundial desde hace mucho tiempo y su capacidad de fuego suele confirmarse en premiaciones y galardones de todo tipo. Queda así poco lugar para las complejidades o la ambigüedad, y el film termina transformándose en una consigna o estandarte prolijo en sus formas e ideológicamente blindado. La genialidad de aquel film de Kurosawa era su costado enigmático, las aristas nunca iluminadas del viejo interpretado por el gran Takashi Shimura; De ahora y para siempre deja todo en claro y lo afirma con implacable vehemencia.