Fuga de capitales
Viggo Mortensen y Kirsten Dunst protagonizan una historia de codicia en la que el amor pierde la partida.
En las escalinatas del imponente Partenón, en Atenas, hay lugar para turistas, guías, pícaros y estafadores de alta escuela. Allí unen sus destinos el matrimonio de Chester (Viggo Mortensen) y Colette (Kirsten Dunst), con Rydal (Oscar Isaac), un muchacho que aprovecha la confusión de idiomas y dinero, en época de dracmas. Atenas, 1962. La pareja de estadounidenses, bellos e impecables bajo el sol griego, atrapa la atención de todos. Una buena fachada es una de las reglas básicas para esconder identidades y negocios turbios.
La película del iraní Hossein Amini es una visita glamorosa a las novelas policiales de factura clásica. La seducción, la sospecha y la capacidad de cálculo para sobrevivir generan la trama en la que brilla Mortensen. La ambigüedad es el signo del personaje de Chester (o como se llame). Amini logra el clima de falsa calma primero y luego entrelaza peripecias que ponen a prueba el instinto del hombre que llega a Atenas con dos maletas y una esposa. Kirsten Dunst expone su fotogenia y encanto en el rol de la mujer que sabe todo pero debe ser protegida, bajo la apariencia de falsa inocencia. Colette electriza la atmósfera en torno a los hombres unidos en extrañas circunstancias.
El guion de Amini, basado en la novela de Patricia Highsmith, se detiene en la luz de Atenas, que se vuelve incandescente en Creta durante el recorrido que el trío encara cuando busca lugares inhóspitos y remotos. Los caminos polvorientos que los personajes conocen subidos a transportes sencillos, las cantinas y posadas de la isla, el mar y las ruinas de Cnosos dan un marco imponente a la anécdota cargada de suspicacias.
Hay referencias a la muerte del padre de Rydal y la relación tortuosa que, de alguna manera, lo vuelve permeable a la figura de Chester. Oscar Isaac realiza un trabajo sensible, en la evolución y el aprendizaje de vida desde que el muchacho engaña turistas en el Partenón, a la persecución sin resuello en el Gran Bazar de Estambul.
De amor y de dinero muestra después del episodio en Cnosos que recuerda el mito de Teseo, el otro laberinto, el del bazar por donde Chester, Rydal y la policía tratan de saldar diferentes cuentas. Prevalece el dramatismo y la sospecha justificada del muchacho hacia ese hombre elegante, rico, alcohólico, enamorado de su mujer que le pone un espejo a la hora de elegir modelos de vida.
La fotografía de Marcel Zyskind encanta cuando pone la cámara en las piedras milenarias, sin perder el foco de la historia. Por otra parte, los rostros de los protagonistas se entregan a los primerísimos planos, en claroscuros teatrales. Los acompaña el arte de la película que reproduce lugares elegantes donde suenan los tonos del griego y el inglés, una frontera que potencia el engaño.
De amor y de dinero transcurre entre las tensiones personales y la fuga, como en las viejas películas de James Bond, con el color difuso de Europa en plena Guerra Fría, tierra de prófugos, espías y ricos sin culpa.