Entre la igualdad civil y la chatura de ideas
Si en algo puede y debe diferenciarse el cine de hoy es en contar las mismas historias de siempre pero atento a respetar el ojo y la sensibilidad del espectador contemporáneo. Y eso no significa apuntarle a un nivel de exquisitez distintivo, sino a buscar las variantes para que una película basada en una anécdota dramática de las que existen por millares, no sea relacionada con otra mucho mejor retratada y sea rápidamente olvidada. Por ejemplo, no es posible ver De ahora y para siempre y no pensar, casi de inmediato, en que esto ya lo vimos en (polémica de acuerdo al tiempo de su estreno) Filadelfia (1993). Porque en ambas realizaciones se plasma el tema de la discriminación sexual, de la enfermedad que desnuda desigualdades y de cómo la ley no se hace cargo ni contempla a una minoría -que ya ni debe ser tal- cuyos derechos deben valer lo mismo que los de los demás. Que el guionista Ron Nyswaner haya participado en ambos proyectos no es para nada casual.
En el caso de De ahora y para siempre la historia nos ubica junto a la oficial de policía Laurel Hester (Julianne Moore), dedicada al trabajo hasta que aparece la joven y desenvuelta Stacie Andree (Ellen Page) que la lleva a reordenar su vida de acuerdo a su homosexualidad y a blanquear la situación a pesar de los prejuicios. Su compañero, el oficial Wells (Michael Shannon) en principio se resiente por el ocultamiento de la verdad al que lo sometió su compañera pero luego comprende e intenta ayudarla sobre todo cuando se le diagnostica cáncer terminal. Y como no podía ser de otra manera, el conflicto mayor surge cuando la ley se niega a reconocer a la pareja de Laurel como para que reciba en caso de deceso su pensión. La historia no es más que el reflejo de lo que sucediera realmente en el 2005 en New Jersey, incluso manteniendo en el film el nombre de los protagonistas reales. La lucha por ese derecho, la toma de conciencia de sus compañeros y conciudadanos, la mediatización y la presión sobre el aparato burocrático y vetusto del condado son el eje y motor de esta película de la cual nadie espera un final feliz pero sí muy emotivo. Y en cierta forma lo tiene aunque predecible y sin ningún encanto especial.
El problema surge cuando esa emotividad es acotada, no explota, no revoluciona al espectador o logra que estalle de bronca ni impotencia. Por supuesto que debiera ser así, que debiera incomodarnos y hacer que analicemos todo lo que está mal en esa situación, y esto sucede porque se está contando la misma historia que vimos ya muchas veces sin nada que se pueda agregar. Ellen Page es una militante ferviente por los derechos de la comunidad gay y por eso quizás extrañe su tibieza en la interpretación. Moore también está correcta, pero casi no hay química entre ellas, algo fundamental en esta anécdota que intenta plasmar el dramatismo de una pareja cuyo destino está signado. Y con eso, se logran destacar las labores de Michael Shannon y Steve Carell que se lucen con solidez y sobriedad, aún sobreactuando y parodiando un poco como en el caso del comediante. Esto hace deducir que la dirección de Peter Sollett (Una noche de música y amor) también fue pobre y acotada, y no supo moldear su materia prima para estar a la altura.
Y la cartelera ya está llenándose de películas cuyo tema central es el conflicto social frente a la aceptación de la diversidad sexual, la reciente La chica danesa (2015) o la más lejana Los muchachos no lloran con la increíble interpretación de Hilary Swank, además de la ya mencionada Filadelfia. Todas ellas tienen una marca distintiva, algo que las hace recordables y de lo que la producción que nos ocupa carece. Probablemente cause algunas lágrimas porque Moore sabe lograr empatía a pura sobriedad y transparencia en su mirada, tal vez nos indigne la actitud persistente de los magistrados -o freehelders según el cargo original- que determinan en esa corte que la comunidad gay no tiene los mismos derechos que sus pares. Pero sigue faltando esa vena abierta que pulse y marque el ritmo del problema de raíz, de lo importante que es que no exista en estos tiempos una gota más de esa intolerancia.
Como decía antes y con respecto a los secundarios, Carell se destaca en la composición de un rabino gay muy colorido, Shannon sorprende con su personaje que se aleja del desquicio habitual de sus psicópatas, mafiosos o policías trastornados y hasta estos freehelders -entre los que se puede reconocer la cara de ese villano frecuente que suele encarnar William Sadler- son los que se encargan de darle el contexto adecuado a la historia para que pueda ser tejida por la pareja protagónica con la que no se termina de conectar por alguna razón que se intuye en falta de esmero por parte de la dirección.
Lamentablemente, De ahora y para siempre no será recordada como un punto de inflexión en el cine de denuncia social o en el intento por movilizar al espectador a reconocer a las minorías sexuales como a sus pares sin ninguna clase de discriminación, quedará en el archivo como una película correcta sobre cómo la unidad de toda la ciudadanía es la única que puede lograr un cambio en la mentalidad de las propias autoridades que ellos mismos han puesto allí. Y de esas ya tenemos bastantes.